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/OPINIÓN/ “De ‘yo te creo, hermana’ pareciera que hubiésemos pasado al ‘no tienes ni idea de lo que hablas’. Del #MeToo al ‘tú no, puta’. Del ‘todos deberíamos ser feministas’ al ‘tu activismo no vale nada’”

Hoy se ha celebrado el día internacional contra las violencias hacia las trabajadoras y trabajadores sexuales. Ni en el medio en el que escribo esto ni en otras grandes cabeceras que leo a menudo se ha dedicado un solo espacio a la reflexión sobre lo necesario de actuar y de concienciar en un día tan señalado como este. Un día que viene marcado por varios meses en los que el efecto del #MeToo nos ha llevado a compenetrarnos con decenas de miles de mujeres a las que, sin conocer de nada, supimos escuchar y supimos apoyar; pero también marcado por un encendido debate público tras la campaña abolicionista de #HolaPutero.

Es precisamente este debate, sobre todo en redes sociales, el que nos ha estado enseñando algunos comportamientos y algunos razonamientos absolutamente insolidarios. Lejanos a todo ese clima de sororidad que hubiera podido crearse en las últimas semanas. De ‘yo te creo, hermana’ pareciera que hubiésemos pasado al ‘no tienes ni idea de lo que hablas’. Del #MeToo al ‘tú no, puta’. Del ‘todos deberíamos ser feministas’ al ‘tu activismo no vale nada’.

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Este sábado, el diario Times Colonist publicaba la carta de Caroline Bisette, una trabajadora sexual que precisamente se preguntaba si las “trabajadoras sexuales merecían la misma protección”. Si “merecían la misma compasión”. Bisette hacía referencia a cómo durante el terremoto del #MeToo ella sentía vergüenza de expresar en público los abusos que había sufrido en su trabajo. Como señala: “en estas preguntas se intuye el estigma que existe contra nosotras. Necesitamos vuestro apoyo.”

Después de leer su testimonio y partiendo de sus palabras, lo que quizá que el resto de nosotros deberíamos preguntarnos es por qué las trabajadoras sexuales no han merecido jamás nuestra protección. Por qué no hemos sido capaces, jamás, de mostrarnos compasivos con ellas. Pienso en los insultos profesados a August Ames tras su reciente suicidio, “¡se lo merecía!”. O en el violento intento de invalidación de los argumentos de Gabriela Wiener, “¡esa señora con privilegios cuenta su historia y se queda tan ancha!”. O en el paternalismo de los debates, “¡yo soy amiga de las putas, pero es que vosotras no sabéis dónde os habéis metido!”. O en la constante imposición de nuestros valores, “nadie quiere que su hermana o su hija sea puta”. O en el rechazo al incesante trabajo social que los sindicatos de trabajadoras sexuales vienen haciendo desde hace años en las calles y contra la policía corrupta o las mafias, “¡la trata existe porque la sustentáis!”. O en la hipocresía de retratarlas constantemente en base a estereotipos, cuando una de las grandes luchas del feminismo contemporáneo es reventar los estereotipos de las mujeres en el cine, la música, la moda o la publicidad, “¡todas están ahí obligadas, mamándosela a señores malolientes!”.

Hoy se ha celebrado el día contra las violencias hacia las trabajadoras y los trabajadores sexuales. Es un día importante y un día triste como lo es el 25N y como lo es el 8M y como lo son todos los días dedicados a combatir los constantes atentados hacia la vida, la dignidad y la voluntad de las mujeres. No nos olvidemos de que además de luchar a diario contra los estigmas, las trabajadoras sexuales batallan contra la violencia machista, contra el acoso policial, contra una sociedad que juzga, y también contra las que nos empeñamos en hablar por ellas. En demonizar su profesión. En obviar su inteligencia y su capacidad de decisión. Y, sobre todo, en desatender su compromiso social y el de sus asociaciones para acabar con el maltrato y la violencia.

Porque la lucha tiene que dirigirse a quienes explotan, vejan y matan. La lucha tiene que dirigirse hacia quienes no respetan, hacia quienes imponen cómo debemos vivir nuestra sexualidad. Hacia los corruptos que obligan y machacan. Pero también hacia los que imponen su moral por encima de los derechos que aquí ellas reclaman. Como escribe Natalia Ferrari: “La lucha no puede ser contra las putas ni sin ellas”.

Marée Basse

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