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Food
Cuando la mitad de su cuerpo era grasa, Mai Oltra decidió hablar de adicción a la comida, palizas en la escuela, piel sobrante, gordofobia y las mentiras de la nutrición por Internet
13 Mayo 2017 09:43
Fotos: @entretallas
Mai Oltra corrió su primera carrera de 10 kilómetros el domingo pasado. Nadie se podía imaginar hace un año y medio que lo conseguiría. ¿La razón? Llegó a pesar 114 kilos y a día de hoy pesa 61. “Lo mismo que cuando tenía 8 años”, dice Mai. "Ya entonces ni podía correr". La obesidad que sufría venía de muy lejos pero en un año consiguió perder los 51 kilos que le estaban quitando la salud. "Me iba la vida en ello", dice.
Esta es su historia.
I. "¿Tú te has visto cómo estás? No vas a poder adelgazar jamás". De 114 kilos de vergüenza a 63 kilos de pura autoestima
“He hecho esto por salud. Un día, subiendo las escaleras de mi casa, porque vivo en un cuarto piso sin ascensor, tuve que pararme en el segundo. Con 27 años tenía que pararme a coger aire. Medía un 1,63, pesaba 114 kilos y tenía un índice de masa corporal del 45.5%, lo que significa que casi la mitad de mi cuerpo era grasa, grasa que oprimía mis órganos y mis arterias. Y me asusté. Me dí cuenta que me iba la vida en ello”, empieza explicando Mai, que se dedica a la fotografía.
Comía normal la mayor parte del tiempo, pero si tenía un día malo podía darse un atracón de hasta 10 mil calorías. Había intentado adelgazar en muchas ocasiones y no tenía ninguna certeza que esta vez fuese a ser la definitiva. “Me he puesto todas las excusas. He hecho todas las dietas habidas y por haber. Y si entonces no tuve éxito fue porque lo hacía para los demás, para los que consideraban que estéticamente mi cuerpo estaba mal. Esta vez, mi proceso de adelgazamiento, de cambio de hábitos, nace de mi amor hacia mí misma. Lo hice sólo por mí. No lo he hecho por nadie más”.
Casi la mitad de mi cuerpo era grasa, grasa que oprimía mis órganos y mis arterias. Me dí cuenta que me iba la vida en ello.
Por nadie. Ni por los que le dieron palizas en la escuela y se rieron de ella por ser la gorda de la clase. Ni por los pseudonutricionistas charlatanes que la han parado en la calle ofreciéndole milagros. Ni por el endocrinólogo que le dijo “No, tú no puedes adelgazar. ¿Te has visto cómo estás? Ya no se puede hacer nada más”.
Explica que todavía recuerda el desasosiego que le provocó ese momento: ”Salí de la consulta con la voz de un especialista, de la autoridad, metida en la cabeza, diciéndome que para mí no había otra solución que una operación de estómago. Pero insistí hasta que me dio una dieta y me pusieron en un grupo que era una especie de ‘gordos anónimos’, donde yo, con mis 109 kilos, era la más delgada. Fui a 2 sesiones; no fui a más, no fui capaz. No sentí que me ayudaran en nada, ni que me fueran a motivar, ni a hacerme creer que lo podía conseguir. Noté que se lo tomaban como un trámite antes de la operación, que es lo que te haría adelgazar”.
Después de este episodio, llegó a su peso máximo: “114 kilos de vergüenza —leo en su blog Entre Tallas—. Y te voy a decir por qué. Llevo 10 años con mi pareja, hace 7 que vivimos juntos y nunca le había dicho mi peso porque me avergonzaba, porque 114 kilos es muchísimo y jamás lo había dicho en voz alta”. Tampoco la había visto nunca dándose un atracón y cuando se lo dije hace 6 o 7 meses, no se lo creía, “pero es que yo lo ocultaba y así es como si no estuviera pasando”.
Me pusieron en una especie de ‘gordos anónimos’, donde yo, con mis 109 kilos, era la más delgada.
Finalmente, dio con los médicos adecuados. “Siempre tiene que ayudarte un profesional”, recalca Mai. “Yo sabía que para que este cambio pasara necesitaba ir a un médico para rendirle cuentas, pesarme delante suyo cada 15 días y dar la cara y pasar vergüenza si engordaba porque había comido de más”. Y fue. Antes cambió la cita hasta 8 veces, procrastinando. Pero el día llegó: “el 18 de septiembre de 2015, llorando como un bebé, le dije a mi médico de cabecera: ‘¡Quiero cambiar de vida!".
II. ”Los trastornos alimentarios son los más duros de vencer: desengancharse de la comida pasa por seguir comiendo”
“Sabía lo que tenía que hacer, porque cuando te sobran 51 kilos y no es a causa de una enfermedad, está muy claro: come sano y haz deporte”. Así que se puso manos a la obra.
Tras la visita al médico, tocaba vaciar la despensa para renovar el menú. Fuera bollería, chocolates y otros dulces. Bienvenidos vegetales y frutas frescas. “No me gusta llamarlo ‘dieta’, sino ‘proceso’. Porque ha sido un cambio de hábitos alimentarios, hacer más ejercicio, una reeducación para que esto sea un contínuo en mi vida. En cambio, la dieta la empiezas y la acabas. Además, es una losa, un castigo: tú dices “Estoy a dieta” y te dicen “Ay, lo siento”. Siempre se asocia a que necesitas adelgazar porque estás gordo".
“Lloré mogollón. Tenía el monazo de azúcar".
En este proceso, cuenta Mai, fue fundamental el apoyo de su pareja. “Él es muy delgado, coma lo que coma y en las cantidades que coma. Pero le dije: ‘yo lo que no voy a hacer es verte a ti comer pizza y yo comer brócoli. Fuera de casa haz lo que te dé la gana. Sal, cómprate 16 donuts y cómetelos doblaos si te apetece’”. Tener estos productos en casa hubiera sido como tener el enemigo agazapado en la alacena. Su pareja lo entendió y en parte gracias a él Mai puede contar lo siguiente: “Ahora comprendo por qué hay mucha gente que no puede seguir con buenos hábitos si tiene alguien al lado que no le apoye y crea en él”.
Mai dice que la primera semana de cambios fue horrorosa. “Lloré mogollón. Lloraba tanto que fui al médico pensando que estaba deprimida, que me pasaba algo grave y me dijeron: ‘Tú lo que estás pasando es el monazo del azúcar’. Y esto fue una de las etapas más duras”.
Una de las cosas más duras fue darme cuenta que yo tenía adicción a la comida.
“La otra fue darme cuenta, hace poco, que yo tengo adicción a la comida. Lo descubrí en las Navidades pasadas, que fueron la primera vez que me enfrenté a una mesa rebosante de manjares. Yo ya no estaba perdiendo peso y tenía que reincorporarme a la normalidad. En cambio, cuando vi aquella mesa, me dí cuenta que me lo hubiera comido todo. Pero hasta el mantel. Me pasé toda la cena con ganas de llorar, porque quería tirarme encima de la mesa y revolcarme encima de la comida. Exagero, ya me entiendes, pero la verdad es quería comer mucho. Le dije a mi enfermero: ‘Lo he pasado muy mal. ¡Ha sido horrible! ¡No estoy curada!’. Sentí mucha frustración porque pensaba que ya había terminado todo. Y no. Por eso hablo de una adicción. Y hablo en presente, aunque sé que puedo llegar a superarlo para que no rija mi vida. Y estoy en ello, porque a día de hoy me siento más liberada de la comida”.
Por extraño que parezca, la adición a la comida puede ser tan difícil de cortar como la de cualquier droga. Su terapeuta se lo explicó así: “Que sepas que los trastornos alimentarios son de los más duros de vencer. Porque, tú eres cocainómano y dejas de salir con los amigos que toman coca. Pero aunque seas adicto a la comida, no puedes dejar de comer. Tienes que levantarte por la mañana, hacerte el desayuno y decidir qué vas a comer. Desengancharse de la comida pasa por seguir comiendo". "Por eso lo que más me ha ayudado es cobrar consciencia que yo necesito comer para alimentarme. Fin. Porque para sentirme bien, para quererme más, no necesito comer más”.
Desengacharse de la comida es muy difícil, porque pasa por seguir comiendo.
“Por todo esto, es un proceso que hay que hacer cuando estás en un momento mental fuerte. Porque es muy duro dudar de ti cada día, querer tirar la toalla cada día. Y porque vivimos en una sociedad que nos dice menosprecia el esfuerzo de los demás, que a muchos nos ve en un proceso de adelgazamiento y nos repite y una y otra vez aquello de ‘¡ay, pero cómete un croissant, que por un día no pasa nada, si ya estás delgada!’. Enfrentarme a esto, ser fuerte y decir ‘no’, eso es lo que pienso cuando la gente me dice que tiene mucho mérito lo que he hecho. Eso y el proceso de mantenimiento. Porque lo fácil ha sido adelgazar”.
III. 'Un disfraz de tigre’: sobre enseñar las estrías y la piel colgante en Internet
Mai peleó y aquí está, sonriente, contándome una historia que vio la luz por primera vez en el blog Entre Tallas y que ahora ha crecido en sus cuentas de Instagram y Youtube. Fue su enfermero que le recomendó que se hiciera fotos para que pudiera compararse y notar mejor las diferencias. “Había adelgazado 30 kilos y seguía viéndome muy gorda. Y de repente dije que me haría un instagram, porque a mí también me había servido mucho ver a chicas en este proceso”.
Recientemente ha publicado dos vídeos en los que muestra cómo le ha quedado la piel después de perder tantos kilos y los cosméticos que se ha aplicado para lograr los mejores resultados posibles. Y es algo que no se suele ver en las redes. “Todo esto se oculta. Por eso creí necesario hacer estos vídeos. Ha sido liberador, porque una de las cosas que mayor satisfacción personal me da hoy en día es que me vean como soy. Pero me costó un montón hacerlo, porque te expones a que te juzguen y en mi caso remueve el bullying que sufrí en el pasado.
De ahí que el día que lo subí me lo pasara muy seria. ‘No es una broma lo que acabo de hacer’, pensaba entre mí. Y, claro, los haters me han escrito diciendo ‘¡Opérate! ¡Qué asco dan tus pieles!’ ¡Todavía tienes los muslos gordos!’. Pero el 90% de las reacciones han sido en plan ‘Tía, ¡esta es la realidad que queremos ver!’. Y es que hay otra gente que me dice “¡Péinate!”, porque en algunas fotos salgo después de haber hecho ejercicio. Hay que dejar de enmascarar estas cosas en las redes porque parece todo muy perfecto, no lo es y esto crea expectativas en la gente”.
Una de las cosas que mayor satisfacción personal me da hoy en día es que me vean como soy.
Porque estas pieles son colgantes, son medallas que Mai ha ganado en su combate contra años de bullying, contra sus miedos, contra la ansiedad, contra la adicción a la comida, contra la obesidad. O en sus palabras: “Hay una canción de Hidrogenesse que se llama ‘Disfraz de tigre’ y yo me siento así, tengo piel de tigresa, con estrías y mucha piel, señales de haberme enfrentado a la vida. Sufría mucho más antes, cuando en ocasiones me odiaba por mi aspecto, que ahora que enseño las cicatrices”. Para la gente que se plantea perder peso y le da miedo esta piel colgante, tiene el siguiente mensaje: “No es excusa. Las pieles compensan infinito+1. Pienso en mi vida ahora y en mi vida con 114 kilos y compensa el puto pellejo de la tripa”.
IV. ”Si a mi coche le pongo la mejor gasolina, para mi cuerpo quiero lo mismo”
En este proceso, ha habido mucho aprendizaje. "He cogido consciencia de lo que comemos, de la calidad de los alimentos, de lo que está establecido como un premio. Porque oigo a alguien que dice “He llevado a mi hijo a McDonald’s de premio” y hago “¡AAAAARGH! ¿Pero qué le estás enseñando a tu hijo?” (se lleva las manos a la cabeza). Yo no voy a McDonald’s y aunque pudiera, no iría. Porque ahora asumo la comida como gasolina para mi cuerpo y si a mi coche le pongo la mejor gasolina, para mi cuerpo quiero lo mismo”.
Si vemos a alguien por la calle comiendo una manzana creemos que está enfermo o estreñido.
Identificar las raíces del problema ha sido vital para Mai. "He tenido siempre ansiedad y no lo he sabido a ciencia cierta hasta hace poco. Me doy cuenta que las matemáticas son muy importantes, pero que te enseñen a diferenciar la ansiedad, de la tristeza, de la rabia, es vital. A mí no me lo enseñaron y mi adolescencia fue jodida. Porque entonces ya comía a escondidas por la noche de la ansiedad que me producía tener que ir al cole el día siguiente, porque sabía que iban a burlarse de mí, a insultarme y a pegar. Y cuando comía mal, alimentaba mi ansiedad, mis miedos, mis frustraciones. No estaba alimentando mi estómago. Hoy estoy alimentando mi autoestima, para nutrir el cuerpo, que es lo único que tenemos nuestro”.
“La gente me dice: ‘¿Es que no te das ningún capricho?’ y les digo 'Sí, pero tus caprichos no son los míos. Tu capricho es una tableta de chocolate y yo pienso en eso y ¡me entra un horror!'". Porque Mai explica que en este año ha aprendido a reeducar el paladar. “Nos hemos acostumbrado a que todo, para que esté bueno, tiene que saber un montón. Pero yo ahora me como un dátil y exploto de dulzor. Y antes hubiera pensado, ‘¡Pero qué mierda. Esto no sabe a nada. Dame una tableta de chocolate, que esto sí sabe’”.
—He llevado a mi hijo a McDonald's de premio. —¡AAARGH! ¿Pero qué le estás enseñando a tu hijo?
Es innegable: estamos demasiado acostumbrados a comer mal. Mai está de acuerdo y recuerda un tuit que decía algo así como “Si vemos a alguien por la calle comiendo una manzana creemos que está enfermo o estreñido”. A ella le dicen, medio preocupados, medio envidiosos “es que comes muy sano”, como si comer sano fuera lo raro o incluso lo malo. “O a morirse de hambre o a no disfrutar de la vida, porque si no lo haces en exceso parece que no disfrutes y creo que ese es uno de los grandes problemas de esta sociedad. A mí me juzgan mucho por eso. Incluso he perdido a amigos durante el proceso porque no lo entendieron. Pero sé que como lo que me pide el cuerpo y de una forma consciente”, sentencia Mai. “Esto ha sido lo importante de todo este proceso. Porque mi cuerpo no necesita para nada un paquete de galletas, no está diseñado para pedirte eso. Eso lo pide el monstruo del azúcar, ese señor que llevas dentro".
V. “En algún día malo, todavía cruzo la calle para evitar pasar frente a una panadería”
Después de conseguir algo grande, da miedo ver hasta dónde has llegado y cómo de dolorosa puede ser la caída. Y ver las caras de los que te pueden ver volviendo a la primera casilla. Mai me lo confirma: “este proceso también me ha generado algunos miedos”.
Uno de ellos tiene que ver con la sociedad. "Que España tenga un índice de obesidad tan alto es muy preocupante. Me da miedo porque yo he estado en ese lado y no me he dado cuenta; he tardado más de 20 años en darme cuenta que sufría una obesidad mórbida de tipo 3”.
“Somos una sociedad que lo celebramos todo comiendo”, añade Mai. Es muy cierto, cualquier excusa es buena para comer y eso puede resultar difícil con alguien que trata de salir de una dinámica. “También queremos inmediatez, tenemos menos tiempo y preferimos dedicar tiempo a salir con los colegas que a comer, a cocinar o a hacer la compra. Esto y la comodidad nos está quitando la conciencia de lo que comemos”. De ahí que Mai haya empezado #comersanonoescaro, un proyecto semanal junto con la enfermera Noelia García con el que quieren demostrar que con un presuesto ajustado puede comerse muy bien.
La inmediatez y la comodidad nos están quitando la conciencia de lo que comemos.
Otro miedo inevitable tiene que ver con la recaída. “Llevo 6 meses en mantenimiento, hace 1 año y medio que no me doy ningún atracón. Pero uno de mis mayores miedos ha sido volverme a refugiar en la comida si estoy mal. Y en algún día malo todavía cruzo la calle para evitar pasar frente a una panadería. Esos días me da miedo pensar '¿Y si algún día me vuelve a pasar?'. Pero cada vez tengo más claro que si algún día tengo un problema y vuelvo a engordar 50 kilos, pues nada, volveré a adelgazarlos porque sé que puedo y soy capaz”.
Si vuelvo a engordar 50 kilos, pues nada, volveré a adelgazarlos porque sé que puedo y soy capaz.
Le pido que recuerde un momento feliz de toda esta experiencia. Y sin dudarlo, dice: “el día que corrí mi primera carrera, de 5 kilómetros. Porque uno de mis grandes traumas en la escuela fue correr y yo no corría. ¡Me habían dicho tantas y tantas veces que nunca podría hacerlo…!”. Cuando faltaba un kilómetro, se puso a llorar. Sabía que en la meta le esperaban dos recuerdos. El primero, el de su padre, que antes de fallecer hace 5 años le dijo “Mai, yo sólo te pido que te cuides. Por favor, cuídate”. Y el segundo, la Mai de 8 años, la niña con ansiedad, la gorda de la clase que no corría. “De repente vi todo el proceso, vi dónde había llegado, vi todos los fantasmas y problemas que estaba venciendo. Y la fortaleza mental que he ganado en este tiempo. ‘Todo lo que has pasado ha sido para llegar a este momento vital’, pensé. Fue la hostia”.
*BONUS TRACK: Gordofobia vs. El peligro de la obesidad
Abordar la experiencia de una persona que sufrido sobrepeso u obesidad es difícil. ¿Por qué hay personas con obesidad que defienden su peso? Para Mai “hay mucha gordofobia. Porque a mí me han llegado a rechazar de ofertas en empresas diciéndome que tenía un muy buen currículum pero que no daba la imagen. También he tenido que escuchar cosas como ‘Para lo gorda que estás eres muy ágil’ o ir al médico y que todos, absolutamente todos los problemas que tengas sean porque estás gordo. Así las cosas, es difícil entender que una persona con obesidad quiera aceptarse”.
“Pero yo soy muy partidaria del movimiento body-positive, porque todo pasa por el amor propio. Este es uno de los mensajes que quiero transmitir y es a la vez algo delicado. Porque bajo esto puedes ocultar problemas de salud importantes. Por ejemplo, cuando pesaba 114 kilos, dije muchísimas veces la frase ‘yo tengo muy buenas analíticas’. Y no era ninguna mentira en ese momento. Pero, ¿y en 10 años habría sido verdad? Probablemente no. El médico me llegó a decir que si mi cuerpo hubiera soportado ese peso durante 3 años más, me hubiera reventado las rodillas y a día de hoy no podría hacer deporte”.
“Por otro lado, uno de los motivos por los que también empecé este proceso fue porque en algún momento querré ser madre y me parecía de un egoísmo extremo tener un hijo siendo obesa. Porque esto, médicamente, comporta un riesgo para la madre, sí, pero también para el feto, que es un ser que no está pidiendo nacer”.
Mai acaba la entrevista con un recordatorio: “De todos modos, si alguien está bien siendo obeso, se siente genial y asume todos los riesgos de salud que conlleva, hay que respetarlo. Yo también me he mirado en el espejo con 114 kilos y me he visto sexy y me he dicho '¡Lo petas!'”.
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