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Auge y caída de los inventores de un negocio multimillonario

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Cada niño se convirtió en un cliente potencial de esta marca. El negocio estaba ahí, pero solo había que ser los primeros

Ignacio Pato

15 Marzo 2017 18:48

Ni Adidas, ni Puma, ni siquiera la mítica Umbro con la que Inglaterra ganó "su" mundial en el 66. Para encontrar la primera marca que puso su logo en una camiseta de fútbol tenemos que viajar hasta Leicester, una especie de agujero gris y textil de las Midlands. Allí la firma Admiral cambiaría sin retorno el fútbol.

Su historia podremos verla en la cinta Get Shirty este jueves a las 18:30 en los cines Maldà, dentro del programa de la cuarta edición del Offside, el festival de cine documental de fútbol de Barcelona.

Cuando Bert Patrick vio precisamente levantar aquel trofeo Jules Rimet a Bobby Moore pensó por qué no. Ahí comenzó el proceso por el cual una empresa casi familiar con cien trabajadoras, muchas de ellas llevando décadas allí -aunque no tanto como la fundación, en 1914- se convirtió en una marca que revolucionó la manera de ver fútbol.


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La suya fue, como tantas otras, una lucha contra los convencionalismos. Empezando por convencer a Don Revie de hacer las camisetas que llevaría su Leeds campeón del 74. No se fió demasiado Revie: les dijo que probasen con la segunda... y aquel amarillo ya es un clásico de culto. Pero todo cambiaría con una llamada de teléfono, la que Don Revie hizo al director general de Admiral: "voy a ser el próximo seleccionador inglés".

Inglaterra había quedado fuera del mundial de Alemania y necesitaba no tanto un puñado de kleenex para llorar como un lavado de cara en todos los sentidos. Admiral diseñó el kit completo de los Three Lions, con un nuevo cuello y una banda roja y otra azul acompañando las mangas. Si la selección no cambiaba de suerte, al menos la marca que la vestía sí: cada niño británico -bueno, quizá en amplias zonas de Escocia o el Ulster no- se convirtió en un cliente potencial.


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Fue así cómo Admiral cogió simples uniformes deportivos y los convirtió en piezas de moda y, no menos importante, en productos altamente monetizables. Le seguirían Tottenham, Manchester United, Southampton o West Ham, pero también el Estrella Roja de Belgrado, el Eintracht de Frankfurt, el Bologna, los LA Aztecs o la selección de Gales, otra de sus creaciones más recordadas.



Abrieron camino y la rompieron con la camiseta de Inglaterra de los primeros ochenta. Abrieron camino y enseguida llegó la competencia. El punk y la Thatcher. Los recortes y los créditos.

Admiral quebró, y por el camino dejó un puñado de enfermos por el coleccionismo de camisetas deportivas. También alguna pieza inencontrable que otra. Inició un negocio multimillonario. Quebró, pero también resurgió. Basta preguntar en el equipo inglés que posiblemente mejor guarda las esencias del fútbol añejo, el de los aficionados, basta preguntar en el Wimbledon.


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