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Opinión
El hombre que me enseñó a hacer marranadas, leer poemas sonoros y no suicidarme
Las vidas más grandes y generosas de este mundo suelen ser aquellas que nos invitan a hablar de nosotros mismos. Me refiero a aquellas cuya influencia es tan grande que resulta imposible no asumirlas como propias. No guardarlas entre nuestros recuerdos. No desear no homenajearlas cuando el destino haya querido llevárselas. Precisamente ayer, 4 de enero de 2018, el destino se llevó a una de esas vidas en un trágico accidente de coche en la isla de Marie-Galante del Caribe. A bordo del coche siniestrado se encontraba Paul Otchakovsky-Laurens, un hombre de 73 años probablemente mejor conocido por las iniciales —las de P.O.L— que marcaron no sólo su presencia en el mundo, sino también la de algunos de los mejores escritores de Francia a los que él recogió bajo su mítico sello homónimo.
Portada de Libération.
P.O.L, la persona y también la editorial, ayudó a que algunos de los más grandes fenómenos de la literatura underground francesa dejaran de ser underground y se posicionaran como algunas de las firmas más relevantes de los últimos años tanto dentro como fuera de sus fronteras. Y aunque hoy la prensa se encarga de recordar algunos nombres muy reseñables que el editor impulsó, lo cierto es que a mí me gustaría, allá donde esté, agradecerle tres nombres que me cambiaron la vida. El primero, por volverme marrana. El segundo, por volverme loca. El tercero, por enseñarme a no morir.
Estoy hablando de la literatura de Marie Darrieussecq, novelista que con tan solo 27 años debutó en P.O.L con Marranadas, una novela que se convirtió en un fenómeno de masas por retratar las preocupaciones y la sexualidad de una nueva generación de mujeres fuertes, brutales y disconformes con el mundo. Estoy hablando de de Christophe Tarkos, uno de los pocos poetas a los que P.O.L recogió en su catálogo y cuya obra experimental sigue siendo, incluso después de la muerte del autor, una de las más arriesgadas y adelantadas de la lírica en francés. Estoy hablando también de Édouard Levé, otro autor cuya experiencia vital se acabó imponiendo sobre su obra, siendo esta una demostración bellísima de hasta dónde puede llegar la autoficción y de hasta qué punto en las obras inmortales la poesía y la narrativa se entremezclan de una forma poderosa. Su Suicidio se convirtió en bestseller, siempre con la bandera de Paul Otchakovsky-Laurens ondeando al fondo.
No sé mucho más de la vida de P.O.L. Lo poco que conozco es lo que me enseñó a través de los libros que publicaba. Lo que aprendí de las arriesgadas y nada convencionales firmas a las que siempre publicó. Lo que me trajo la lectura de Hélène Zimmer, Olivier Cadiot, Bernard Noël o Nina Yargekov.
Un día como hoy, 24 horas después de su muerte, sólo se me ocurre pensar en él mientras acaricio las rugosas cubiertas de las novelas que editaba. Mientras imagino su vida tan luminosa dándome motivos para narrar la mía. Mientras recito de memoria algún verso divertido de hombres de mierda, disparos en la sien y chicas que follan como si fueran cerdas.
En fin. Sólo quería decirte eso.
Gracias por todo.
Hasta siempre, P.O.L.
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