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Muchos apoyaron a Chávez y ahora están en contra de Maduro, pero tampoco quieren a la oposición. Solo les ha quedado ir en búsqueda de una vida mejor a países como Colombia o Ecuador.
14 Julio 2017 06:00
Fotos de Héctor Estepa
Suelo viajar en autobús entre Colombia y Ecuador. El paisaje difiere, a pesar de la cercanía entre los dos países. Las estrechas carreteras que serpentean entre las selvas montañosas colombianas dan paso en Ecuador a calzadas de doble carril entre sembradíos.
Lo que no cambia es la nacionalidad de la mayoría de los viajeros. Un acento distinto se filtra entre las emisoras de vallenato y reguetón sintonizadas por el conductor. La entonación es perfectamente reconocible. Son de Venezuela, no cabe duda, en busca de un lugar donde ganarse la vida.
En la aduana hay mucho tiempo para hablar. El sellado de los pasaportes puede durar horas. Ramón, un venezolano de gesto afable cuyos ojos han visto más de medio siglo, empieza la conversación: “Me vine con todo lo que me queda” dice, fumando un cigarrillo rubio mientras mira el puente internacional de Rumichaca, erigido en un terreno boscoso y utilizado como paso fronterizo.
Ramón regentaba en Venezuela un taller especializado en corte láser, cuenta mientras apura el pitillo. Tuvo que cerrar por la crisis. Agotó todos sus ahorros antes de decidir su salida del país. A su edad, no iba a ser fácil encontrar trabajo en Colombia, Ecuador o Perú, los destinos principales de los migrantes.
Viajando con unas monedas de un pozo de los deseos
Pero Ramón ha tenido suerte. Un familiar le ofreció trabajo en un taller a las afueras de Quito, capital de Ecuador: “Fíjese usted, que yo tengo un pozo de los deseos en mi casa. Estoy viajando con las monedas que recogí de ese pozo”, asegura, divertido, pero plenamente consciente de hasta dónde ha llegado su situación.
Cientos de miles de venezolanos han salido de su país en los últimos años, escapando de la brutal crisis económica y del tenso clima de violencia política. Entre 1,5 y 3 millones del total de la población de Venezuela (31 millones) podrían vivir ahora en otros Estados, según los expertos.
Recorren cada día las carreteras de los países vecinos en busca de un lugar donde establecerse y prosperar. En Venezuela se acaban las oportunidades y, cuando aparecen, no dan para subsistir, comenta la mayoría.
Muchos pertenecían a la clase media venezolana hasta que los problemas económicos estallaron en el país sudamericano. Quien puede, viaja a Estados Unidos o a Europa. Quien no, se desplaza a otros países de la región.
Carlos David Medina (30) y Miguel Ángel Zamora (27)
Carlos David es uno de los venezolanos establecidos en Quito. El joven, de 24 años, dejó atrás a amigos y familia para buscarse la vida. “Estudiaba cuarto de Medicina, pero no me pude quedar por la situación del país. Me refiero con eso a todo. La inseguridad, la falta de medicinas, la falta de comida… el estrés en el que vivía era abrumador. Llegaba a mi casa y veía a mi mamá preocupada porque no tenía comida ni dinero para comprarnos los útiles escolares”, sentencia el joven. Ahora trabaja como diseñador gráfico.
Su caso es similar al de Ninoska, caraqueña e ingeniera de 25 años, que encontró trabajo en una buena firma local. Una noche se unió a tomar cervezas junto a unos amigos. No le dejaron entrar a una de las discotecas más conocidas de la ciudad. Enseñó su carné de identidad venezolano. El portero dijo que sólo aceptaban pasaportes.
Quizás la regla era nueva. Yo mismo había entrado con mi DNI español unos días antes. Fue fácil comprobar que no. Delante de nuestro grupo acababan de entrar dos brasileños enseñando su documento de identidad brasileño. Solo ocurrió en aquel sitio —es de recalcar— pero no fue agradable.
Refugio colombiano
Es en Colombia, sin embargo, donde más se nota la llegada de venezolanos. Las cifras difieren. Según la oficina de Migración, 40.000 ciudadanos de Venezuela residen legalmente en el país. Calculan que podría haber unos 60.000 más viviendo de manera irregular.
Esa cifra no cuenta a los venezolanos de origen colombiano que vuelven al país de sus padres o de su infancia, y es conservadora, según otros expertos.
Una investigación del Laboratorio Internacional de Migraciones calcula que 900.000 venezolanos han llegado al país en los últimos 20 años. Daniel Pages, presidente de la Asociación de Venezolanos en Colombia, estima que, entre legales e ilegales, hay más de 1.200.000 de sus compatriotas viviendo en territorio colombiano.
Lo cierto es que su presencia está en aumento en cualquier calle de Bogotá. Cada vez se escucha más su acento. Es común ver las gorras venezolanas de siete u ocho estrellas. Se venden más hallacas y arepas venezolanas y hay más posibilidades de que el camarero de tu ‘corrientazo’ —restaurantes populares de precios asequibles— sea del país vecino.
Muchos de quienes se desplazan a la capital colombiana llegan sin recursos. Es normal encontrarlos pidiendo dinero o vendiendo golosinas en los ajetreados autobuses de la ciudad. Algunas veces son familias enteras. Otras, parejas recién llegadas.
Un ingeniero vendiendo caramelos en un autobús
Es el caso de Carlos y Miguel Ángel, profesor de artes e ingeniero industrial, respectivamente. Llegaron a mediados de junio, cuando su situación personal y económica se hizo insostenible por la devaluación del bolívar.
Vendieron sus ordenadores, la nevera, el colchón y el televisor para comprar los billetes de autobús que les llevase desde su ciudad, Valencia, a Bogotá.
Habían calculado un presupuesto de unos 400 dólares, pero la divisa venezolana volvió a desplomarse y cruzaron la frontera colombiana con apenas 120 dólares al cambio. El bolívar es papel mojado fuera de Venezuela.
El primer día durmieron en una plaza pública, donde se encontraron con otros compatriotas. Entre pasajes y otros gastos, llegaron a Bogotá con apenas 8 dólares.
Una amiga les dio refugio durante sus primeros días en la capital. Les encontré vendiendo el escaso café que sacan de un pequeño termo en las calles de Bosa, uno de los barrios más populares de Bogotá, tras pasar los primeros días vendiendo caramelos en el transporte público.
“Fue duro. Nunca he sido altivo. Nunca me he jactado de lo que logré en cuanto a estudios, pero el choque fue bastante fuerte. Moralmente te golpea. Nunca me imaginé estar en una ciudad fuera de mi país prácticamente pidiendo dinero para vivir”, confiesa Carlos, mientras su voz se quebraba.
Quieren continuar su viaje hasta Perú, donde el gobierno ofrece papeles a los venezolanos migrantes. Están intentando conseguir el dinero necesario para los billetes.
Jairo Montoya (63)
“Muchos venezolanos nos dicen que somos cobardes. Traidores. Que no debíamos haber salido. Que debíamos luchar. Hasta el último día después de haber vendido mis cosas pensé en quedarme en mi país luchando. Pero ante eso se antepone el bienestar individual y el de mi familia. Eso está por encima del bienestar del país, hay que ser sincero. Y estoy claro de que la situación de mi país no va a cambiar al corto plazo”, dice Carlos. Tuvo hasta tres oportunidades previas de cursar un doctorado en España, pero las rechazó para continuar en su país.
Ambos han participado en las manifestaciones opositoras recientes. Miguel Ángel fue chavista durante años, pero cambió de parecer. Una de sus razones para salir del país es no perjudicar a su madre, funcionaria y seguidora del presidente Nicolás Maduro, por su participación en las ‘guarimbas’ de oposición. Tampoco cree, confiesa, en los líderes contrarios al oficialismo.
Tienen sensaciones opuestas sobre el recibimiento de los colombianos. Algunos les han tratado bien. Otros no. “Una mujer nos dijo que nos estamos convirtiendo en un problema social para Colombia”, comenta Miguel Ángel. En Colombia también escasea el trabajo, y hay quien piensa que los extranjeros están ‘robando’ sus oportunidades.
A Carlos y Miguel Ángel les molesta especialmente el uso de la palabra ‘veneco’ para referirse a ellos y a sus compatriotas. “Muchos lo utilizan como algo normal pero para nosotros es despectivo. ‘Veneco’ significa venezolano coño de madre”, señala el ingeniero industrial.
Otra de sus razones para emigrar es la delincuencia común que asola su país de origen. A Miguel Ángel le han robado cinco veces en los últimos dos años. Su cuñado y uno de sus primos fueron asesinados. “La violencia es generalizada, independientemente de la zona donde vivas o el estatus social que tengas”, asegura.
Bosa es un barrio conflictivo al sur de Bogotá. Un lugar que muchos de los acaudalados ciudadanos del norte seguramente no estén dispuestos a pisar. Pero para ellos es un lugar tranquilo. El centro de la ciudad, donde a diario se reportan robos a mano armada, “es como era Valencia (Venezuela) hace unos años, muy apacible”, dice la pareja.
En Bosa reside también Ariene, una venezolana de 25 años, licenciada en administración de empresas, que migró a Colombia en busca de mejores oportunidades económicas en 2015.
Conoció a su novio, William Ansola, exmilitar colombiano, en Santander, al norte del país, después de pasar por varias ciudades y distintos empleos. Juntos establecieron su residencia en Bogotá. Consiguieron una máquina de coser y viven de las cazadoras que confeccionan en su habitación en un pequeño apartamento del barrio.
No les va mal. Consiguen lo suficiente para pagar el alquiler y su manutención. “Me vine para ayudar a mi familia. Con lo poco que ganamos aquí juntamos varios salarios mínimos venezolanos”, explicó Ariene.
Su hermano Ismael, de 19 años, se unió al grupo hace unas semanas. Había dejado la universidad en Venezuela a los pocos meses de empezar. No le daba el dinero, y además el ambiente en las aulas es tenso por cuestiones políticas. Renunció a su sueño de tener una carrera: “El venezolano joven que migra tiene claro que va a tener que sobrevivir trabajando con sus manos en labores duras. Nosotros ya no podemos aspirar a tener buenos empleos”.
Cree que va para largo: “Sabemos que es lo que nos espera por muchos años. Aunque la solución política llegase en el corto plazo, algo que no va a suceder, la economía va a tardar en recuperarse. Es lo que nos queda a los jóvenes”.
Colombianos retornados
Ismael ayuda a su hermana y a William a confeccionar las cazadoras. Algunas las venden en una zapatería cercana. Su dueño, Jairo, es un veterano ‘paisa’ de Medellín, retornado a su país tras vivir 30 años en Venezuela.
“Me vine con toda mi familia”, señaló mientras arreglaba calzado en un humilde negocio en Bosa. En Venezuela regentaba una gran tienda donde vendía zapatos de las marcas más conocidas. El negocio iba viento en popa, hasta que llegó la crisis. “Tuve que cerrar. Allí ya no se puede hacer negocio. Con lo que haces aquí en pocos días juntas lo que cobras en Venezuela en un mes”, repite, al igual que otros.
Más de cuatro millones de colombianos migraron durante décadas a Venezuela escapando del conflicto armado local y de la violencia generada por el narcotráfico. Tanto ellos, que disfrutan de doble nacionalidad, como sus descendientes, son buena parte de los migrantes que están llegando a Colombia desde Venezuela, según los expertos.
El Gobierno venezolano niega oficialmente que haya un éxodo de sus ciudadanos hacia Colombia. Maduro aseguró, el pasado febrero, que los colombianos estaban todavía ingresando “en masa” a su país. Su Ejecutivo no ofrece cifras sobre migración desde hace más de diez años.
Siguen llegando
Ariene da cobijo en su pequeño apartamento a venezolanos que acaban de llegar al país. Sus amigos Deannys, Julianny y José, veinteañeros, arribaron a Bogotá en la primera semana de julio. Les robaron dos veces en el camino hacia la capital colombiana.
“El cambio es inmediato al cruzar la frontera. En Venezuela la gente está tensa. Pelea por la calle. Solo mira por su supervivencia. Aquí no. Los colombianos andan más calmados. No caminan con miedo. No miran con desconfianza”, dijo Deannys, de 25 años, también licenciada en Administración de Empresas.
“Si vine aquí es por ayudar a mi familia. Nosotros nunca hemos tenido problemas económicos. Comíamos tres veces al día. Y merendábamos. Unas meriendas increíbles, ricas. Cuando el dinero que te pagan llega apenas para poner un plato de comida en la mesa, y comer pollo te cuesta un salario mínimo, te replanteas las cosas. Mi objetivo es traerme a mi madre y a mis hermanos”, explicó.
William Yesid Ansona (21), Ariene Ramos (24) e Ismael González (19)
José, al contrario que el resto del grupo, no ha estudiado en la universidad. Trabajaba en un gimnasio por el día, y como guardia de seguridad por la noche. Lo que le pagaban no era suficiente para mantener a su familia, y decidió también marcharse. “Lo más duro es dejarles a ellos, y a los amigos”.
No solo en Bogotá
La costa Caribe de Colombia es otro de los lugares señalados para los venezolanos que migran. A ciudades como Cartagena, Barranquilla y Santa Marta han llegado miles de ciudadanos del país vecino.
En Cartagena, la ciudad más turística de Colombia, decenas de venezolanas trabajan como relaciones públicas de las conocidas discotecas para turistas del centro.
También como prostitutas. La mayoría no supera la treintena. “Es la mejor forma que hemos hallado de pagarnos los estudios en Venezuela”, confesó una mujer de 23 años que encontré en la puerta de uno de los garitos más famosos de la ciudad.
Buscaba clientes junto a dos de sus amigas. Todas cursaban estudios superiores. Una de ellas se encontraba en el proceso de convertirse en agente de la Guardia Nacional Bolivariana. Conseguían en pocos días lo que podían ganar en Venezuela en todo un año.
No vivían mal, recalcaron. Habitaban un apartamento y seleccionaban a sus clientes. Cobraban unos 150 dólares por servicio, una pequeña fortuna en Venezuela. No habían tenido problemas con ninguno de sus clientes. Desaparecieron, al rato, acompañadas de unos mexicanos que promediaban su edad.
No todas las prostitutas venezolanas trabajan en las mismas condiciones. Los medios colombianos difunden cada cierto tiempo noticias de burdeles cerrados por trata de mujeres sin papeles provenientes de Venezuela y, en muchos casos, engañadas.
Los hospitales de las zonas cercanas a la línea divisoria con el país vecino llevan también meses reportando la llegada en aumento de venezolanos en busca de atención sanitaria ante la crisis del sector al otro lado de frontera. Son tiempos difíciles para el país con las reservas de petróleo más grandes del mundo.
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