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Tabarnia: el argumento boomerang que desnuda al nacionalismo español

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/OPINIÓN/ “En este juego de espejos argumental, en esta comparación de místicas nacionales, quien sale más deformado es aquel nacionalismo que hasta ahora no había visto cuestionados sus prejuicios”

Eudald Espluga

28 Diciembre 2017 11:56

Tabarnia es una imagen excelente, el nombre pegadizo de un argumento aparentemente brillante e intuitivo que habría puesto al independentismo catalán "ante el espejo". Porque, resumiendo mucho, Tabarnia se presenta como un argumento homeopático, secesionismo contra los secesionistas. La idea es simple: imaginar un movimiento independentista entre algunas comarcas de Tarragona y Barcelona —Tabarnia— cuyo objetivo sea constituirse como nueva comunidad autónoma española al margen de Catalunya.

La cosa, sin embargo, no es tan reciente como parece. Algunos medios apuntan que la idea nació en junio de este año, con la Plataforma per l'Autonomia de Barcelona, pero lo cierto es que Tabarnia puede remontarse hasta 2013, cuando surgió como broma forocochera, en las catacumbas de internet. La idea era reflejar la discutible —y discutida— impermeabilidad electoral del independentismo en Barcelona y su área metropolitana. Una oposición entre la Catalunya profunda (rural, cerrada, primaria y subvencionada) y la Catalunya urbana (trabajadora, industrial y cosmopolita), reflejada en el lema Barcelona is not Cat, que ya avanzaba la estrategia tabarniense: apropiarse de los argumentos, lemas y metáforas independentistas para cambiarles la escala de aplicación, y demostrar así su carácter falaz.

Pero fue el fin de semana pasado, cuando Ciudadanos utilizó la bandera de Tabarnia para desmontar el "el derecho a dividir" —como lo llamó Albert Rivera desde su cuenta de Twitter—, y el argumento se convirtió en trending topic. Se asumió públicamente como un derechazo dialéctico y knock-out instantáneo, el troleo definitivo que dejaba en ridículo al emperador, que claramente iba desnudo: Tabarnia, por analogía, demostraba que la nación catalana era un ente imaginario, mera construcción contingente, arbitraria y artificial que no se correspondía con la realidad. La "República mental" dejaba entonces de ser una metáfora: la Catalunya de los independentistas es una ilusión colectiva, tan ficticia como la misma Tabarnia.

Al fin y al cabo, la reducción al absurdo que va de Catalunya a Tabarnia, y de Tabarnia a Narnia —porque, ya se sabe, si rima es verdad—, resulta en una discusión sobre la metafísica de las naciones, que termina negando la existencia de la nación catalana. Sin embargo, su carácter quimérico solo puede ser un problema para quien asume una concepción objetiva del hecho nacional, sustentada una patriotismo robusto que defienda la unidad territorial y cultural de un país en términos esencialistas. Tabarnia sirve como argumento a todos aquellos que imaginan que las naciones son el mismo tipo de cosa que los volcanes o las jirafas, entidades que existen al margen de nuestras creencias.

Las naciones son simples marcos mentales, comunidades imaginadas o creaciones conscientes por parte de individuos que las han elaborado y revisado con el propósito de dar sentido a un proyecto social y político.

Naciones de verdad contra naciones de mentirijilla: ese es el trasfondo de un argumento boomerang que lejos de servir de espejo al independentismo —un movimiento autoconsciente, discutido y disputado teóricamente, que no tiene problemas en asumir la identidad como simulacro político— puede acabar por golpear a quien lo blandía originalmente.

Dicho de otro modo: el argumento falla en todo lo que se propone. En primer lugar, porque en el peor de los casos asume como marco teórico el derecho de autodeterminación; y, en el mejor, asume solamente el derecho de secesión. Algo que, incluso si el movimiento independentista se revelara absolutamente reluctante a conceder el derecho de secesión dentro de sus hipotéticas fronteras, demostraría simplemente que, en el fondo, su nacionalismo es tan cerril como el nacionalismo constitucional que bloquea el referéndum en nombre de la unidad indisoluble de la nación española. En consecuencia, esto no desvelaría ninguna contradicción inherente al movimiento —como sí se pretende al compararlo con el Quebec y la Ley de Claridad canadiense—, sino que confirmaría otra cosa: que ambos nacionalismos comparten una misma mística territorial.

En segundo lugar, porque la analogía con Tabarnia no es un buen argumento contra el nacionalismo. O por lo menos no contra el nacionalismo cívico y liberal que asume que las naciones son simples marcos mentales, comunidades imaginadas o creaciones conscientes por parte de individuos que las han elaborado y revisado con el propósito de dar sentido a un proyecto social y político. Esta es la definición que propone David Miller en Sobre la nacionalidad, amparándose en la perspectiva subjetivista y voluntarista de la nación como colección de individuos unidos por una voluntad expresa y renovada de vivir juntos. Y es la que se asume, al menos sobre el papel, como base del proyecto catalán.

Mapa creado por BCNisnotCAT

En tercer lugar, porque el carácter imaginado de la nación no significa que no tenga un enraizamiento histórico, cultural y lingüístico. Lo decía Daniel Bernabé en Twitter, y lo ha teorizado el historiador Josep Fontana: "cualquier comunidad tiene tantas historias posibles como proyectos de futuro nutran a sus miembros." Sin embargo, no toda alternativa es viable, y la "ocurrencia genial" de Tabarnia, lejos de desmerecer a Cataluña como sujeto político, lo que hace es mostrar la consistencia de su propuesta: existe una continuidad histórica (real o ficticia), existe una identidad activa que es discutida públicamente, existe la conexión de un grupo de personas a un espacio geográfico concreto y existe una cultura pública compartida.

Por último, porque Tabarnia —más como chanza que como argumento— quiere ridiculizar la idea de nación como proyecto político artificial, manufacturado. Algo que, como hemos visto, no solo desvela que quien se ríe tiende concebir la nacionalidad en términos naturalistas (étnicos y culturales), sino que además contradice el modelo republicanista —participación, primacía del demos y deliberación— que anima aquellas teorías de la democracia que ponen a la ciudadanía como sujeto de autogobierno. "Los derechos no son aquello que está más allá de la comunidad ciudadana, sino aquello que los ciudadanos, que los consideran justos, aseguran colectivamente" escribía uno de los intelectuales que contribuyeron a la formación de Ciudadanos, el filósofo Félix Ovejero. "Se da una apuesta incondicional por la democracia y no se ven límites a lo que se puede votar."

Al final, si puede llegar a pensarse que "la moraleja de Tabarnia" consiste en poner al nacionalismo catalán ante el espejo de sus propias contradicciones, es precisamente porque el nacionalismo español no solo es "banal" —cotidiano, invisible— sino que se ha construido frente a la imagen sesgada del nacionalismo como una forma de irracionalidad que Tabarnia, por fin, vendría a desmontar. El problema, sin embargo, es que en este juego de espejos argumental, en esta comparación de místicas nacionales, quien sale más deformado es aquel nacionalismo que hasta ahora no había visto cuestionados sus prejuicios.

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