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Hasta esta semana, James Damore trabajaba en Google. La publicación de un manifiesto que ha sido criticado por sus fundamentos machistas y racistas le ha costado el puesto al ingeniero. Debatimos en profundidad sobre el contenido del texto. ¿Merecía realmente el despido?
08 Agosto 2017 21:22
James Damore ya no trabaja en Google. El ingeniero ha sido despedido después de que trascendiera un manifiesto interno titulado Google’s Ideological Echo Chamber. El texto, de 10 páginas y presentado en forma de paper académico se resume en estos principales puntos (recogidos en su inicio):
—El sesgo político de Google ha equiparado la libertad de las ofensas con la seguridad psicológica, pero silenciar a alguien es la antítesis de la seguridad psicológica.
—Este silenciamiento ha creado una cámara de resonancia ideológica donde algunas ideas son demasiado sagradas como para ser discutidas honestamente.
—La falta de discusión favorece a los elementos más extremos y autoritarios de esta ideología.
—Las diferencias en la distribución de rasgos entre hombres y mujeres puede explicar en parte por qué no tenemos un 50% de representación de mujeres en las tecnologías y el liderazgo. La discriminación para alcanzar igual representación es injusta, divisoria y mala para las negocios.
El manifiesto va mucho más allá de la lectura superficial que han dado la mayoría de medios, que se han limitado a tildar al manifiesto de machista —y de racista— y a aplaudir las represalias del gigante tecnológico.
Decía que las mujeres programaban mucho peor. https://t.co/3Gw4pJEtfS
— VICE España (@VICESPAIN) 8 de agosto de 2017
Pero el texto de Damore también es una invitación a un debate mucho más intrincado sobre la libertad de expresión y la cuestión del género. A continuación, dos redactores de PlayGround hemos puesto una batería de ideas —no necesariamente coincidentes— sobre toda esta polémica:
Google y la libertad de expresión
Eudald Espluga: Un primer triunfo del manifiesto es introducir un concepto-elefante que delimita el marco de discusión en el que se va a librar la contienda. La “cámara de resonancia ideológica” nos obliga a pensar en el ecosistema ideológico de Google como en un espacio similar el Orgasmatrón —la cabina que imaginó Woody Allen en su película El dormilón—, una máquina que te proporciona exactamente aquello que ibas a buscar: un placer limpio y reconfortante.
Y si hablamos de un concepto-elefante es porque, siguiendo el conocido razonamiento de Lakoff sobre los marcos mentales, una vez pronunciada la palabra ya solo podemos pensar en el elefante. En el caso de la “cámara de resonancia ideológica”, esto se traduce en que: i) toda coincidencia ideológica deviene sospechosa por el mero hecho de coincidir; ii) la repetición no hace sino empeorar el ya de por si cargado aire ideológico que se respira; y iii) que, en un contexto así, la disensión deviene un valor por sí misma —independientemente de las ideas que proponga—.
Además, al construir su argumentario en base a la oposición entre ideología (política) y verdad (científica), el concepto de ideología queda reducido a la definición universal que el marxista Terry Eaglton dio de ella: que es como la halitosis, aquello que siempre tienen los demás. Sin embargo, como veremos más adelante, es difícil hablar de los hallazgos científicos acerca de la diferencia entre los sexos desde la neutralidad.
Rafa Martí: La libertad de expresión es libertad de expresión. La nota del CEO de Google justificando el despido de Damore habla de que los empleados de la compañía tienen libertad de expresión pero, en este caso, se han tocado los valores centrales de la organización. Es decir, que en Google hay libertad de expresión hasta que esta se ejerce.
El CEO de Google apoya la libertad de expresión excepto cuando expresas tu opinión libremente. pic.twitter.com/aev58jVJV5
— Cristian Campos (@crpandemonium) 8 de agosto de 2017
La libertad de expresión es parecida a la confianza. Todo el mundo confía en un amigo cuando todo va bien, pero cuando la confianza cobra sentido real es cuando todos los indicios hablan de que ese amigo no es en realidad un amigo, y aún así, se confía en él. Por ello, la libertad de expresión no es un doodle que celebre el día de la libertad de expresión, sino la posibilidad de ejercerla sin represalias del tipo despido o, como denuncia Damore, sin la autoimposición originada en la vergüenza pública de exponer lo que se piensa, porque eso no forma parte del mainstream.
La libertad de expresión es algo tan manido, tan olvidado y tan sencillo como lo que la biógrafa de Voltaire Evelyn Beatrice Hall dijo: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Eudald Espluga: La “censura” está de moda. La palabra censura se ha convertido en el fetiche de todos aquellos que ven que sus ideas —hasta ese momento dominantes— son rechazadas, vituperadas y estigmatizadas en la discusión pública. Sin embargo, ¿qué pasa entonces cuando las ideas presuntamente censuradas encuentran multitud de canales para su expresión?
Algo así nos encontramos en el caso del manifiesto a favor de la “diversidad”: se asume que Google, con sus políticas “extremas” y “autoritarias”, esta censurando aquellas ideas que estas mismas políticas afirman abiertamente estar revertiendo.
Pero, ¿tiene sentido hablar de “libertad de expresión” cuando te refieres a la expresión de aquellas ideas que, de hecho, son dominantes? ¿Se puede hablar de “censura” de unas ideas que estás combatiendo explícitamente?
Rafa Martí: Damore insiste, en la línea de los psicólogos evolucionistas y de los críticos sociales Steven y Susan Pinker, Jonathan Haidt o Jordan Peterson la importancia de incluir a los conservadores en el debate público. La democracia es precisamente un parlamento en el que la derecha tiene que existir. Claro que Google no es un estado democrático, y sus valores los decide la compañía. Pero es cuanto menos paradójico que una empresa que se esfuerza en vender los valores más opuestos al autoritarismo se viva una auténtica cámara de eco donde solo reverbera lo que la compañía acepta como valores orgánicos y rechaza todo lo que se salga de ellos. Si en el Banco Santander es obligatorio llevar corbata roja, se lleva. Pero Google no vende, precisamente, lo que vende el Banco Santander.
Una de las principales críticas al la escuela de Frankfurt o a las políticas identitarias es que su aplicación puede ser mayoritaria pero no universal. Es decir, las ideas conservadoras son dominantes en muchos ámbitos de la sociedad occidental, pero si nos vamos al marco de Google, vemos que las ideas conservadoras son, precisamente una minoría. Las definiciones de mayoría o idea hegemónica y de minoría o grupo discriminado son relativas a contextos geográficos y sociales.
Por ello, en este marco, el conservadurismo, ¿sigue siendo una idea dominante? ¿Quién está abajo y quién está arriba en Google? O, directamente, ¿hablamos de que hay ideas que son superiores a otras? Algunos personajes representativos de la izquierda como Owen Jones han llamado la atención sobre esta contradicción, por ejemplo, en el terreno religioso. La denkverbot o la prohibición de pensar no puede estar condicionada a un marco definido de mayorías y minorías, porque ese marco puede ser relativo.
Eudald Espluga: La discusión sobre la libertad de expresión nos remite siempre a la libertad del individuo. Pone el acento en el emisor, en lo que Isaiah Berlin llamó “libertad negativa”: en el hecho que los demás no me entorpezcan.
Pero vale la pena pensar también en el otro lado: en como nuestras ideas afectan a los demás. Una preocupación que el mismo liberalismo, en algunos casos, se ha tomado muy en serio. Richard Rorty, siguiendo Judith Skhlar, condicionaba nuestra libertad —y, con ello, nuestro compromiso político— a la reducción de la crueldad.
Por ello, debemos reflexionar hasta qué punto puede utilizarse la libertad de expresión como un espantajo para reivindicar unas ideas que refuerzan una distribución social injusta.
Rafa Martí: Más que reforzar la justicia en la brecha de género, el caso del manifiesto y su resolución solo han dado más gasolina a la derecha cultural estadounidense que votó a Donald Trump para quitarle la careta al capitalismo progresista de Silicon Valley y mostrarlo como realmente es: un capitalismo igual —o peor, por sus dobleces— que el de Wall Street. Por reprimir la libre expresión de su empleado y rehuir la crítica racional, Google ha convertido a Damore en la nueva víctima de la monocultura —en sus propias palabras— de la corrección política. Personajes que reivindican el libertarismo cultural o exponentes de la Alt Right han pedido dos camiones de palomitas.
1/ Censorship is for losers. @WikiLeaks is offering a job to fired Google engineer James Damore. https://t.co/tmrflE72p3
— Julian Assange ???? (@JulianAssange) 8 de agosto de 2017
El manifiesto del exingeniero de Google no es un manifiesto que abogue por que se perpetúe la hegemonía de las ideas dominantes. Se le ha tildado de ser un texto contra la diversidad, pero es todo lo contrario: es un manifiesto por la diversidad basada en la honestidad intelectual y en la evidencia científica, en palabras de Eduardo Zugasti en un post de Medium.
Género biológico, género cultural y brecha de género
Eudald Espluga: La acusación general que pesa sobre la política de diversidad de Google es que falta a la verdad, a la evidencia, a la ciencia. Blandiendo el escepticismo científico contra la vil ideología, se invocan las “causas biológicas” que justifican que las mujeres no tengan una representación equitativa en las posiciones de liderazgo porque “por naturaleza” están predispuestas a un tipo de razonamiento que las capacita para otro tipo de desempeño.
Sin embargo, cuesta creer que estas “causas biológicas” puedan determinarse al margen de los sesgos ideológicos que se están discutiendo.
Basta con recordar lo ocurrido con la publicación en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences del experimento de Ingalhalikar acerca de las diferencias entre la estructura de conexión entre partes del cerebro en hombres y mujeres.
A través de una tecnología de resonancia magnética, el “diffusion tensor imaging”, se podía realizar un mapa de la dispersión del agua en las diferentes partes del cerebro, y las imágenes confirmaban precisamente lo que defiende el autor del manifiesto: que el cerebro de las mujeres “está diseñado” para facilitar la conexión entre hemisferios, lo cual permite una mayor conexión entre procesos analíticos e intuitivos, y explica que las mujeres estén más capacitadas para la ayuda y la cooperación que para las actividades competitivas y el desarrollo de habilidades motoras.
Sin embargo, como demostró Fernando Broncano en su estudio, esta conclusión dependía solamente de los estereotipos que proyectaban los investigadores. De hecho, lo que probaban los resultados era la plasticidad del cerebro, y como nuestra sociedad sexista no solo nos determina culturalmente, a través de la educación, sino que incluso llega a modelarnos la estructura del cerebro.
Rafa Martí: La ciencia tiene que estar por encima de los prejuicios ideológicos. Cuando Galileo obtuvo las conclusiones científicamente demostradas de que la Tierra no era plana y dijo que esta giraba alrededor del Sol, la ideología dominante —la teología cristiana— impidió que sus teorías prosperaran. Cayeron en el silencio porque, aunque tuviesen base científica, esta retaba al mainstream ideológico.
“Es normalmente futil intentar hablar de hechos y de análisis con gente que disfruta de un sentido de superioridad moral en su ignorancia”. La frase de Thomas Sowell era aplicable al papa Urbano VIII pero también es aplicable a Google. Damore cita una retahíla de argumentos respaldados por varios estudios que apoyan sus polémicas —pero científicas— tesis sobre las diferencias biológicas entre hombres y mujeres.
Es cierto que también existió una ciencia de la raza que legitimó la esclavitud por conclusiones científicas que consideraban a los negros seres inferiores a los blancos. Como es obvio, la evolución de la ciencia ha desbancado aquellos postulados que parecían irrefutables por su entidad factual.
The #altReich for instance often latches onto the "brain size" so-called 'science' (debunked in the eugenics 'golden age') to defend racism
— Dr. Roy Schestowitz (@schestowitz) 8 de agosto de 2017
Los estudios científicos que usa Damore y los que le contradicen pueden tener un sesgo ideológico inicial. Y también es cierto que la ideología prima en el momento de aferrarse o rechazar un estudio que respalde o contradiga las ideas de uno. Sin embargo, la ideología debería estar totalmente desligada de las conclusiones científicas, aunque la primera nunca haya dejado en paz a las segundas, como recuerda Alice Dreger. En el caso de Damore, las respuestas a sus argumentos científicos han sido, casi en su totalidad, ideológicas.
Eudald Espluga: Lo que las políticas de diversidad tratan de combatir no es solamente la igualdad de acceso a ciertas posiciones de poder, aunque —por razones de justicia— ese sea su objetivo explícito e inmediato.
De lo que se trata es también de cambiar los valores dominantes —asociados tradicionalmente a la masculinidad— que imperan en el mundo político y empresarial. En este sentido, podemos decir que este tipo de políticas lo que intentan es revertir el peso de la carga de la prueba: no que las mujeres tengan que demostrar que están capacitadas para habitar un mundo regido por la racionalidad fría, el individualismo, la capacidad de distanciarse de la situación y la capacidad de decisión en términos binarios, sino que es la estructura política y social la que ha de demostrar que es capaz de incluir una serie de valores que hasta ahora había depreciado.
Además, como se defiende desde la tradición feminista que ha encabezado Carol Gilligan, se destaca no solo que los valores tradicionalmente asociados a la esfera de la maternidad y los cuidados —concepción narrativa de las identidades, pensamiento contextual, consideración de las emociones, rechazo del razonamiento binario— tengan una representación en la esfera pública, sino que se desvinculen también de lo femenino (entendido como esencia o "eterno").
Rafa Martí: El género es una construcción cultural indisociable de la influencia biológica. La definición biológica se retroalimenta, a su vez, por la construcción cultural del género. Pero nada de esto niega que haya diferencias —mínimas o máximas— entre hombres y mujeres. El texto de Damore, y en la línea del feminismo de autoras como Camille Paglia o Cathy Young, aboga por una aproximación al individuo basada en las evidencias científicas que definen a cada género, por encima de su pertenencia a un grupo sexual político que tiene que igualarse a otro (lo que él llama tribalismo).
El propio Damore explica en su manifiesto que, si bien las mujeres han logrado, en gran parte, huir de los condicionamientos de su estereotipo de género gracias al progreso del feminismo, los hombres siguen presionados por adaptarse a su propio etereotipo de género.
Esa línea feminista denuncia que tratar por igual a hombres y mujeres —ojo, no en cuanto a sujetos de derecho— solo consigue perpetuar una situación injusta para las mujeres. Claire Lehmann, editora de Quilette, recuerda en un artículo del pasado marzo cómo la minimización de las diferencias biológicas entre géneros en campos como la medicina o la salud ha conducido a resultados realmente dañinos, sobre todo para las mujeres.
Eudald Espluga: Un último argumento que toma forma condicional: incluso en el caso que el autor del manifiesto tuviera razón, y existieran causas biológicas que determinaran la incapacidad de las mujeres, esto no justifica que esta desigualdad natural se vea revertida en el plano político. De hecho, estas supuestas diferencias deberían ser un argumento más en contra de las estructuras sociales que las traducen en el plano político en forma de exclusión.
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