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El emotivo discurso de Ursula K. Le Guin sobre el poder de la literatura

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Recordamos el combativo discurso con el que agradeció el National Book Award en 2014 y recuperamos algunas de sus ideas más subversivas sobre el arte de la palabra

Eudald Espluga

24 Enero 2018 12:29

Ursula K Le Guin tenía fe en la literatura. Creía en su poder para cambiar la realidad. Da igual que hablásemos de poesía, ficción o ensayo. Para la narradora, que falleció ayer a los 88 años, el potencial de la lectura residía en su capacidad para “abrir nuestra mente, alterar el rumbo de los pensamientos, bridar maneras inéditas de ver y comprender la realidad”. No entendía la ciencia ficción desde una perspectiva gremial, sino como posibilidad de desborde: una escritura capaz de forzar los límites de la palabra y la imaginación. Por eso siempre se quejaba cuando le hablaban de la fantasía como un género, mera especialidad técnica: para Le Guin, la fantasía era la condición de la literatura.

Sin embargo, en una de sus últimas intervenciones públicas, advertía de la amenaza que el capitalismo creativo suponía para con esta esencia subversiva de la ficción. “Los artistas”, decía, “pueden acabar pareciéndose a las especies que la industria de la agricultura produce por modificaciones y clonaciones manipuladas genéticamente”. De hecho, cuando en noviembre de 2014 recibió el National Book Award, dedicó su discurso a criticar esta domesticación progresiva del mundo editorial.

Las palabras que pronunció en los apenas seis minutos que estuvo en el atril se han convertido en un símbolo de todo lo que su literatura representaba: lucha, resistencia y pasión por la escritura. Empezó agradeciendo el premio a su familia, amigos, agente y editores, y compartió el premio con “todos los escritores que llevan tanto tiempo excluidos de la literatura; a mis colegas, autores de fantasía y ciencia ficción, escritores de la imaginación que llevan los últimos cincuenta años viendo como estos bonitos premios acababan en manos de los así llamados ‘realistas’”.

Tras una mueca sarcástica, y entre las risas del público, defendió la necesidad de que los escritores sepan ver alternativas a nuestro modo de vida actual, “escritores que puedan recordar la libertad. Poetas, visionarios: los realistas de una realidad más amplia”. Y siguió:

"Ahora mismo, creo que necesitamos escritores que conozcan la diferencia entre producir un mercancía y practicar un arte. Desarrollar material escrito para que encaje en estrategias comerciales destinadas a maximizar los beneficios corporativos e ingresos publicitarios no es del todo lo mismo que la autoría y la publicación responsable de libros.

Y, sin embargo, veo a los departamentos de ventas controlando los editoriales. Veo a mis propios editores, tontamente asustados por la ignorancia y la codicia, cobrándole a las bibliotecas públicas por un e-book seis o siete veces más de lo que le cobran a los clientes. [...] Veo a muchos de nosotros —los que producimos, escribimos y hacemos los libros— aceptando todo esto, dejando que los mercaderes nos vendan como desodorante, y nos digan qué publicar y qué escribir.

Los libros, sabéis, no son sólo mercancías. El afán de lucro a menudo entra en conflicto con los fines del arte. Vivimos en el capitalismo y su poder parece insoslayable, como también lo parecía antaño el derecho divino de los reyes. Sin embargo, cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por los seres humanos. La resistencia y el cambio muchas veces empiezan con el arte. Y, muchas veces, con nuestro arte: el arte de las palabras.

No era la primera ni la última vez que Ursula K. Le Guin cargaba contra este adocenamiento e invocaba el poder de la literatura como arte de la palabra.

En ‘Un mensaje sobre los mensajes’, traducido y publicado en Cuentos para Algernon, hablaba de literatura infantil y juvenil, y se negaba a escribir lo que los editores le dicen que “los chavales necesitan”: “Yo soy escritora, no una mera proveedora, que de estas ya las hay a montones. Porque además lo que los chavales desean y necesitan más apremiantemente es lo que ellos y nosotros no sabemos que desean ni creemos que necesiten, y eso es algo que solo los escritores les pueden brindar”.

“Es habitual que mi ficción”, seguía, “sobre todo la dirigida a niños y jóvenes, sea reseñada como si la motivación de su existencia fuera el transmitir un provechoso sermoncillo (cosas por el estilo de, ‘Crecer es duro, pero tú conseguirás abrirte camino’). ¿Alguna vez se les pasa por la cabeza a esos críticos que la esencia de la historia podría residir en el propio lenguaje, en el fluir de la narración al ser leída, en una inexpresable sensación de descubrimiento, en lugar de en un apañado consejo?”

Ni al servicio del provecho económico, ni al servicio de la moralidad pública. La literatura era para Ursula K. Le Guin una herramienta para transformar el mundo.

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