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Opinión
Terrorismo incel: ¿ha derivado el no follar en un fanatismo asesino?
/OPINIÓN/ “Cuatro asesinos en masa se han autodefinido como "célibes involuntarios" antes de cobrarse la vida de 42 personas. ¿Por qué seguimos sin considerarles terroristas?”
El 23 de abril de 2018, Alek Minassian mató a 10 personas e hirió a otras 15 con una furgoneta blanca en una de las principales calles de Toronto (Canadá). Fue detenido 25 minutos después. A pesar de que en los primeros momentos la policía sospechó que se trataba de un caso más de yihadismo, del ataque de un lobo solitario en nombre del Estado Islámico, los cargos por terrorismo fueron descartados en cuanto se produjo la detención.
Minassian era un hombre blanco de clase media, de 25 años y sin antecedentes penales. No había interactuado con ISIS jamás. No pertenecía a ningún movimiento político defensor de la lucha armada. Lo único que los investigadores encontraron en sus redes sociales fue este mensaje críptico: “Infantería Recluta privada Minassian 00010, desea hablar con el Sargento 4chan por favor. ¡La Rebelión Incel acaba de comenzar! ¡Derrocaremos a todos los Chads y Stacys! ¡Saluden todos al Supremo Caballero Elliot Roger!”. Los investigadores no le dieron suficiente importancia a estas palabras, ni tampoco las relacionaron con un movimiento terrorista. Pero quizá deberían haberlo hecho.
We’ve just obtained this Facebook post from the accused Alek Minassian, suspected in the #yongeandfinch mass casualty. Posted early this afternoon. FYI Incel=involuntarily celibate. Elliot Rodger killed 6 ppl at UCSB in 2014 before killing himself @globalnewsto pic.twitter.com/W84xt3D85I
— Catherine McDonald (@cmcdonaldglobal) 23 de abril de 2018
El Supremo Caballero Elliot Roger no es otro que un asesino universitario de 22 años que el 23 de mayo de 2014 mató a puñaladas a sus dos compañeros de piso, luego disparó y asesinó a dos mujeres y a otro universitario, para finalmente pegarse un tiro en la cabeza. En total dejó 6 muertos y 14 heridos. Antes de cometer sus crímenes envió un manifiesto de 107.000 palabras titulado Mi mundo retorcido: la historia de Elliot Rodger, en el que decía: "Todo lo que quería era encajar y vivir una vida feliz, pero fui expulsado y rechazado, obligado a soportar una existencia de soledad e insignificancia, todo porque las hembras de la especie humana eran incapaces de ver el valor en mí".
El manifiesto y la figura de Rodger fue enseguida encumbrada al trono de los incels, un movimiento de los autodenominados “célibes involuntarios” surgido en los últimos años en la oscuridad de los hilos de foros como 4chan y Reddit. ¿Sus características? Hombres enfurecidos con las mujeres por no fornicar lo suficiente, o directamente por no haberlo hecho nunca, que entre lloros por su desgracia abogan por la violación y la creación de un nuevo ejército con el que derrocar a los Chads y Stacys, hombres y mujeres respectivamente, con éxito en materia de satisfacción de impulsos sexuales y románticos.
Después de Rodger y antes de Minassian, Chris Harper-Mercer asesinó a 9 personas en un instituto de Oregon tras haber estado meses quejándose en foros de incels de que no tenía novia y haber colgado una amenaza antes de la matanza. A comienzos de este año, Nikolas Cruz, asesinó a 17 personas en un instituto de Florida y colgó meses antes la frase “Elliot Rodger no será olvidado” en Youtube.
Captura de pantalla
Los cuatros asesinos tenían en común su frustración por lo que consideran una sociedad superficial y narcisista que les marginaba obligándoles al celibato. Eran los beta recluidos en el sótano del rascacielos de la jerarquía sexual, que veían cómo los alfa deambulaban por los lofts de las últimas plantas con una copa de champán en una mano y otra en el trasero de alguna mujer objeto que pareciera salida de una revista Playboy. Porque no nos equivoquemos, los incels no son asexuales, son hombres que reducen a las mujeres a “perras malvadas” que si se hubieran follado a Rodger, este no habría tenido que matar a nadie.
Tras el ataque de Minassian, han proliferado columnas de opinión que se preguntan si no es posible parar los pies a los incels antes de que cometan más asesinatos concediéndoles lo que más quieren: sexo. El economista Robin Hanson, de la Universidad George Mason, escribió un texto publicado el 26 de abril: “Uno podría argumentar plausiblemente que aquellos con mucho menos acceso al sexo sufren en un grado similar a aquellos con bajos ingresos (...) El sexo podría redistribuirse directamente, o el dinero en efectivo podría redistribuirse en compensación”. Una de las peores cosas de la visión de Hanson es que, tal y como apunta Jordan Weissmann en Slate, sus opiniones llevan siendo espeluznantes desde que en 2009 comparó las violaciones con la infidelidad femenina asegurando que “biológicamente la infidelidad es un daño reproductivo mayor que la violación”.
Agarrado a esta idea, Ross Douthat, del New York Times, apunta en un texto titulado La redistribución del sexo, que las mejores maneras de redistribuir la satisfacción sexual son la legalización de la prostitución y la pornografía virtual, así como los robots sexuales, dos asuntos, además, que interesan en gran medida a la izquierda. Pero Douthat se olvida que las defensoras de la legalización del trabajo sexual no apoyamos que las mujeres puedan normalizar su situación, tener una protección social digna y no ser estigmatizadas por la sociedad con el fin que los hombres satisfagan sus deseos si no que lo hacemos porque creemos que las mujeres tienen plena libertad de elegir su trabajo y de ser putas si les da la gana. En el caso de los robots sexuales, los incels a duras penas podrán sentirse realizados sexualmente entre otras cosas porque lo que buscan es someter a un mujer y a no un consolador robotizado de 1,70 de altura y pelo de nylon.
La frustración del derecho sexual forma parte de una ideología patriarcal en la que el éxito se mide en relación al número de veces que has follado y el número de seres distintos con los que has follado. A propósito, el novelista Michel Houellebecq escribía en Ampliación del campo de batalla que “no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación con completa independencia del dinero y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como este”.
El socialista francés Charles Fourier describió también en el siglo XVIII la necesidad de un “mínimo sexual” en el que todos los seres humanos deberíamos tener asegurada la satisfacción sexual para evitar la corrupción de la vida cotidiana y las relaciones. La diferencia ante el pensamiento del padre del cooperativismo y el economista Hanson es que las relaciones sexuales, para que sean un derecho humano, deben ser siempre consensuadas. Como diría Rebecca Solnit: “no puedes tener relaciones sexuales con alguien a menos que quiera tener relaciones sexuales contigo así como no puedes compartir el sándwich de alguien a menos que quiera compartir su sándwich contigo”.
La pregunta que queda ahora por responder es por qué si cuatro asesinos de masas se han declarado oficialmente incels y entre los cuatro llevan a cuestas un total de 42 muertos, seguimos sin considerarlos terroristas. Quizás sea porque la violencia machista está demasiado arraigada a la construcción de nuestras sociedades, y porque precisamente los que han establecido las bases de esas sociedades no forman parte del grupo amenazado. Llamar al asesinato en masa porque te consideras un mártir del no-sexo, asesinar a una mujer porque no te ha frito los huevos como te gustan o creer que pasarlo bien en unas fiestas tiene que ver con volver a casa con varios videos de violaciones en tu móvil, es suficiente para ser considerado una causa que infunde terror a parte de la población. En este caso, a la mitad de ella.
¿Podemos empezar ya a llamarlo terrorismo machista?
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