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Hablamos con un periodista de The Guardian, con otro de El Faro de El Salvador y con un profesor de ética periodística sobre el tratamiento que los medios deben dar a los hechos violentos
22 Junio 2017 06:00
"Un bebé muerto y su madre y su hermana violadas: el último caso que conmociona México".
"Un vídeo del Estado Islámico muestra a dos soldados turcos quemados vivos".
Ambos son titulares recientes publicados por PlayGround. Ambos atrajeron a cientos de miles de lectores. Pero ambos también plantean un debate moral sobre cómo hablamos de la violencia. ¿Hay noticias que hay que dar o simplemente estamos cayendo en el morbo?
Ahora viajemos en el tiempo hacia esos años en que no había internet.
22 de enero de 1987. Budd Dwyer, entonces tesorero estatal de Pensilvania, convoca una rueda de prensa para explicar su supuesta implicación en un cobro de un chantaje.
Después de hablar a los periodistas en una conferencia retransmitida en directo, entrega dos cartas a sendos asistentes y saca una bolsa de papel. En ella, una pistola. La gente grita, se desespera: "¡No lo hagas, no lo hagas!”.
La imagen se funde en negro. Bueno, en algunos informativos.
En otros, como el de la televisión autonómica catalana (TV3), se mete la pistola en la boca y ¡bang! Se suicida.
Un momento, ¿era necesario escribir bang? ¿Era necesario emitir las imágenes explícitas de su muerte?
Salvador Alsius era el presentador de aquel noticiero y hoy es profesor de ética periodística y consejero del CAC, el Consejo Audiovisual de Cataluña. Esta institución otorga las licencias de radio y televisión en la Comunidad Autónoma, redacta códigos deontológicos y valora denuncias de contenido inapropiado en los medios catalanes.
“En la reunión para decidir si emitíamos aquello, nos preguntamos varias cosas: ¿Es noticia? Porque sin las imágenes no lo era, se trataba de un político muy desconocido fuera de su país. ¿Era entonces una noticia televisiva? Si lo damos, ¿con qué imágenes? ¿Avisamos de que habrá contenido inapropiado? Y la última: ¿Qué hará la competencia?”, recuerda Alsius a PlayGround.
Eso sí, el periodista también señala que TV3 evitó recrearse en las imágenes con zoom que mostraban el impacto del proyectil y la sangre a borbotones chorreando en directo.
La competencia, en aquella época, no era más que Televisión Española (TVE), porque todavía no había canales privados. La cadena estatal decidió fundir la imagen a negro en el momento del disparo. Algo que, seguramente, hoy no sucedería. “Cuando me encontré con un periodista de TVE, nos explicó una reunión exactamente igual que la nuestra”, cuenta Alsius.
¿Es noticia? Si lo es, ¿lo es sólo por las imágenes? Si se da, ¿hay que avisar de que contiene contenido inapropiado? Y una última: ¿Qué hará la competencia?
Pero de aquello han pasado ya 30 años y una revolución tecnológica muy loca. Televisión privada. Televisión digital. Televisión por cable. Internet. Redes sociales. Smartphones. Todo el mundo grabando todo a todas horas. Periodismo ciudadano. Instagram. Facebook Live. Vídeos en 360 grados. Click, click, click, clickbait. Atentados en Francia para desayunar. Intervención militar en Mosul para almorzar. Ejecución policial en Río de Janeiro para cenar.
Los medios han cambiado. El flujo de información se ha acelerado, se ha multiplicado y ya no nos espera. Nos viene a buscar, invade nuestro espacio y nos interrumpe con alertas mientras estamos en el baño.
Pero las preguntas que nos hacemos ante cada hecho violento son básicamente las mismas en otros formatos: ¿Cuándo un hecho violento es noticia? ¿Cuándo hacemos propaganda a los terroristas divulgando sus fechorías? ¿Cuándo una imagen o un titular explícito sensibiliza a la audiencia y cuándo es innecesaria?
Y otra: ¿Tenemos respuestas a todas estas preguntas?
Cómo informar sobre el terrorismo
Si la cobertura informativa de la violencia es ya de por sí conflictiva, la del terrorismo genera múltiples dudas.
Una de las más recientes fue: ¿Era relevante saber que el autor de los atentados de Manchester el pasado mayo era hijo de refugiados? ¿Había que informar sobre ello teniendo en cuenta que él no era refugiado? ¿Ayudan estas informaciones a fomentar el odio?
Para Jason Burke, corresponsal en África de The Guardian, antes en Asia y autor de varios libros sobre terrorismo yihadista, la respuesta es clara: “Por supuesto, es relevante. Tenemos que ser capaces de discutir cuestiones sobre migración, orígenes, identidad, etc., si queremos entender la militancia islámica contemporánea en Occidente. Sabemos que muchos terroristas en Europa son de la segunda generación de inmigrantes. Esto es un hecho y discutir sobre esto no es ser racista, sino sensato”.
El goteo constante de atentados que llenan los informativos y los timelines de nuestro Facebook nos está creando una cierta costumbre que nos insensibiliza, pero “eso no es necesariamente malo”, a los ojos de Burke.
It’s complex: why the us-and-them approach to extremism won’t work | Phil McDuff https://t.co/Y8QSDJMIpb
— The Guardian (@guardian) 21 de juny de 2017
“Han pasado 15 años del 11-S y hemos crecido acostumbrados a la amenaza. El objetivo del terrorismo es inspirar un miedo irracional y desproporcionado, por lo que ayuda cualquier factor que minimice nuestra reacción al todavía pequeño número de personas que son asesinadas y a la relativamente pequeña amenaza terrorista”, abunda Burke.
Para que los medios no se conviertan en una ametralladora de prejuicios, dice Burke, la clave “es ofrecer un enfoque sobrio, inteligente e informado”, y no uno que haga pensar “que todos los musulmanes son peligrosos”. “Periodistas serios y expertos, de los que quedan pocos, intentan explicar los matices y la complejidad del problema. Pero los recursos son también cada vez menos para este trabajo”.
Para el británico, “seguramente damos demasiado espacio y atención a los terroristas, tal y como ellos quieren que hagamos”. En este sentido, parece claro que la atención no es la misma cuando el atentado tiene lugar en un país europeo que en África o Asia.
Jason Burke, corresponsal de The Guardian en África: 'Le damos demasiada atención a los terroristas, tal y como ellos quieren'
La cobertura del terrorismo no debería, según Burke, mostrar imágenes explícitas y desagradables de violencia. “Existe una pornografía de la violencia que a veces tienta a algunos editores, pero no creo que ningún medio de noticias quiera ser pornográfico. No veo la necesidad de hacerle el trabajo a los terroristas divulgando imágenes de sus actos”, opina Burke.
El corresponsal inglés tiene muy claro que “la violencia no atrae al tipo de lectores que queremos”. Pero eso abriría otro debate paralelo y también intenso: En la era de internet, ¿a qué tipo de lector queremos? ¿Solo a un lector crítico y con consciencia o, por el contrario, llegar al máximo de gente posible?
Narcotráfico y pandillas en Latinoamérica
El narcotráfico, la corrupción, la impunidad judicial, la ineficacia de unas policías violentas, la desigualdad, el machismo, el racismo y las heridas abiertas de la lucha colonial por el territorio son algunos de los elementos que componen el tapiz de fondo de la violencia en América Latina.
Pero la vorágine cotidiana de asesinatos, violaciones y otras agresiones que asolan algunos países de la región invade portadas sin tiempo ni espacio, la mayoría de las veces, para aportar contexto a los hechos.
En medio de esa rutina de sangre y fuego, proyectos periodísticos como Sala Negra, del diario digital El Faro, en El Salvador, se ocupan de aportar un poco de luz y seguir con temple e investigación el trasfondo de los sucesos en uno de los países más violentos del mundo, azotado por el terror de las maras.
El periodista Roberto Valencia, uno de los fundadores de Sala Negra y autor de libros como Crónicas negras. Desde una región que no cuenta, opina que a veces el periodismo salvadoreño “no sólo no aborda las causas y porqués, sino que informa muchas veces desde un desconocimiento insultante”.
Pone como ejemplo la partición en dos de la mara Barrio 18: “Aun hoy, una década después de la ruptura, hay colegas que trabajan en la cobertura de la violencia que no sabrían decir ni una sola diferencia entre la 18-Sureños y la 18-Revolucionarios”.
En el Triángulo Norte las personas que huyeron de la violencia alcanzaron “niveles no observados desde los 80”. https://t.co/NKrwqbOOAK
— elfaro.net (@_ElFaro_) 21 de juny de 2017
Para Valencia no se trata, en la selección de fotos o titulares demasiado violentos, de poner un límite, sino más bien de apelar “a la ética, a la formación continua, a las fe de erratas sinceras y proporcionadas, a la honestidad y, sobre todo, a la empatía y el respeto hacia las víctimas”.
Para llegar a un punto justo sobre el que no hay consenso ni recetas mágicas, “el debate interno e incluso la asesoría externa con expertos en derechos humanos” son dos de las claves.
“En la crónica ‘Yo violada’, por ejemplo, elegí un lenguaje y unas escenas con violencia muy explícita. Fue una decisión consciente, debatida y avalada de la que no me arrepiento: fue voluntario retratar con crudeza el fenómeno de las violaciones tumultuarias en el submundo de las maras”.
Roberto Valencia, de El Faro salvadoreño: 'Apelar a la ética, a la formación continua y, sobre todo, a la empatía con las víctimas son claves para hacer un periodismo sobre violencia responsable'
Ejemplos como Valencia y El Faro no son los únicos de periodismo de excelencia, investigación y contexto sobre violencia en Latinoamérica. Uno de los ejemplos más destacados es el mexicano Diego Enrique Osorno, experto en narcotráfico y autor de libros como El cartel de Sinaloa.
Para Osorno, el periodismo cae mucho “en la pornografía del horror” y puede hacer reportajes “mirando el humo que sale”. “Lo que más vale la pena es encontrar el fuego y lo ideal sería siempre encontrar quién prendió ese fuego, somos irresponsables si no vamos más allá”, añade. En la medida de lo posible, defiende Osorno, hay que ir más allá de la violencia directa y detectar “la violencia institucional o cultural, no tan evidentes”.
La ética, "territorio de la duda"
“Seguramente, existe una habitación en una Universidad de Estados Unidas llena de papeles que explican una teoría sobre los efectos de la violencia explícita en la audiencia y otra igual de grande con las teorías opuestas”.
La frase es de Alsius, el consejero del CAC, que ha visto cómo los formatos han cambiado pero los dilemas morales siguen siendo los mismos.
En la actualización de un nuevo código deontológico en 2016 que renovó el precedente del 92, los valores y recomendaciones eran prácticamente iguales, pero se ampliaban los formatos y los destinatarios. Aunque los artículos iban dirigidos expresamente a periodistas y a medios de comunicación, el código también apuntaba a que podía ser útil a los ciudadanos que grabaran imágenes por su cuenta.
Esta es una de las principales novedades a la hora de hablar de imágenes de violencia explícita, que puede circular directamente por los usuarios sin que el periodista haga de filtro. Y, en ese caso, reconoce Alsius, “no tiene mucho sentido que un medio de comunicación obvie una imagen si ya es viral y tiene un amplia repercusión”.
De cualquier forma, el periodista ve más similitudes que diferencias entre las fórmulas de atraer a la audiencia por parte de los medios de comunicación, exista o no una apelación a la violencia. “La mayor prisa ha acentuado una falta de rigor, pero no veo tantas diferencias entre los medios digitales y los analógicos. Se habla mucho del clickbait, pero poner titulares llamativos era una práctica que en los 70, cuando empecé a trabajar como periodista, ya era importante. Y el objetivo era el mismo: que te leyeran. La diferencia es que ahora hay un contador que te dice cuántas personas entran en cada artículo”.
Atentado terrorista frustrado en la Estación Central de Bruselas: confirman la muerte del atacante, única víctimahttps://t.co/T8UP0TeuMw pic.twitter.com/QbjGokOq0a
— DW (Español) (@dw_espanol) 20 de juny de 2017
Alsius, como miembro del CAC, participó también de un manual de recomendaciones para la cobertura de atentados terroristas, que incidía en mantener la presunción de inocencia de los atacantes y preservar su identidad hasta que sea confirmada por las autoridades.
Recomienda también no caer en la espectacularización, en preservar la identidad de las víctimas y en dejar claras las distinciones entre una información, una cobertura en directo y una reconstrucción ficcionada.
Pero, más allá de los mínimos del manual, el trato de un periodista ante un hecho violento sigue siendo una incógnita por resolver “caso por caso” y Alsius cree que sólo “hacerse preguntas constantemente y, si puede ser, compartirlas en una redacción”. Esto, según él, lleva a soluciones mas éticas aunque no siempre acertadas.
No hay más receta para el tratamiento de la violencia que ir caso por caso y 'hacerse preguntas, si puede ser compartidas con el resto de la redacción', dice el profesor de ética periodística Salvador Alsius
Cuando en el año 98, Alsius le llevó su libro Catorce dudas sobre el periodismo en televisión a la catedrática en ética Victoria Camps para que escribiera el prólogo, tenía miedo de que le rechazara por entregarle un libro con un título tan tibio.
Pero no. A Camps le encantó el título y le expresó que “mientras el Derecho se basa en resoluciones con una base legal clara, el terreno por definición de la ética es el de la duda”.
Y así, con una regresión de más de un par de milenios a la duda socrática, podemos decir que periodismo y violencia vienen planteando y plantearán el mismo tipo de preguntas. Y seguramente ninguna de ellas tendrá nunca respuestas rotundas.
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