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Así es cómo las leyes antidroga han convertido la guerra contra el narco en una contra las mujeres

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En países como Argentina, Brasil, Costa Rica o Perú, más del 60% de la población reclusa femenina está en prisión por delitos de drogas. Son los eslabones más pequeños de la cadena y las que más probabilidades tienen de acabar en prisión

silvia laboreo

28 Noviembre 2017 06:00

“Tengo 31 años y 3 hijas. Empecé a delinquir a los 16 años. Al principio era un ‘eh, vamos al mercado y nos sacamos algo entre todas’. Yo en ese momento robaba sobre todo cosas de guagua (artículos para bebés) porque estaba embarazada de mi hija mayor. A los 19 años conocí al papá de mi hija más pequeña y me fui con él a casa de sus padres en la Pintana. Él tenía conocidos que traficaban y un día me dijo ‘amiguita, trabajemos, trafiquemos’. Empezamos a traficar, él cayó preso y yo me quedé con el negocio. Mi hija era chiquita y la única manera en la que podía estar en casa las 24h del día era traficando. No te movías del escritorio y esperabas a que llegara la plata. Me daban la droga y yo la distribuía para vender, hacía papelinas y esas cosas. Era el eslabón más pequeño de la cadena. En 2012 caí presa”.

"A los 19 años conocí al papá de mi hija más pequeña y me fui con él a casa de sus padres en la Pintana. Él tenía conocidos que traficaban y un día me dijo ‘amiguita, trabajemos, trafiquemos’".

La historia que cuenta por teléfono Úrsula Valdés ocurrió en Santiago de Chile pero podría haber pasado en cualquier gueto en Ciudad de México, Buenos Aires o Lima. Fue Úrsula pero podría haber sido Gaby o María Inés o Alejandra.

La historia de Úrsula se parece demasiado a la de otras mujeres en Latinoamérica. La población carcelaria femenina ha aumentado en la región un 51,6% entre el 2000 y 2015, en comparación con el 20% en el caso de los hombres. En países como Argentina, Brasil, Costa Rica o Perú, más del 60% de la población reclusa femenina está en prisión por delitos de drogas. En Chile el 55% de las mujeres, 787 de las 3.550 encarceladas, se encuentran presas por los mismos delitos. Este aumento no ha sido casual, sino que obedece a las duras políticas de drogas que rigen en el territorio. Leyes que, en lugar de acabar con el problema del narcotráfico, han convertido la guerra contra las drogas en una contra las mujeres.

Los factores que llevan a una mujer a traficar con drogas

“Mi nombre es Gaby, vengo de un pueblo de Oaxaca donde todos trabajan el tema de la marihuana”. Así comienza su intervención esta mujer indígena mexicana presa por tráfico de drogas en el centro de internamiento femenino de Tanivet. Su historia forma parte de una serie de vídeos producidos por WOLA y EQUIS Justicia para las Mujeres con el objetivo de documentar el impacto que tienen sobre las mujeres las leyes de droga en América Latina.

“En el pueblo es como si vendieras pan”, explica esta madre soltera. A los 16 años, Gaby sufrió una violación y se quedó embarazada. Años después tuvo 2 hijos más con un hombre que la abandonó. La parálisis cerebral de su hijo mayor y la mala situación económica de su familia hicieron que se decidiera a tomar el camino del tráfico de drogas. “Nos dedicamos a encintarlo, prepararlo y empaquetarlo. De ahí lo transportamos a donde los compran y lo necesitan”, explica Gaby. “Yo estaba dispuesta a todo porque mi familia lo necesitaba”.

Gaby es el ejemplo del patrón que siguen muchas de las mujeres presas por este tipo de delitos: pobre y con hijos a su cargo.

“A veces el tráfico de drogas es un negocio familiar, también hay casos de coacción, pero muchas entran por necesidad económica; porque tienen que dar de comer a sus hijos. Y entrar en el negocio de drogas combina muy bien con su responsabilidad de cuidadoras. Venden desde la casa, o llevan una cantidad pequeña de drogas que implica estar poco tiempo lejos del hogar”, explica Coletta Youngers, experta en política internacional de drogas y consultora de WOLA.

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Una opinión similar a la que comparte Luciana Boiteux, feminista y experta en políticas de drogas: “en los últimos 30 años se ha producido un incremento en el número de mujeres presas en Latinoamérica, la mayoría de ellas afrodescendientes o indígenas, que se explica por el proceso de feminización de la pobreza, es decir, los factores sociales y económicos que mantienen a las mujeres desproporcionadamente pobres”.

En países como Argentina, Brasil, Costa Rica o Perú, más del 60% de la población reclusa femenina está en prisión por delitos de drogas.

Según datos recogido por 787 anónimas, un proyecto de Renata Ahumada y Camila Pinto que pretende visibilizar el alcance en Chile de esta problemática, el 44% de las mujeres imputadas por estos delitos solo tiene la enseñanza básica, el 96% de las encarceladas lo está por delitos no violentos y el 90% tienen hijos.

También influyen las relaciones de poder asimétricas entre el hombre y la mujer. “El abuso, la violencia, la violación y el ‘amor’ -entendido como una construcción social que reproduce la desigualdad entre hombres y mujeres- crean las condiciones para que las mujeres se inicien en el uso de drogas, o bien, se involucren en la venta o el transporte de las mismas”, se puede leer en el informe “Políticas de drogas, género y encarcelamiento en México: una guía para políticas públicas incluyentes”, publicado recientemente por la organización Equis Justicia para las Mujeres.

El narcotráfico y la justicia, aliados del patriarcado

A Alejandra Duque, una mujer chilena de 40 años, la detuvieron en 2010 en una investigación a una posible banda de narcotraficantes. ¿Su papel en la organización? Trasladar vehículos que serían cambiados por droga en la frontera.

Pese a que hay algunas excepciones, como la Reina del Pacífico en México, las mujeres suelen ocupar el último eslabón en la cadena del narcotráfico. El mundo de la droga es un mundo controlado por hombres y ellas solo ejercen como mulas, empaquetan y distribuyen pequeñas cantidades o venden droga en las esquinas de sus barrios. “Estas mujeres entran en el tráfico de droga por su situación de vulnerabilidad y una vez que entran en el negocio se vuelven aún más vulnerables. Ganan menos, son casi irrelevantes en el negocio y si son detenidas al día siguiente habrá alguien que las sustituya”, explica Youngers.

El 44% de las mujeres imputadas por estos delitos en Chile solo tiene la enseñanza básica, el 96% de las encarceladas lo está por delitos no violentos y el 90% tienen hijos.

Según indica la criminóloga y experta en derecho penal, Alicia Alonso, consultada por 787 anónimas, todo obedece a una estrategia de los altos cargos de las organizaciones criminales para desviar la atención de la policía. Y a su vez, a la policía le conviene que haya mujeres allí porque así incentivan la narrativa más presos=menor delincuencia, que en la práctica no desmantela las redes de narcotráfico.

Además, la mayoría de las políticas prohibicionistas de drogas no siguen una perspectiva de género. “Se cree que hay jueces que dan sentencias más largas a las mujeres por su sesgo de género. Catalina Pérez hizo un estudio en México que demuestra que los jueces tienden a enjuiciar a las mujeres por delitos más graves que los hombres por lo que ellas terminan con sentencias más altas”, explica Coletta Youngers.

Mujer en prisión

Camila, por su parte, da un dato clave para entender el alcance del fenómeno: “de 1995 a 2005, año en el que se promulgó en chile la actual ley de drogas, las mujeres encarceladas crecían en un 30% y el hombre en un 70%. Pero desde el 2005, las mujeres encarceladas empezaron a estar en un 70% y los hombres en un 30%. La situación cambió en 180 grados”.


El mundo de la cárcel, un sistema androcéntrico

“Me citaron a una audiencia y fui. Quedé presa al tiro. No hubo posibilidad”, recuerda Úrsula. “Llamé a mi madre y le dije que estaba presa. Ella no se lo podía creer, soy su única hija y la mayor de seis hermanos. Su única hija era la oveja negra de la familia”, añade.

“Llegas a la cárcel y no conoces a nadie, es terrible. Sobre todo el día a día con mis compañeras, la prisión era como un colegio. Éramos 270 en un patio donde no podías ni pestañear por si acaso te robaban hasta el alma”, explica la mujer.

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A este ecosistema hostil hay que sumar el estigma y el aislamiento que sufren estas mujeres. Mientras que el hombre sigue siendo el líder del hogar incluso si se encuentra preso, en el caso de ellas la entrada en prisión se ve como una traición a su rol tradicional de madre. Este estereotipo de la “mala mujer” afecta también a su vida dentro de la cárcel. “La fila de las visitas en las cárceles de mujeres están siempre vacías y silenciosas, casi nadie acude a excepción de sus propias madres”, recuerda Luciana Boiteaux. La falta de una “red exterior” hace que las mujeres vivan situaciones de precariedad muy específicas: bienes básicos como pastillas anticonceptivas o compresas escasean y muchas de estas mujeres no cuentan con las atenciones necesarias.

¿Y qué pasa con los niños? Cuando cayó presa, Úrsula le tuvo que ceder la custodia de sus 3 hijas a su madre, ya que las niñas eran demasiado mayores para entrar con ella en prisión. Otros van a parar a hogares del Gobierno en condiciones terribles y los que tienen menos suerte acaban en la calle, donde los ciclos de pobreza, drogadicción e introducción en el mercado de drogas se perpetúan.

Salir de prisión, ¿y después qué?

“Tuve a mis hijas joven, perdí la libertad joven, no cambiaría nada de lo que tengo ahora por volver al pasado”. Úrsula salió de prisión el 19 de marzo de 2015 y desde entonces vive tranquila. Ha recuperado la custodia de sus hijas, trabaja y ha colgado los guantes.

Casos como el de Úrsula o Gaby revelan la necesidad de repensar las políticas de drogas actuales. “No hemos logrado un mundo libre de drogas como prometieron los prohibicionistas en el siglo XX. Millones de personas son encarceladas por delitos de drogas, pero las drogas son mucho más fuertes, han aparecido nuevas sustancias, tenemos muchos más consumidores y el mercado de drogas ilegales es más poderoso que nunca. La salud pública no está protegida por las leyes de drogas, fue un terrible error que debería cambiar lo antes posible”, explica Luciana Boiteux.

Para Coletta, es necesario reformar la proporcionalidad de las leyes antidroga, pensar alternativas al encarcelamiento para delitos menores de narcotráfico y bajar las penas. “No tiene sentido que alguien que vende droga termine 20 años en la cárcel. En el caso de las mujeres, ninguna mujer dependiente que ha cometido un delito de drogas no violento debería ser encarcelada y se deberían implantar medidas alternativas para que puedan cuidar de sus hijos”.

Úrsula es una afortunada. No todas las mujeres pueden recuperar sus vidas tras salir de prisión: el estigma y los antecedentes pesan por igual manera. “Tengo amigas que han salido de la cárcel y no han conseguido empleo, por lo que han vuelto a caer en el tráfico de drogas”, explica. “Se deberían abrir más puertas para las personas con antecedentes”, pide. “Mis compañeras tienen hijos, tienen familias. Nosotras podemos dejar de comer pero nuestros hijos no”.

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