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La batalla de las ratas: la tradición violenta e ilegal que defiende un pueblo de España

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Niños, adultos, gobernantes y policías consienten esta salvajada al grito de "¡Queremos ratas!"

Rosa Molinero Trias

13 Julio 2017 16:28

PACMA

Cada último domingo de enero, en la localidad valenciana de El Puig de Santa María, ocurre algo insospechado: niños y mayores se arrojan una docena de ratas muertas en una suerte de batalla. La “batalla de las ratas” está prohibida desde 1996 por atentar contra el bienestar de los animales, pero los vecinos esperan con ansias que siga celebrándose año tras año.

Durante esta festividad dedicada a San Pedro Nolasco, patrón del pueblo, los chicos jóvenes se organizan en los llamados quintos, que se refiere a la generación que iba a ser llamada al servicio militar cuando todavía existía. Este era su rito de paso y ahora lo recuerdan vistiéndose con ropas de camuflaje y llevan la voz cantante en actividades como la Trencá del perol (una suerte de piñata) y la Batalla de las Ratas en la estrecha Plaza de la Constitución.

La Trencá del perol es una piñata llena de caramelos y otros dulces, que en la antigüedad se sustituían por pollos y conejos vivos con los que cocinar la paella. Pero después fueron reemplazados por ratas, también vivas, que una vez quedaban liberadas de esa jaula de barro salían despavoridas por las calles. La atracción entonces era apalearlas hasta matarlas para así poder iniciar una batalla entre vecinos usando los cadáveres de los roedores como arma arrojadiza.

PACMA

“La salvajada se hizo tan popular que, a pesar de no figurar en el programa y siendo una actividad ilegal, adquirió nombre propio y orgullo de emblema local”, dice Miguel Ángel Rolland, director de Santa Fiesta (2016), el documental que grabó esta y otras actividades de maltrato animal que se hacen pasar por fiestas.

“Sienten que deben agredir a los que la critican, a quienes documentan e informan. Por eso no quieren ver ni cámaras de fotos, ni videocámaras, ni defensores de los animales. Así que bien pronto los paisanos empiezan a avisarnos, mientras acabamos de comer, con nuestros equipos bajo la mesa. “¿No seréis del Pacma?” nos preguntan…”, relatan en la web de Santa Fiesta. Porque el PACMA ha denunciado repetidas veces esta práctica considerada tradición y ha indicado que el Ayuntamiento “han desoído su propio compromiso por escrito de velar por el cumplimiento de la Ley de Protección de los Animales de la Comunidad Valenciana”.

Las consecuencias de querer documentar la Batalla las sufrieron injustamente un equipo del periódico Levante. La muchedumbre los rodeó, le quitó la cámara a la fotógrafa, una de las periodistas recibió un puñetazo por la espalda, tirones de pelo y tocamientos. También estropearon su trabajo: pudieron recuperar la cámara cuando estaba a punto de ser destrozada por unos chicos pero les habían borrado las fotos; también le arrancaron la libreta de las manos y las despedazaron. “Cómo si rompiéndome la libreta fuera a olvidar lo que había ocurrido allí”.

Luego las acorralaron hasta un callejón y llamaron a emergencias, porque la policía local se hallaba cerca pero no intervino hasta que apareció la guardia civil y tuvieron que salir de allí en el furgón policial porque la hostilidad hacia ellas no cesó. Y tampoco el alcalde, que estaba en un balcón viendo los hechos y lo negó cuando le preguntaron, hizo nada para evitarlo. 

“Sentí rabia e impotencia. Estaba incrédula por todo lo que nos estaban haciendo. Estaban como locos”.

En Santa Fiesta, son pocos los minutos que documentan la actividad, pero son más que suficientes para comprobar lo que se vive en esa batalla que empieza el grito de “¡Queremos ratas!”. Sabían a lo que se enfrentaban y decidieron actuar en secreto: “Los vecinos no se percataron de que estábamos grabando porque hubieran peligrado los equipos de filmación y las personas, como ha ocurrido otros años”.

Así vivieron ellos la Batalla de las Ratas:

"Primero se lanzan unos balones de plástico contra la gente, a lo que se suman muchos, en un fuego cruzado de patadones en el que todos acabamos esquivando pelotazos. Cuando las pelotas se han roto los quintos despliegan un cartel en defensa de la tradición, con un lema desafiante que arranca aplausos. En pocos minutos se cuelga una cuerda de un balcón a un tronco de árbol de la plaza, y tras la primera piñata un quinto arroja una rata muerta hacia un grupo de espectadores. Pero inmediatamente aparecen arrojadas más ratas desde otras esquinas. Risas, gritos y complicidad absoluta en la salvajada, donde nadie protesta, la policía ignora y nadie se atreve a fotografiar, a excepción de un par de señores que deduzco que deben ser parientes de los niñatos anfitriones”.

Levante

“Creo que la Batalla de las Ratas no es ni siquiera un espectáculo. Es una muestra más de la licencia para el desfase que permiten los festejos de violencia contra los animales, y que en muchos casos como en Pamplona han derivado en abusos y violaciones contra mujeres, siguiente objetivo en la mente enferma de aquellos criminales que combinan alcohol, ignorancia y tortura como ingredientes de algo que no es tradición porque para serlo la sociedad que así lo identifica tiene que estar de acuerdo mayoritariamente en los valores que recoge”, añade Rolland para PlayGround.

“¿En qué país vivimos? ¿Tenemos la cara dura de levantar la voz y la mano contra los fanáticos de otras culturas y religiones cuando el linchamiento existe en fiestas apoyadas con dinero público y consentimiento político? ¿Hasta cuando vamos a dejar que nos sometan estos salvajes? La verdadera batalla es contra ellos”, concluye Miguel Ángel Rolland en su web.

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