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Lit
La polémica nos confronta con un interesante debate: ante el pluralismo religioso, ¿puede la laicidad del Estado ser neutral?
23 Octubre 2017 10:31
Pocas cosas pueden ser más paradójicas que ofender una no-creencia, menospreciar una falta, violentar algo que no está: nuestra fe.
No estamos hablando de la "ateofobia" ni de la persecución por blasfemia que se produce en los regímenes fundamentalistas, fenómenos que forman parte de una mentalidad totalitaria, sino de un crimen que —supuestamente— se produce en la encrucijada entre derechos fundamentales: la libertad de expresión, la libertad ideológica o religiosa y la igualdad de todos ante la ley.
Pero es precisamente en el contexto de los "delitos contra los sentimientos religiosos" que debe enmarcarse la persecución de Maxim Drozdov, el poeta karsnodar, por haber herido los sentimientos irreligiosos de la población atea.
"No hay peor gente que los asquerosos ateos, tendríamos que restablecer la inquisición".
Este comentario, soltado en la red social VKontakte —el así llamado "Facebook ruso"—, le costará al poeta entre 5.000 y 8.000 dólares de multa, además de afrontar un juicio en el que se piden hasta 5 años de cárcel. La polémica se desató después que los usuarios de VKontakte denunciaran sus palabras por incitación al odio y por menospreciar la dignidad humana.
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Es cierto. Los delitos contra los sentimientos religiosos están tipificados en la legislación internacional —el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconoce que la dimensión religiosa constituye "uno de los elementos más importantes que definen la identidad de los creyentes y su concepción de la vida"— y, en la mayoría de constituciones modernas, están sustentados en el "dolo": la intención explícita de afectar los derechos de matiz religioso.
En este sentido, la petición de recuperar una institución homicida como la Inquisición puede leerse como tal intento de dañar los derechos y, aunque sea una exageración, justificar legalmente la acusación. Sin embargo, lo que más llama la atención es la elevación de los valores irreligiosos al estatuto de una nueva confesión.
En el debate filosófico acerca de la laicidad del Estado, y de cómo deben organizarse las sociedades para permitir que en su seno puedan convivir distintas "doctrinas comprehensivas" —que es como John Rawls llama a las concepciones de valor sobre lo que constituye una vida buena, digna de ser vivida—, lo irreligioso es interpretado como un espacio neutral que debe ser defendido por la vía de las libertades negativas —libertad "para" hacer cosas—.
Entre ellas, claro, la libertad a seguir cualquier religión.
Pero, en ausencia de una intención real de atentar contra la libertad de los ateos para profesar su ateísmo, la acusación contra Maxim Drozdov parece convertir "el sentimiento irreligioso" en otro sentimiento dogmático más, al tratarlo como un valor irreconciliable con los demás valores religiosos.
En otras palabras: si argumentar en favor de los delitos por ofensas del sentimiento religioso ya supone hacer difíciles equilibrios, en este caso parece que se trata de un ejercicio de funambulismo, pues implica suprimir el territorio político neutral en el que se deberían dirimir y conciliar las disputas religiosas en las sociedades democráticas.
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Evidentemente, la noticia es una simple anécdota, y seguramente es más informativa de la creciente deriva autoritaria de la Rusia de Vladimir Putin que de los giros en la jurisprudencia internacional. Pero nos sirve para acercarnos a una polémica en la que la filosofía política está enquistada: ante el pluralismo religioso, ¿puede el Estado ser neutral?
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