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Así son las autodefensas trans en el país con más asesinatos LGTBI

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Artes marciales, activismo, casas de acogida para transexuales en riesgo de exclusión. Toda lucha es poca en un país donde muere por crímenes de odio una persona trans u homosexual cada 25 horas

Germán Aranda

29 Abril 2017 06:00

Foto: Germán Aranda

Un día llegó un joven a un gimnasio del barrio de Lapa, en el centro de Río de Janeiro y cuna de la diversidad y la bohemia en la ciudad. “Soy marica y todos mis amigos son maricas, boyeras y travestis. ¿Podríamos tener un grupo de artes marciales sólo para nosotros?”.

En el gimnasio Tori le dijeron que sí y aquello dio pie al Piranhas Team, un colectivo de unos 20 alumnos de artes marciales. Todos, sin excepción, forman parte del colectivo LGBTI. El Piranhas es una forma de autodefensa —literal— contra la LGBTfobia.

PIRANHAS TEAM

Esa autodefensa es necesaria en Brasil, el país del mundo donde más personas LGBTI son asesinadas. Es posible que mientras lees este artículo una noticia más de crimen de odio sea registrada en el blog Quem a Homofobia matou hoje. En lo que va de año, y a través de los datos de la ONG Grupo Gay da Bahia, lleva contabilizados 117 homicidios. En 2016, fueron 343 víctimas: una cada 25 horas.

De los 2.343 asesinatos de transexuales registrados entre 2008 y 2017 en el mundo por la ONG Transgender Europe, 938 tuvieron lugar en Brasil.

A escasos 30 kilómetros de donde los Piranhas aprenden a esquivar cuchillos, en la localidad de Belford Roxo, la transexual Samily Guimaraes fue asesinada por varios tiros el pasado 21 de abril. Dos días antes, mataron a cuchillazos al comerciante homosexual Paulo Veríssimo. Y así uno va encontrando un goteo de asesinatos LGTBfóbicos casi a diario, como una trágica rutina que gran parte de la sociedad silencia.

Golpes a la transfobia

Pocas veces es tan literal hablar de la lucha contra la discriminación como en el caso de Piranhas Team. Sobre el gran tatami azul, conviven cinturones más claros y más oscuros en función de la experiencia de cada uno. En consecuencia, los cuerpos más fornidos y los más descuidados ofrecen una estampa heterogénea. Pero todos le ponen al combate mucho esfuerzo y sonrisa.

Esfuerzo para ser más fuerte ante la discriminación, sonrisa por sentirse arropado. Entre trans, gays y lesbianas es mucho más fácil entenderse que en ningún otro gimnasio, y más aún cuando el contacto físico es tan directo. Ahora un puñetazo de la mujer trans Lara sobre el 'sparring' sostenido por el activista gay Hailsson. Después unas llaves: se lanzan al suelo, pero sobre todo, aprenden a evitar agresiones fatales.

El arte marcial que han elegido es el Krav Magá, especialmente pensado para la rápida respuesta ante los ataques. Este nació al calor de los ejércitos judíos clandestinos en los años 40 y todavía hoy utilizado por el ejército israelí.

PIRANHAS TEAM

La única persona que ha utilizado en la calle lo que ha aprendido en este gimnasio solo lo usó en la calle, paradójicamente, contra otra mujer trans. Pero Vinicius Morelli, homosexual acostumbrado a agresiones verbales en la calle, dice sentirse “más tranquilo” cuando pasea por la noche.

Además de la autodefensa contra agresiones, el gimnasio es casi el único lugar donde un LGBT puede practicar artes marciales sin tener que escuchar bromas homófobas. Más de uno dejó su centro anterior para poder entrenar en un entorno amistoso.

Para compensar las dificultades económicas de muchas de las trans, el resto de alumnos decidieron repartirse el precio de la mensualidad de aquellas que iban a dejar el grupo por falta de dinero.

Despedido por ser trans

Para Eduardo, un hombre trans que estudia historia y asegura que hay discriminación también en la universidad, “el hecho de estar unidos y el de aprender defensa personal es igual de importante contra las agresiones”.

La visibilidad, en cambio, es algo secundario para él. “Si estas clases funcionan para que las otras personas nos acepten está bien, es un bonus. Pero yo no hago nada de cara a los otros sino para nosotros mismos”.

PIRANHAS TEAM

Su padre, cuenta, acepta su identidad pero no así su madre, con la que no tiene apenas contacto.

Entre algunos colectivos feministas de la universidad, dice, surgen mensajes transfóbicos y pintadas en la facultad que dicen que “mujer es quien tiene vagina”. “Algunos me apoyan, pero la mayoría me discriminan”, lamenta.

El mercado laboral también le ha dado algunos palos. “En algunas entrevistas de trabajo no me han llamado por ser trans. Y en el último trabajo que tuve me echaron en cuanto descubrieron que lo era”. ¿Denunciar por discriminación? “La policía no ayuda, intento no ir. Y es difícil tener pruebas”.

Contra eso, no hay más arte marcial que el activismo, la resiliencia y el empoderamiento.

Una persona con tetas y pene

Otra opción que forma parte de la autodefensa trans es entregar la vida a proteger a los transexuales más marginados de la ciudad, como ha hecho la prostituta, activista y política Indianara Siqueira.

No hay barrio de Río con más transexuales visibles que Lapa. Icono de la noche, de la libertad y de la bohemia, el céntrico barrio con sus edificios decadentes y sus emblemáticos arcos del antiguo acueducto, recoge y entremezcla con los turistas a los marginales y a las minorías. Muchas de las trans, expulsadas del mercado laboral por la discriminación, hacen de la prostitución su sustento.

Indianara Siqueira lleva su profesión con orgullo: “La prostitución nos acoge, las más antiguas siempre reciben bien a las trans, pero es un espacio donde también hay violencia, que es reflejo del resto de la sociedad”.

G.A

La hipocresía con el colectivo trans se hace evidente en su trabajo y en Lapa: “La misma persona que nos paga por tener sexo luego nos agrede. Los que tienen sexo a escondidas por la noche, los que nos encuentran en bares dedicados a encuentros de hombres con mujeres trans nos ignoran de día o nos atacan para demostrar que no les gustamos”.

La imagen de libertad del barrio es para ella un espejismo: “Los bares de turistas no enseñan el menú a las trans. Y la transfobia se respira en cada esquina. Lapa no es un paraíso y se ha vuelto más agresiva con la gentrificación, que ha traído a una policía excluyente y violenta con las minorías, gays, transexuales, negros, afeminados…”

Una casa de paz en un entorno hostil

Contra ese entorno hostil, en la Casa Nem las trans están relajadas y en paz. Maquillándose, conversando, cenando, entre carcajadas o tumbadas en un colchón en el suelo mirando al móvil, allí son mayoría, ese es su lugar y las pintadas de “Transfobia no” en la puerta lo dejan claro.

El local, por iniciativa de Indianara, acoge al colectivo LGBT en riesgo de exclusión social, con especial atención para transexuales. Para quedarse en la casa, eso sí, hay que participar de cursos para afrontar el acceso a la universidad (PreparaNem) y de alfabetización (AlfabetizaNem), a los que se suman talleres de costura, de fotografía o de proyección de películas y documentales.

G.A

Fuerte y decidida, Indianara tiene un discurso al hueso que contrasta con una cierta cultura del carioca (gentilicio de Rio) de suavizar o edulcorar los mensajes.

Acusa a una cultura machista y de etiquetas impuestas por el desconocimiento o la ignorancia para quienes no saben cómo dirigirse a una mujer trans: “Si ves una imagen femenina delante de ti, es una mujer. Si no supieras su histórico o que tiene pene, tu visión no cambiaría, así que adaptar a eso la forma de llamar a la persona es una falta de respeto”.

Las denominaciones le cansan, por eso se llama a sí misma “una persona con tetas y pene” huyendo de arquetipos.

Nómadas como gitanas

En la habitación con ordenador y ventana de Casa Nem, con las paredes trufadas de pintadas reivindicativas, circulan mujeres trans como Jaqueline de Castro, que asegura sentirse protegida “dentro de la casa, pero no fuera”. Prostituta y llegada a Río de Janeiro hace tres meses del interior de São Paulo, relata una agresión con siete cortes de cuchillo que sufrió recientemente.

Por su parte, Bia Gregorio, que creció sin hogar deambulando por las calles de Río, dice: “Esta casa es muy buena. Hay mucha violencia en la calle, varias amigas mías ya fueron asesinadas, detenidas por algo que no hicieron, discriminadas en el hospital o no reconocidas por su nombre. Indianara me sacó de la calle”.

G.A

Otra de ellas, Hillary asegura esperanzada que "conseguir trabajo es difícil para, pero hay que luchar”. También cuenta como algo rutinario haber recibido pedradas o botellazos. “Me encantaría tener un empleo de limpiadora”, dice una joven querida por su madre pero rechazada por su padrastro.

Natural de Mato Grosso del Sur, Alana define la vida de las trans de Casa Nem “como la de las gitanas” por su condición de nómadas. En busca de un lugar donde tener mayor aceptación o anonimato, es habitual que hayan vivido en varios estados del país.

“Siempre es un problema la cuestión del nombre en el documento, te discriminan y no quieren manchar el nombre de la empresa, así perdí un trabajo de costurera”, añade, resignada a dedicarse por ahora a la prostitución.

G.A

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