Oh! Parece ser que estás usando adblocker y lo respetamos. Por eso podrás seguir disfrutando de nuestros contenidos sin problema pero quisiéramos pedirte que lo desactivaras para nuestro site. Ayúdanos a seguir adelante y a luchar por aquello en lo que creemos.
entrevista
Todo empezó cuando en el año 2000 se mudó a México a estudiar fotografía. Desde entonces no se ha bajado del burro. “Estudiando fotografía tuve un crush con el fotoperiodismo. No quería hacer más nada. Habiendo estudiado antropología, el fotoperiodismo me brindaba la oportunidad de estar todo el rato en contacto con la gente”.
Tuvo suerte. “Y constancia”, añade. En un mundo en el que los contratos y la estabilidad son conceptos extraterrestres, después de haber trabajado para periódicos de Puebla cubriendo temas locales y hacer algunas colaboraciones para la agencia France-Presse, esta le fichó para su equipo con base en Ciudad de México. Era el año 2006 y apenas llevaba dos trabajando. “No me podía creer lo rápido que había ido todo, ni lo rápido que ha pasado el tiempo desde entonces hasta ganar el World Press”, asegura.
¿Pero cuál es el motor de alguien que se gana la vida fotografiando los dramas humanos por el mundo? De todos los periodistas que conozco que han trabajado en zona de conflicto, los más repelentes dicen que lo hacen para dar voz a quienes no tienen voz, los más cínicos porque son yonquis de la adrenalina y los más honestos por una mezcla de ambas cosas.
Como no podía ser de otra manera, Schemidt es del tercer grupo: “Me gusta escuchar y ser testigo de lo que está pasando, ser un canal transmisor. Estás en el sitio y transmites eso, pero no quiero dar voz a quienes no la tienen, sino ser la voz de todos. Yo no soy activista. Me gusta contar una historia desde todos sus ángulos. En el caso de Venezuela, hay todavía gente que apoya al gobierno y yo voy con ellos a veces y los escucho. Pero también voy con los que están en contra. Y después, claro, está la emoción que te genera el trabajo este. Quién sabe si por ser el primero en vivir los hechos.”
Entiendo esa emoción. Todo parece una película hasta que te da una bala y se acaba la película. Schemidt dice: “¡Pero no solo por ti, eh! Los actores que estás contando son reales y la gente se muere. En el caso del que estamos hablando, la gente se quemó”.
Aunque Schemidt insiste en su relato de todos los ángulos de la historia, la verdad es que cada vez hay más conflictos donde es imposible contar todas las partes. Por ejemplo, Siria, donde cualquier periodista en el bando ISIS era secuestrado, con suerte. Por si fuera poco, compiten contra ti miles de teléfonos que están enviando el triple de fotos que tú, el triple de rápido que tú. Pero en el caso de la fotografía premiada, podemos decir que no fue así. Por eso el World Press Foto sigue dignificando este oficio.
“Una historia así, y las de los demás compañeros, son historias muy bien contadas. Cualquiera con un teléfono puede hacer un registro, pero fotos como las que hay en esta exposición trascienden a algo mucho más profundo”, asegura.
El día de la foto, Schemidt estaba junto a su compañero Juan Barreto cubriendo una protesta. Un miembro de la Guardia Nacional Bolivariana se había caído de la moto y la dejó ahí. Los manifestantes fueron a por el vehículo, uno de ellos le dio una patada y, de pronto, boom. Estalló el depósito alcanzando de lleno al estudiante Víctor Salazar, de 28 años. Salazar salió corriendo como una bola de fuego. “Fueron 14 segundos, escuché la explosión y me volteé con la cámara como un acto reflejo”, dice el fotógrafo.
Al momento de tener la instantánea, y después de mandarla automáticamente a través de la cámara, lo que hizo fue sacar el móvil y enviar un mensaje de texto a sus editores para contarles “claramente” lo que había pasado: Salazar no había sido incendiado por la Guardia Nacional Bolivariana ni la oposición lo había hecho arder para acusar al Gobierno. “Fue un accidente y eso es lo que les dije a mis jefes.“Lo más importante para mí era contar lo que sucedía en esa escena”.
Una instantánea como esa, en un país tan polarizado como la Venezuela de verano de 2017, era un arma arrojadiza para las partes implicadas en el conflicto. Así fue. “Nosotros contamos lo que pasó, si luego la gente es irresponsable usando una foto para sus fines, no podemos controlarlo. Todos tenemos que ser responsables ante hechos así”, asegura.
A pesar de que Schemidt se mantiene con la imparcialidad del mejor observador, él no deja de ser venezolano. La subjetividad implícita en su trabajo sobre un conflicto que afecta a su país, a sus amigos y a su familia, es inevitable. Pero su punto de vista como venezolano, pretende la equidistancia de su punto de vista como fotógrafo: “Más allá de una opinión política, lo que tengo es un fuerte deseo de que el problema llegue a resolverse de forma pacífica, con ambas partes sentadas a negociar. La situación es caótica, la escasez de alimentos y de medicamentos es grave. A mí, ver la ciudad en la que estudié y donde salía a divertirme convertida en un campo de batalla, me afecta. Tengo a mucha gente ahí todavía”.
A Schemidt, trabajar en su propio país se le ha hecho cada vez más cuesta arriba, como a muchos otros periodistas no alineados con el oficialismo. Hace unos años, ambos cubrimos los funerales de Chávez. Había polarización, sí, pero ahora “hay fronteras ideológicas más fuertes que nunca dentro de la propia ciudad”, como explica: “Ahora es impensable sacar la cámara en el centro o en bastiones chavistas si no vas acompañado por el gobierno o los colectivos. Pero incluso así es peligroso. Nos vino una vez un jefe de un colectivo, con su chaleco, y nos dijo que nos quitásemos nuestros chalecos o nos los quitaba él. No tuvimos más remedio que hacerlo, porque en cualquier momento nos rodeaban todas las motos y nos dejaban sin equipo”.
La foto premiada, además de levantar suspicacias políticas, las levantó también en la ética. A Schemidt le acusaron de no bajar la cámara para ayudar al tipo que ardía. Pero él explica que, en aquel momento, todo sucedió muy rápido. “Yo también podía haber ardido”, apunta. Tomó la foto como un acto reflejo dándose la vuelta y después de sentir el intenso calor del fuego avanzando hacia él. Al cabo de 14 segundos el tipo estaba en el suelo siendo auxiliado por sus compañeros.
“Tener ética humana no interfiere, en ese caso concreto, en tomar la foto. Yo no soy paramédico y la situación duró lo que duró. Hace unos años, Aris Messinis, que hacía la crisis de los migrantes en Grecia, le hicieron una foto con las cámaras colgadas sacando a un niño del agua. Eso no está peleado con el periodismo, no dejas de ser humano. Pero en mi caso y en el de Juan, no tuvimos chance, nosotros estábamos dentro de la escena también. No estaba a 100 metros viendo cómo el tipo ardía”, explica.
Su profesión y su tribu también han estado en el punto de mira por solo incidir en el vicio por el drama y la miseria. Parece como si las series de fotoperiodismo ya tuviesen una etiqueta en función del país donde se tiran: niños hambrientos en África, trata de blancas en Asia, etc. Pero Schemidt quiere dejar claro algo: “El hecho de que no hagamos fotoperiodismo no significa que el mundo sea un lugar bonito. Existen otras realidades como la moda y la gastronomía, muy respetables, pero también existen las historias terribles del ser humano. No creo que sea un prejuicio o un vicio fijarnos solo en estos temas.”
Después de más de 15 años viendo las miserias humanas a través de la cámara, le pregunto si no está cansado. Dice que sí, y sobre todo del miedo a que le puedan agredir. “Pero para nada he pensado en dejarlo”, asegura. Y, en concreto, sobre Venezuela, dice: “Es una historia a la que le queda mucho por contar, está lejos de solucionarse.”
share
390