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La muerte de los padres es eso que siempre nos ocurre a nosotros

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La editorial Minúscula acaba de publicar 'Te me moriste', un delicado libro de José Luis Peixoto

Eudald Espluga

30 Junio 2017 06:00

Abro la pequeña y débil edición de Te me moriste, de José Luis Peixoto, pero enseguida me doy cuenta de que no se puede leer, que este libro solo se puede pensar.

Y pienso: inevitablemente, la muerte de los padres es algo que siempre nos ocurre a nosotros, algo que nos pertenece.

Es un regalo improcedente, invariablemente inoportuno, pero un don al final y al cabo. Lo es al menos en el sentido que lo entendía George Bataille: un dádiva ajena a la justicia, porque no puede dar lugar a la reciprocidad.

Aunque, es cierto, con la muerte nunca hay intercambio posible. Ésta forma parte de la lógica del dispendio y de lo irracional: con ella no hay comercio, permuta o compensación. Es indisculpablemente arbitraria, extemporánea por necesidad. Está marcada por un desatino fundamental que quedó resumido en el título interrogante de esa mítica canción: "¿por qué mueren hombres en primavera?"

Vuelvo a Peixoto.

***

"Y le falta justicia a la insistencia de esta mañana, le falta justicia a lo artificial de esta primavera, a esta luz delicada. El aire finge ser respirable, el estero finge ser infinito en la asfixia de este lugar pequeño y enclaustrado. Y este lugar que era mundo, ahora vacío hueco, quiere ser mundo todavía."

***

Sin embargo, la muerte de nuestros padres excede –si eso es posible– la arbitrariedad de cualquier otra muerte.

La excede porque radicaliza unas asimetrías que, de hecho, ya nos constituyen. Con su infeliz promesa, devenimos conscientes del abismo que nos separa de aquellos con quienes creímos formar un todo uniforme, indiferenciado, y nos obliga a desembarcar en el continente, ahora desconocido, que fue su casa, nuestra casa.

Cierro el libro.

Y pienso: esta obra de Peixoto es una demostración. Pero no al modo de los geómetras, no siguiendo una forma axiomática. Es una demostración lírica, escrita en el lenguaje de la confesión o del lamento; escrita en el lenguaje melancólico de las cartas que no escribiremos porque no tienen destinatario. Es la demostración que, tras la muerte, no podemos volver a nuestro hogar.

***

"Hoy he regresado a esta tierra ahora cruel. Nuestra tierra, padre. Y todo como si continuase. Ante mí, las calles barridas, el sol ennegrecido de la luz limpiando las casas, blanqueando la cal; y el tiempo entristecido, el tiempo parado, el tiempo entristecido y mucho más triste que cuando tus ojos, claros de niebla y marejada lejana fresca, devoraban esta luz ahora cruel, cuando tus ojos hablaban alto y el mundo no quería ser más que existir. Y, sin embargo, todo como si continuase. El silencio fluvial, la vida cruel por ser vida. Como en el hospital. Decía nunca te olvidaré, y hoy lo recuerdo."

***

Es un insulto. Que tras la muerte todo siga igual es un agravio enorme.

No porque haya nada que reprocharle al mundo o a los demás o a nuestra cotidianidad imparable. Simplemente están allí y nos recuerdan que es a nosotros, y solo a nosotros, a quienes les crecen los fantasmas.

Nos recuerdan que la muerte de los padres nos pertenece, que nuestra añoranza solo se puede decir a golpe de pronombres posesivos.

***

"Es tu rostro lo que encuentro. Contra nosotros crece la mañana, el día, crece una luz delicada. Te miro a los ojos. Sí, quiero que lo sepas, no te lo puedo ocultar, aún hay una luz delicada sobre todo esto. Todo se resume en esta luz delicada que me recuerda todo el silencio de ese silencio que callaste. Padre. Quiero que lo sepas, crece una luz delicada sobre mí que soy sombra, luz delicada que me recorta de mí mismo, tenue, solo sembra. No te lo puedo ocultar, después de ti todavía existe todo esto, toda esta sombra y el silencio y la luz delicada que eres ahora".

***

Te me moriste no es un libro sobre la enfermedad, el dolor o el duelo, aunque hable de ello. Su tema es nuestra muerte.

Porque nuestra muerte, aquella que realmente podemos llamar nuestra, es siempre la de los demás. Nuestra muerte es, sobre todo, la de los padres: aquella que deberemos acoger, amparar y atender.

Qué equivocado estaba Epicuro, parece decir Peixoto, cuando aspiraba a curar nuestro miedo a la muerte diciéndonos que no había nada que temer, que cuando la muerte llegaba nosotros ya no estábamos. Desde esta perspectiva, parece como si Epicuro se liase con la literalidad de los pronombres y creyera que la muerte, la nuestra, es algo que le ocurre al cuerpo y que por ello nunca seremos contemporáneos de nuestra propia muerte. 

Pero la verdad es que la muerte es algo que siempre nos ocurre a nostros, algo que nos pertenece.

Nuestros padres se nos mueren. A nosotros.

***

"Y he pensado si no podrían los hombres morir como mueren los días, así, con pájaros cantando sin sobresaltos y la claridad líquida cristalina en el todo y el fresco suave fresco, la brisa ligera y agitando las hojas pequeñas de los árboles, el mundo inerte o moviéndose tranquilo y el silencio creciendo natural, el silencio esperado, por fin justo, por fin digno".



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