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La misma institución que predijo el crash de 2008 alertaba esta semana de que estamos viviendo condiciones económicas iguales a la última gran crisis. Hablamos con economistas para entender la gravedad del diagnóstico
06 Diciembre 2017 06:00
En Basilea, Suiza, Claudio Borio está al frente del Banco de Pagos Internacionales, una de las instituciones que en el año 2006 alertaba del extraordinario riesgo que comportaban los mercados hipotecarios. El pasado domingo, la institución que lidera Borio divulgaba un informe que sugería la posibilidad de un crash igual que aquel vivido en 2008. Sucede que las condiciones de aparente bonanza son las mismas, y que bajo ese optimismo yacen unos mercados financieros tan excitados como entonces. Es decir: hay demasiada deuda, y no es seguro que todo ese dinero ficticio se pueda recuperar. El mencionado informe del BIS lo remataba Borio con una apreciación elocuente: «La calma a corto plazo se logra a expensas de posibles turbulencias en el largo plazo». Que es como decir que cuanto más tiempo sigan las cosas así…
…más grande será la caída.
Tampoco sería justo decir que esta es la primera vez que una institución mundial saca la tarjeta amarilla.
En octubre de este año, el Fondo Monetario Internacional publicó un estudio bastante esperanzador para las previsiones macroeconómicas de 2018: «el alza global de la actividad económica está fortaleciéndose —decía el FMI— con un crecimiento global proyectado del 3,6 para 2017, y del 3,7 para 2018».
Pero había un pero.
«Una preocupación para la economía global en su conjunto —avanzaba el Fondo Monetario— es que la recuperación se ha basado excesivamente en la deuda, una deuda que las empresas tendrán difícil cubrir cuando el crecimiento inevitablemente se debilite». Y aquí nos encontramos en un escenario que replica las condiciones que anticiparon a la crisis, con unos índices macroeconómicos al alza y gráficos bursátiles en máximos históricos… pero elevados sobre un suelo de vapor.
Evidentemente, no es esta una realidad ajena a los bancos centrales. Lo que ocurre es que la situación se ha descontrolado. O como explica a PlayGround el economista Juan Ramón Rallo: «Lo que pone de manifiesto el informe del BIS es que el endurecimiento no está consiguiendo que la euforia de valoración de activos retroceda. Esto es algo que se explica porque hay otros bancos centrales que no han iniciado la senda alcista, como por ejemplo el japonés, o porque, como ya avisamos en el pasado, la Reserva Federal debería retirar liquidez si no quería perder margen para controlar la euforia».
El líder del Banco de Pagos Internacionales señala dos razones por las que el crédito fluye de manera imprudente. Una de ellas son los mensajes optimistas. Al igual que en los 2000, las instituciones no dejan de insistir en el crecimiento a ritmo mesurado. Y «cuando la gradualidad convence a los participantes de que el endurecimiento de la política monetaria no truncará la buena marcha de la economía —dice Borio—, se toman más riesgos».
Otra razón para las imprudencias son los antecedentes. En palabras —o eufemismos— de Borio: «los incentivos se refuerzan si los participantes en el mercado perciben que los bancos centrales no permanecerán de brazos cruzados si surgen tensiones en el mercado».
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Hay no obstante una diferencia relevante con respecto a 2008: si en aquel tiempo la euforia de liquidez que brotaba de los bancos centrales caía en cascada hasta el trabajador, o no trabajador, que contrataba una hipoteca basura, la realidad ahora ha cambiado. «En 2008 —dice a PlayGround la economista Mercedes D’Alessandro—, los afectados eran personas ‘de carne y hueso’, de diferentes niveles de ingresos, que quedaron sin hogar, sin empleo y en condiciones inéditas debido a las desregulaciones que permitieron acceder a las hipotecas. En el informe del BIS se asume que el canal monetario es el más importante y que vía deuda se podrían contagiar los desbalances de un país a otro».
No hace falta decir que si un desbalance se contagia de país a país, o de país a corporación, trabajadores y ciudadanos recibirán igualmente el impacto de esa crisis, incluso si esa ciudadanía no está endeudada, o no ha contraído deuda nueva.
Pregunta: si la euforia crediticia anterior a 2008 sirvió para inflar el sector inmobiliario, ¿existen hoy mercados o sectores concretos alimentados por el recalentamiento financiero?
Aunque no subraya ningún mercado concreto, Rallo apunta al conjunto de la bolsa de Estados Unidos y a la deuda pública, en máximos de valoración históricos. Precisa el economista: «aunque el sector inmobiliario está remontando, no está recalentándose, ya que es el único circuito por el que la deuda no ha podido filtrarse: las familias siguen muy endeudadas aún».
Dejando de lado el endeudamiento estatal, otra razón por la que la ciudadanía occidental no ha experimentado de primera mano el reciente caudal de crédito es que precisamente sus beneficiarios han sido economías emergentes, sobre todo asiáticas. A este respecto D’Alessandro dice: «La cuestión que está de fondo es la interdependencia financiera que generó la globalización de los mercados financieros, sumada a la asimetría de los flujos de capitales y el desacople de los ciclos económicos. La pregunta es si es sostenible seguir en economías tan interconectadas con gobiernos y políticas tan diferentes».
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