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“El miedo a que nos acusen de islamófobos está impidiendo la crítica sensata a ciertos aspectos del islam. La consecuencia es que la ultraderecha se apropia de ese debate y lo lleva a la xenofobia”
25 Agosto 2017 10:19
Si no hubiera racistas en España, las manifestaciones de musulmanes que condenan el terrorismo no tendrían razón de ser: ¿por qué ha de pedir perdón un colectivo por lo que han hecho cuatro descerebrados en nombre de una interpretación perversa de la religión que tienen en común? ¿Tengo que pedir yo perdón por lo que hacen los nazis de Charlottesville, en tanto blanco, occidental y culturalmente cristiano? Pero existen racistas, y el efecto simbólico de las manifestaciones es importante. A veces es preciso recalcar lo obvio.
Esta postura no debería impedir una reflexión sosegada sobre el concepto islamofobia. En un artículo en Agenda Pública, la experta en el mundo árabe Ana Soage denuncia que el miedo a que nos acusen de islamófobos está impidiendo la crítica sensata a ciertos aspectos del islam. La consecuencia es que la ultraderecha se apropia de ese debate y lo lleva a la xenofobia. “Podemos combatir actitudes negativas hacia los musulmanes sin demonizar a los que realizan críticas legítimas de ciertos aspectos del islam que muchos musulmanes reconocen como problemáticos.”
¿Por qué no escuchamos a los musulmanes liberales o reformistas, o incluso feministas? En un ensayo en Revista de Libros, Soage analiza el feminismo en el mundo musulmán. Es algo complejo y variado, y lleno de aspectos sorprendentes: “Inicialmente se inspiró en los principios del liberalismo y exigió que las mujeres pudiesen acceder a la educación y la vida pública, rechazando su aislamiento mediante el velo y el harén. Más tarde, los regímenes socialistas árabes hicieron suya la causa, erigiéndose en defensores de la mujer ante tradicionalistas e islamistas, aunque eligieron no cuestionar el lugar que la religión le asigna dentro de la familia. En cualquier caso, los avances realizados se vieron contrarrestados por la ola de religiosidad politizada que inundó el mundo musulmán a partir de los años setenta.” Son estos reaccionarios los que han conseguido que el velo sea habitual en los barrios musulmanes de ciudades europeas, y son estos reaccionarios los que han convertido al islam “en la identidad principal de los musulmanes afincados en Occidente, por encima de su origen nacional o de su pertenencia a la sociedad del país de acogida.” ¿Quién paga a estos fachas islamistas? Arabia Saudí y Qatar. Soage afirma que “existe una corriente dentro del islam que fomenta el terrorismo. Una corriente supremacista, que proclama su superioridad sobre las demás religiones e ideologías; totalitaria, puesto que desprecia el diálogo y busca imponerse; y mesiánica, convencida de que en última instancia será victoriosa. Se trata del salafismo.” Arabia Saudí, y en los últimos años Qatar, financian el salafismo internacional. Un tercio de las mezquitas en Cataluña están controladas por salafistas. Jesús Pérez de Triana, experto en seguridad y terrorismo y autor de Guerras Posmodernas, sin embargo, quita importancia a la conexión Arabia Saudí-Estado Islámico: considera una idea tramposa “confundir el extremismo del islam ultraconservador de Arabia Saudita con el extremismo del Estado Islámico, secta apocalíptica que busca hacer saltar por los aires las fronteras de Oriente Medio, niega legitimidad a los líderes terrenales árabes y ha tratado de instaurar un califato.” Estado Islámico es una secta nihilista y totalitaria que va por su cuenta.
En El País, Antonio Elorza, experto arabista, afirma que no es posible disociar islam y violencia, al menos algunas partes de la doctrina: “la construcción teológica en el Corán de la Meca, núcleo de la doctrina, no incluye la yihad como guerra contra el no-creyente, pero la experiencia práctica del Profeta armado después de la hégira, sí. El Corán, las sentencias, las biografías de Mahoma ofrecen la inequívoca doble fundamentación de la yihad como mediación necesaria hasta que el islam impere universalmente (2,193) y de la exigencia de aterrorizar por las armas a los enemigos de Alá (8, 60).” Realmente, si uno quiere matar por una religión monoteísta, muy posiblemente encontrará en sus escritos doctrinarios la justificación para ello. Y si no, siempre está la trampa de la interpretación libre.
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