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Artículo 1.000 reflexiones peligrosas sobre la idea de darse muerte a uno mismo Lit

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1.000 reflexiones peligrosas sobre la idea de darse muerte a uno mismo

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Escribió un tratado sobre el suicidio y, bueno, sí creerás lo que pasó después

Eudald Espluga

28 Noviembre 2017 11:14

"Finis". Es decir: final. Fue el último aforismo que escribió el austríaco Hermann Burger. El último de los 1046 que constituyen el Tractatus logico-suicidalis, un manuscrito abrumador, doloroso e inteligente compuesto por ciento veinticuatro páginas, pulcramente ordenadas, que se encontraron en un cajón de su escritorio la mañana del 13 de enero de 1988.

Sobre la cama del hotel en el que se hospedaba había otro libro, Instrucciones para el suicidio, de Guy y Le Bonvivant, abierto en la página exacta donde se cita la intoxicación por nicotina, cosa especialmente relevante, como podemos leer en el prólogo, porque se sabía que la noche anterior Burger había pedido un puro especial —un San Luis Rey— y que había subido a su habitación con él.

Sin embargo, ese 13 de enero no resultaría finalmente tan ominoso. A pesar de todos los datos que apuntaban al frío y premeditado suicidio —a los dos libros antes mencionados deben sumarse las Obras completas de Thomas Bernhard—, el cuerpo de Hermann Burger no fue hallado muerto: lo descubrieron desayunando con la camarera del hotel con la que había pasado la noche.

***

Por supuesto, todo lo que se cuenta el prólogo es falso.

Se trata de la disparatada historia que se inventa el mismo Hermann Burger, prologuista anónimo de su propio Tractatus, en un texto en el que se divierte imaginando un simulacro de suicidio, riéndose de la rigidez y la pomposidad con que las que tendemos a imaginarnos ese "ominoso" acto: el trágico manuscrito, el libro abierto en la cama, la gravedad de la última cena, la significación del último puro.

Burger se veía a sí mismo como un prestidigitador, y entendía que la literatura —como la magia— es un juego de apariencias. Era consciente de cómo se nos eriza el vello del espalda con solo escuchar la palabra "suicidio" —basta con teclear la palabra en Google para que se te dispare un teléfono de ayuda—, y su libro atenta morbosamente contra las expectativas del lector, jugueteando con la idea de matarse uno mismo.

Al ahorcado se le concede una última ejaculatio terminalis, escribe Burger, y cuenta la leyenda que en el lugar donde el semen gotea crece la mandrágora. El escritor austríaco se recrea en la escena, que sabe que el lector se toma con la máxima seriedad: el suicida no cometió el pecado de Onán, dice Burger, porque esa última eyaculación no es más que un estertor del cuerpo, algo que debería clasificarse más como polución nocturna que como masturbación.

Imagina y se recrea en esta idea porque representa como pocas lo que está haciendo él cuando escribe el Tractatus: darse placer con la muerte, juguetear con la ambigüedad de un acto involuntario pero igualmente grotesco.

Sin embargo, Burger llevó hasta el final esta ambigüedad: poco después de publicar el libro, que fue leído por amigos y críticos como un "sarcasmo erudito", el escritor austríaco se suicidó. Fue el 28 de febrero de 1989 y lo había dispuesto todo para que el 8 de marzo, el día que se celebró su sepelio, se expusiera la serie fotográfica de Yvonne Böler Hacerse desaparecer en un acto de magia.

***

¿Puede alguien que está pensando en suicidarse escribir un libro que frivolice con la idea de darse muerte? ¿Puede alguien que sabe que va a matarse utilizar el suicidio como metáfora para hablar de otras cosas? ¿O suicidarse fue la forma que encontró Burger de confirmar su idea de suicidio como juego de prestidigitación? ¿Es el Tractatus una broma póstuma que requería de su sacrificio para ser completa? ¿O debemos ver el libro como un grito de socorro que no fue escuchado ni entendido?

Burger había adolecido desde pequeño de problemas psicológicos. En 1963 sufre una crisis y tiene que recibir tratamiento. Seguirán episodios maníacos, depresiones y fuertes enfermedades psicosomáticas. Finalmente, tendrá que pasar un tiempo en la Clínica de Psiquiatría de la Universidad de Baviera, pero una vez fuera volverá la depresión. Se divorciará de su mujer, sufrirá un infarto psicosomático, habrá nuevos episodios maníacos, se venderá su preciado Ferrari 328 GTB y tendrá que volver a ingresar en la clínica.

Durante todo este tiempo escribió y publicó sus libros. Tuvo éxito, premios, reconocimiento. Pero para él la literatura tenía otra función, más íntima, más necesaria. Cuando un periodista la preguntó "¿cuál sería para usted la mayor desgracia?", Burger respondió: "no poder describir mi mayor desgracia".

***

El Tractatus logico-suicidales es una larga descripción de la desgracia, una exploración de la pulsión tanática en todas sus variantes. Es un estudio del suicidio desde una perspectiva psiquiátrica, religiosa, médica y filosófica. Pero su forma sistemática es también una broma, una provocación pulcramente estructurada. Imitando la construcción axiomática del Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, Burger nos lanza un ensayo caótico y contradictorio. Sus "mortologismos", que es como llama a los 1046 aforismos que componen el libro, configuran un laberinto teórico del que solo podemos extraer una conclusión clara: "quien no está en condiciones de acabar con todo de un momento a otro es un exhibicionista vital".

***

Bonus track. No podemos terminar esta reseña del Tractatus y de su autor sin transcribir algunos de los mejores mortologismos. Ahí va una pequeña antología:

"288. La muerte lo deja a uno sin habla; el suicidio, sin aliento."

"568. El exhibicionista vital nunca entenderá al suicida; el sucidante, sin embargo, sí entiende al exhibicionista vital, y en ello reside el sentido del humor de aquél."

"314. La muerte no tiene remedio, el suicidio sí: la muerte."

"74. Améry dice que la libre inclinación al suicidio no es ninguna enfermedad de la que uno tendría que ser curado, como si se tratase de un sarampión. Por eso jamás le diríamos a un suicidario: '¡Que se mejore usted!'"

"302. La 'seriedad del disfrute de la vida' es como un ridículo petardo de frente a la tarea de dar forma y legar una obra."

"512. El asesinato perfecto: jamás se podrá probar la culpabilidad del autor del delito. El suicidio perfecto: no hay motivo alguno."

"13. La muerte nunca es natural, ni siquiera para el hombre de noventa y siete años. En cuanto está a la vista, se convierte, para el candidato, en un disgusto insoportable, en una guillotina."

"99. Si consigue su propósito, al suicida se lo tilda de criminal; si fracasa, de loco."

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