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'Tokyo Idols': así es como el capitalismo te permite tocar a una niña de 14 años

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Este espeluznante documental desentraña el fenómeno de las 'ídolos', pop stars japonesas menores de edad con una fanbase de varones entrados en años

víctor parkas

09 Noviembre 2017 10:49

Coge a una estrella J-pop e infantilízala al máximo. No solo con ropa chillona: coge a alguien que realmente tenga catorce años. Siete años, si hace falta, pero que sea chica. Siempre chica. Una mezcla perfecta entre pop star y youtuber. Ponla a cantar tonadas estridentes, semejantes a las que abren las series anime, y espera que lleguen. Ellos. Los otakus: hombres entre la veintena y la cuarentena dispuestos a dejarse el sueldo del mes en ellas. En comprar sus discos; su merchan. En tocarlas mientras alguien, cronómetro en mano, controla el tiempo.

El tiempo, los minutos, que puedes pasar con una “ídolo”.

Tokyo Idols es como El Proyecto de la Bruja de Blair, pero sin el atenuante de ser un falso documental. La película de Kyoko Miyake, presentada en la última edición del Festival In-Edit y actualmente disponible en Netflix, es un documento tan espeluznante como el fenómeno que radiografía: las ídolos, pop stars japonesas menores de edad con una fanbase de varones entrados en años –en el mejor de los casos, el seguidor se encuentra en la veintena.

Tokyo Idols articula su relato a través de Rio Hiiragi, una ídolo que está a las puertas de cumplir diecinueve años –como apunta un otaku en el documental, cumplir diecisiete años para una ídolo significa “hacerse vieja”. La joven, consciente de que no puede ser una ídolo para siempre, intentará asentarse como estrella J-pop al uso, esto es: convertirse en un producto que no esté enteramente basado, citando a los seguidores del mismo, en la “adoración de la virginidad” de “chicas que todavía están en desarrollo”.

Estas palabras retumban en tu cabeza según el documental avanza: Tokyo Idols nos presentará también a Amu, una ídolo de 14 años que se maquilla pintándose bigotes y nariz de gato. Cuando Kyoko Miyake pregunta a uno de sus seguidores, un estudiante universitario, si la fascinación que siente por la niña se parece de algún modo al romanticismo, la directora recibe un “podría acercarse a eso”.

Interrogado por la ausencia de una relación afectiva real con alguien de su edad, el universitario se defenderá con un “odio tener ataduras".

Porque las ídolos solo lo son gracias a sus seguidores, y sus seguidores son, de lo aberrante, la aberración. Otakus como Koji, de 43 años y abandonado por su prometida, dice haberse resarcido gastando todos sus ahorros en las ídolos. Mitachi, un transportista mayor que Koji, confiesa haber dejado de visitar a sus ancianos padres para dedicar todo su tiempo y recursos a Yuka, una ídolo con la que dice estar “obsesionado”.

Aunque por sus perfiles, los otakus deberían estar condenados al ostracismo, nada más lejos de realidad. Como muestra Tokyo Idols, los seguidores de cada una de las chicas se constituyen en una suerte de hinchada: un grupo organizado que se reúne antes y después de los conciertos para coordinar acciones de apoyo a su ídolo –de coreografías para animarlas, a cualquier otra campaña o manifestación de apoyo.

Con una pasión a medio camino entre lo evangelista y lo hooligan, aullando de forma coordinada, empuñando tubos luminosos cual personaje de Star Wars, los grupos de otakus más esmerados pueden obtener premios de agradecimiento; entre ellos, aparecer en un videoclip de la adolescente a la que jalean durante sus encuentros.

Lo más paradójico del fenómeno ídolo es que, como escena musical, la calidad de las canciones nunca parece estar sometida a juicio. La música y los conciertos no importan más de lo que importaría el salmo de misa a un borracho que, entre los feligreses, esperase obleas y vino: son, en realidad, un trámite social para que los cara-a-cara –encuentros ídolo/fan donde las manos de las niñas son palpadas por sus seguidores– sean aceptados por la opinión pública. “Históricamente, el apretón de manos se ha considerado como un gesto sexual en Japón”, advierte el analista Masayoshi Sakai en Tokyo Idols. “Desde el punto de vista de las artistas es, sin embargo, una acción inocente”.

Más que estrellas de pop al uso, las ídolos parecen haber sustituido el papel de la geisha: su ostentación de una juventud virginal, de una feminidad histriónica y, sobre todo, de la complacencia para con su pagador –en este caso, el otaku– son algunas de las coincidencias más evidentes. Como concluye Tokyo Idols, las ídolos son solo una muestra del constante tributo que Japón ofrece a sus ciudadanos varones; de una preocupación casi nacional por colmar hasta el capricho más peregrino del hombre japonés solvente. Ni es una extravagancia local, ni una moda autóctono-kitsch, sino un mensaje inequívoco: si tienes dinero con el que sufragar su envoltorio kwai, el capitalismo te permite tocar a una niña de 14 años.

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