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Artículo 420 km corridos; 1.800 en bicicleta…: la proeza deportiva que tuvo en vilo a medio Internet Life

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420 km corridos; 1.800 en bicicleta…: la proeza deportiva que tuvo en vilo a medio Internet

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El deportista Valentí Sanjuán acaba de cumplir una de las proezas deportivas más bestias que podamos imaginar: 10 ironmans en 10 días consecutivos. Estas son las claves de una aventura que dejó a medio Internet en vilo

Antonio J. Rodríguez

12 Septiembre 2017 01:54

Fuente: IG


1.

¿Quién es Valentí?


“Valentí, ¿cómo estará?”

Para algunos cuantos aficionados al deporte, la pregunta se había convertido en un zumbido adosado al flujo de pensamiento corriente, un poco como el pitido en el oído que brota a la salida de un concierto, en el momento menos pensado, en la intimidad silenciosa: tú estabas regresando a casa y te preguntabas si todo le estaría yendo bien a Valentí; en mitad de una reunión, de pronto cruzabas los dedos para que la racha de buena suerte de Valentí continuase; en cualquier situación —una visita a un museo de arte, un insomnio inesperado, un intercambio de palabras de ascensor …— Valentí siempre estaba ahí haciendo algo que podía acabar muy bien… O todo lo contrario.

A Valentí —Sanjuán— sus seguidores lo conocen por sus contenidos en Internet, que no son otra cosa que un vídeo-blog deportivo íntimo, lo que hace que aunque no hayas tenido ningún trato con él lo recuerdes por su nombre de pila. Ahora el deportista amateur de ultradistancia (regresaremos después sobre el curioso título) acaba de completar una proeza/ brutalidad/ gesta/ imprudencia: diez ironmans en diez días consecutivos. (Para los que no estén familiarizados con la jerga, un ironman se compone de 3,86 kilómetros de natación, 180 kilómetros en bicicleta y 42 kilómetros corriendo. Cada día. Todo eso).



Pero pensándolo en frío, cabe la posibilidad de que el mérito principal de Valentí no sean sus diez ironmans consecutivos —ni tampoco su otro gran desafío histórico: completar la ruta Madrid-Lisboa en bicicleta durante 55 horas seguidas, sin dormir, carrera que concluyó el año pasado—. El gran mérito de Valentí es ser parte de esa vanguardia de nombres que están reconfigurado las reglas del deporte, del espectáculo deportivo y de la práctica deportiva hoy.

¿Pero cómo?

La historia de Valentí es, en cierta forma, bastante corriente para los estándares contemporáneos: tras una sucesión de fracasos, ruinas y decepciones, el periodista ensambló una comunidad de seguidores en Internet que le permitió centrar en el deporte su práctica laboral. ¿Compitiendo para quién? Es aquí donde empieza la miga. No hay detrás de Valentí ninguna federación deportiva que lo avale, ni tampoco ningún club que lo tenga en nómina. Siendo como es el deporte un sector especialmente castigado por la inseguridad laboral, Valentí subvirtió las formas habituales del oficio deportivo para pasar a ser su propio empleador. Es, si se quiere, uno de los primeros casos de deportista-emprendedor, a cuyo proyecto van a parar varias inquietudes actuales: el deporte como adicción, la filosofía deportiva, la omnipresencia de las cámaras y la creciente fascinación por los deportes de resistencia.



2.

La resistencia


Desde que el Tour fuese inventado a comienzos del siglo XX por un puñado de editores de periódico convencidos de que las ventas de ejemplares aumentarían a costa de —en palabras de Ander Izaguirre— «aquella historia de grandes héroes pasándolas putas», la vuelta ciclista francesa ostentó en el imaginario popular una de las pruebas de resistencia más carismáticas e inspiradoras. Frente a estrellas multimillonarias del fútbol o baloncesto, los esforzados ciclistas ofrecían al espectador una lección de tenacidad, sacrificio y humildad. Ellos encarnaban un admirable y encantador catolicismo moral deportivo.






En los últimos años, esos valores de humildad, sacrificio y tenacidad se han desplazado un poco a otro deporte de resistencia, alrededor del cual se ha levantado un importante negocio y una comunidad extraordinariamente leal: el running. Sin embargo, y a diferencia del ciclismo, correr habitualmente consistía en una experiencia audiovisual por lo general aburrida… Hasta que alguien descubrió el formato adecuado: los documentales.

Marcas como Salomon, especializada en artículos de running, se dieron cuenta de que había un hambre voraz de historias alrededor de atletas de resistencia, siendo Kilian Jornet el mejor ejemplo de ello. De esta forma, piezas audiovisuales que combinaban imágenes espectaculares de drones con testimonios místicos e inspiradores acerca de la  libertad de correr crearon una nueva manera de entender el deporte, a medio camino entre un sofisticado espectáculo de telerrealidad y la típica retransmisión de atletismo.



Luego había otro detalle. Estas historias de corredores no gustaban tanto por la competición contra otros rivales sino por la experiencia singular e individual que narraban. Frente a las competiciones que implicaban deportes de equipo, aquí la lucha era entre uno contra sí mismo. ¿Qué clase de deporte es subir al Everest dos veces en menos una semana, como hizo Kilian este mismo año? Es el mejor compitiendo contra sí mismo en su propia especialidad. Algo así como un reto olímpico cruzado con una nueva entrada para el libro Guinness de los records.

En un contexto como este, la pieza documental de Valentí de los diez ironmans en diez días consecutivos es una idea bastante genial. Las suyas no son marcas profesionales, pero sí es una especialidad que a ningún otro deportista verás hacer. Es el inicio de otra cosa.


3.

Deporte, adicción y voluntad


Los enemigos del atletismo como moda encontrarán en Valentí un blanco perfecto que abatir. Lo que hace es fácil de afear si se tiene en cuenta el discurso que lo sostiene: sí, su mensaje evoca a la autoayuda de aeropuerto; sí, su figura es un emblema de la mercantilización del deporte; sí, lo que hace encaja como un guante con los valores de esa nueva clase dominante que viene de Silicon Valley; y sí, sus palabras son las que inspiran a algunos cuantos incautos que se inician en el deporte de resistencia sin atender a consideraciones médicas antes, y forman parte de una silenciosa lista de muertes que, solo en España, ronda las doscientas víctimas anuales.

Sin embargo, aludir a todas estas cosas como argumento para deslegitimar a Valentí es como tratar de demoler la música o el cine popular por su facturación: hay que ser un poco impostor, o haber experimentado algún tipo de lesión en el sistema límbico, para no conmoverse de verdad ante el testimonio de un tipo que suma una carrera de 420 kilómetros a pie, y 1800 en bici, en solo diez días.



Como una droga, el deporte es adictivo; y como una droga, el consumo de deporte exige una dosis progresivamente mayor para ser disfrutado en igualdad de proporciones. A diferencia de una droga, evidentemente, el deporte desencadena un efecto positivo en el consumidor en el largo plazo. Si la droga es la mercancía definitiva, el deporte, que como experiencia de consumo se trata de una versión de la droga fuera de la clandestinidad, es la mejor de las mercancías: una experiencia positiva y trascendental que exige una gran voluntad, pero que al mismo tiempo es profundamente adictiva.

Practicar deporte de resistencia es algo que, por su condición adictiva, conduce inevitablemente a explorar los limites propios y superarlos. Sencillamente, no existe otra manera de afrontarlo: las filosofías deportivas que rigen a un empresario tecnológico y a un deportista profesional de la URSS son idénticas. Hazlo mejor. Citius, altius, fortius. Correr irónicamente no es posible.

Por eso, el mensaje que queda tras los diez ironmans de Valentí es como el de un texto religioso: verdades sencillas, pero irrevocables.



4.

El tiempo relativo


Para los aficionados al deporte, y en particular al atletismo, el principal obstáculo físico y psicológico a vencer es la relatividad del tiempo: diez minutos de carrera para alguien que no ha entrenado nunca es una agonía inasumible, como el náufrago que no aguanta a flote más y se entrega al mar a morir. Aún así, incluso para alguien en disposición de un buen estado de forma físico, dos horas de carrera al trote —aproximadamente una media maratón— pesan cien veces más en el cuerpo que dos horas de vida normal. En carrera, cada minuto percute sobre decenas de huesos y músculos a la vez; por eso, el objetivo del entrenamiento no es otro que tratar de sentir el tiempo de carrera tan liviano como el tiempo de la vida. Y he aquí una de las razones por las que el ironman nos fascina: la posibilidad de dedicar la práctica totalidad de la vigilia durante un día entero al deporte es el don codiciado de cualquier aficionado, pero también profesional.  

Hasta hace no mucho, la maratón se consideraba la prueba física más dura del mundo. Poco más podía añadirse a aquella historia que Heródoto contó de Filípides unos cuatro siglos antes de Cristo. Pero no era cierto. La carrera de los 42 kilómetros solo era el comienzo de algo mucho más grande. Así, si de un lado atletas profesionales están muy cerca de rebajar el tiempo de la maratón por debajo de las dos horas; de otro, la sucesión de pruebas deportivas mucho más duras que la maratón —del ultra trail de Montblanc al maratón del Everest— es inacabable.

El reto de Valentí es, en este sentido, un signo inequívoco de los tiempos, pero también de la propia historia de la humanidad: ¿se puede aumentar exponencialmente los rendimientos, incluso si lo que se explota es un recurso —el cuerpo— que parece haber encontrado sus límites ya? Se puede.

Se puede, pero entraña un riesgo mortal.

Entraña un riesgo mortal, pero los buenos resultados proporcionan una paz duradera.

Porque, ¿cómo se supone que descansa alguien que ha encadenado diez ironmans consecutivos? Esta es la clase de verdad que ahora mismo solo conoce una persona en todo el mundo. El resto de los mortales solo lo podemos imaginar.






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