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Mali se ha convertido en un país sin ley, un paraíso para los furtivos… hasta ahora.
31 Octubre 2017 15:54
Antes de que el tráfico de marfil les complicase todavía más la vida, el día a día de los elefantes de Mali no estaba precisamente exento de dificultades. A pesar de un clima adverso, habían logrado adaptarse para sobrevivir a las tormentas de arena y las abrasadoras temperaturas del desierto, por el que andan sin cesar en busca de comida y agua.
Es cierto que el cambio climático hizo que cada vez más las cosas se fueran poniendo peor, pero fueron los cazadores los que pusieron supervivencia contra las cuerdas.
Según Susan Canney, directora de Mali Elephant Project, los furtivos se aprovecharon de la falta de seguridad en la región y consiguieron asesinar a 163 ejemplares desde el año 2012. “Probablemente estén entre los elefantes más amenazados de todo África”, dijo el fundador de Save the Elephants, Iain Douglas-Hamilton, al NY Times.
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Por suerte, para defender a los 300 ejemplares que todavía quedan, Mali ha formado una brigada que se dedica a proteger un área del tamaño de suiza llamada Gourma.
Desde que la brigada fue formada por rangers y fuerzas armadas hace nueve meses, ni un solo elefante ha muerto a manos de los furtivos.
Hasta hace muy poco tiempo los habitantes de la zona convivían pacíficamente con los elefantes sin problema, pero al deteriorarse la seguridad nacional y generarse una situación de “país sin ley”, la caza empezó a descontrolarse.
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La inseguridad no solo se traduce en pérdidas animales, también humanas. Los grupos armados han matado de momento a 149 enviados de las fuerzas armadas de la paz, los terroristas siguen provocando ataques mortales, y los bandidos del norte del país asaltan autobuses, pastores, comerciantes y ayuda humanitaria.
Aprovechando que en el norte de Mali ya se había establecido una vía a través de las cual los traficantes pasaban drogas e inmigrantes, los traficantes de marfil solo tuvieron que meter un pie dentro para poder utilizarla.
Las fuerzas de la ley se han esforzado en conseguir que los habitantes locales se sientan implicados en la causa. “Sin comunidad, no hay solución”, dijo al NY Times Rory Young, cofundador de Chengeta Wildlife, que organiza operaciones contra los furtivos.
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A pesar de la presencia de tropas militares, Young quiere dejar claro que la forma de abordar el conflicto no está militarizada, “Es una operación de las fuerzas de la ley, no somos mercenarios”. Su trabajo no está fuera de riesgos, y desde que la misión comenzó, varios brigadistas han muerto en servicio.
A los habitantes de Gourma la llegada de los brigadistas les ha cambiado la vida. Se trata de las primeras personas que les ofrecen ayuda externa en meses, y les pueden comunicar sus necesidades de agua, medicina y reapertura de escuelas.
[Vía NY Times]
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