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Si entras en este laberinto, no podrás volver a salir

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Hablamos con Verónica Gerber sobre 'Conjunto Vacío', un libro cuyas páginas parecen paredes con las que el lector choca, pero luego avanza, pero luego vuelve a chocar...

Alberto Del Castillo

11 Octubre 2017 16:50

Sólo hay una forma posible de entrar en Conjunto vacío (Pepitas Ed., 2017), el segundo libro de Verónica Gerber. Sólo se puede entrar en él como quien accede a un laberinto. No de setos, no de espejos. En todo caso, sus pasillos están hechos de palabras, de dibujos, de fórmulas matemáticas, de acrósticos, de exposiciones comisariadas por ella misma.

Así, las páginas hacen las veces de paredes: chocas con ellas, vuelves y avanzas de nuevo. Gerber lo explica: “El libro está estructurado para que tengas que regresar y darte cuenta de que el tiempo en el libro es de ida y vuelta (…) propone distintas formas de lectura: ir y venir y aprender a decodificar dibujos”.

En lo que vas y en lo que vienes, en lo que codificas y decodificas, chocas de nuevo, te alejas para ver lo que es y reparas en su nombre: esas cosas que están colgadas de las páginas del laberinto son diagramas de venn que Gerber colgó ahí por otras razones más que justificadas: “Mi tirada era más bien conseguir que los dibujos mostraran cosas que el texto no podía mostrar o que yo no quería que el texto mostrara”.

Como en los casinos de Las Vegas, en el laberinto no hay ventanas: el tiempo es una ilusión. Dentro de una espiral de romances y de dramas familiares, los latidos del corazón se confunden con el tempo que marca el segundero del reloj de muñeca.

Verónica Gerber busca ese desorden temporal en el que uno se adentra: “El libro son todos esos pasajes posibles entre vacíos, un poco como el queso gruyere lleno de hoyos (…) de ahí el desorden temporal en toda la estructura del libro, porque en realidad un poco así me parece el tiempo”.

Inevitablemente este concepto del tiempo conecta su obra gráfica con su narrativa. De hecho, ella se define como una artista visual que escribe, y en su labor de artista se filtraron elementos aquí presentes como la migración, el vacío o las diferentes formas de jugar con palabras.

"Esa idea del vacío, de lo negativo… son asuntos, más que temáticos, estructurales. Formas de construir otra perspectiva del mismo lugar al que se refieren. Una manera de ver desde otro lado algo. Ampliar su perspectiva o convertirla en una red de puntos. Bueno, yo no hago la red. Pongo un punto y espero que haya más puntos, desde otros puntos de vista, que conviertan todo en una red para tener una visión más compleja de una misma cosa", nos dice Gerber.

Cuando finalmente, con poco o mucho esfuerzo, consigues salir del laberinto y miras el aspecto dorado que tiene por fuera y el signo de conjunto vacío presidiendo en la puerta de entrada, reparas en la paradoja: ¿es posible escribir sobre el vacío?

Gerber asegura que no: “En el momento en que nombras el vacío, deja de ser vacío y se llena, es la paradoja inescapable del asunto, pero me parecía que lo que sí puedes hacer es bordear el vacío, delimitarlo, pero nunca entrar ahí”.

Decíamos. Reparas en la paradoja. Y también reparas en que no sólo hay una salida. Al “tengo talento para empezar” de la primera página, le siguen enésimas bifurcaciones, posibles caminos que llevan a cada lector a escapar de una forma diferente.

Al respecto, Gerber señala: “Me interesa reconocer esa idea del principio como algo que te engancha y no creo en el final abierto, Conjunto vacío tiene varios finales”.

Verónica Gerber ha construido el artefacto, por lo tanto, es Dédalo; Conjunto vacío es el laberinto de Creta y el minotauro es sólo un McGuffin —o el tiempo, o la madre del personaje, o el amor, si se quiere—.

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