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Me siento un poco en tierra de eso que algunos llamaban equidistantes hace algunos meses. Solo que algunos equidistantes ahora lo son menos. O directamente han dejado de serlo. O es que nunca lo fueron
21 Diciembre 2017 19:00
Jueves. 8:50 de la mañana. Hoy es día electoral en Cataluña, claro que también es laboral. “Día raro”, dice un niño de unos seis años cogido del brazo de su abuela. En el otro brazo, una barra de pan. En la puerta de la Biblioteca Central de Santa Coloma de Gramanet asoman algunas personas tímidamente. Jubilados, sobre todo, y algún que otro parado. Se saludan como se saludan los vecinos de siempre: pocas palabras, tremendamente eficientes. Qué, aquí estamos. Muchos aparecen con el sobre bajo el brazo, los deberes se traen hechos de casa. Así es más rápido, hija. Como si la operación no tuviera que doler. Luego, a tomar el café.
Cataluña celebra hoy unas elecciones atípicas. Unas elecciones que llegan después de meses en los que hemos vivido tantos días históricos que este parece uno más. Pero quizás no lo es. “Este es el bueno”, apunta un señor de unos 70 años. “Yo lo tengo clarísimo”, dice, luego, marcando muchísimo la ííí. Luego, me enseña el corazón tripartido, emblema de la campaña de Ciudadanos en Cataluña. Bandera catalana, bandera española, bandera europea. Hay pocas banderas por aquí, pero las que hay, van en pack.
El histórico cordón rojo de Cataluña —así es como se denomina el área de municipios obreros que rodea Barcelona, antiguo bastión del PSC— cada vez es menos rojo. Ya era medio naranja en 2015. Y hoy sabremos cuánto naranjea más. Municipios como Santa Coloma votan hoy más en clave de país que de ideología. Trabajadores y obreros votando a un partido neoliberal. Poco importa. Para muchos lo de hoy va de otra cosa: va de la cosa.
Antoni, de 56 años, vecino de Santa Coloma de Gramanet de los de tota la vida, acude a votar con un grupo de amigos. “Nosaltres ens diem els indigènes! Esto es territorio comanche”. Los cuatro han votado a Junts Per Cataluña. De camino al bar me explican que ahí están “en clara minoría, pero no hay problemas de convivencia, que la convivencia es pacífica”. Otro irrumpe, entre risas: “Bueno, hipócritamente pacífica”.
“Cuando dicen desde fuera que adoctrinamos, yo digo que aquí somos nosotros los adoctrinados. Aquí nadie vota independencia, todo el mundo te salta con que si es de Jaen o de Granada. Es difícil que cale el discurso independentista porque no hay mucho arraigo a la identidad catalana”. Antoni crítica que en las sardanas son “quatre gats” (cuatro gatos), pero las fiestas regionales de las Casas de Extremadura o Andalucía son todo un éxito. “Y luego dicen que los otros extranjeros no se adaptan, pero después de vivir 50 años aquí tampoco se han adaptado mucho ellos”, crítica Antoni. Admite, también que desde luego algo ha podido flaquear en la integración y "tal vez los catalanes tengan alguna parte de culpa".
La población migrada entre los años 50 y 70 sigue manteniendo lazos más o menos cercanos con sus países de origen. Para muchas es difícil encajar una ruptura, la mera idea de otro país. Antonia tiene 84 años, llegó de Granada hace más de cincuenta. Me cuenta historias de su prima y su torre y su huerto mientras barre el portal de la Bisutería Glamour, propiedad de su hija. Le hablo de la independencia y se agarra el pecho, como si me dijera abrígate o no llegues tarde a casa. Ay, ¿tú crees? No sé. No sé. Tampoco me dice que no. Su cara es más de angustia que de otra cosa.
Su cara de angustia, digo, también me hace pensar en unas palabras de la activista y periodista Montse Santolino en una entrevista para El Crític. Ella hablaba de La Florida, un barrio marginalizado del Hospitalet donde también es posible que el discurso de Ciudadanos haya convencido a parte del electorado castellanohablante.
“Siempre ha habido una Cataluña ignorada. Son solo mano de obra. En TV3 no he visto mucha preocupación por intentar explicar bien el Procés a una población que es la que está más acojonada y tiene más vínculos con España”, explicaba en la conversación con el periodista Sergi Picazo. Santolino critica tanto desconocimiento y cómo la televisión pública ha ignorado y estereotipado, y sigue haciéndolo, a un grueso importante de la población. Estigmátizandolos, caricaturizándolos.
Pasó, en su época, con los andaluces. Y sigue ocurriendo ahora con la población latinoamerica. "Cuando salimos en las series de TVE lo hacemos como la típica mujer con acento adandaluz de pacotilla. O cuando salen por primera vez un grupo de latinos en la serie Merlí es para darle hostias en una parque a nuestros niños catalanes. ¡El estereotipo más estereotipo!".
También la escritora Brigitte Vasallo reflexiona en torno a la identidad o no identidad 'charnega', desde el punto de vista de las hijas, de las que ya hemos nacido aquí:
"Las 'charnegues' no somos las que emigramos: somos sus hijas disimuladas, las herederas de esas de las que os reís siempre que os da la gana, con quienes hacéis chistes, a quienes imitáis en castellano cuando queréis explicar algo estúpido o divertido, o cuando queréis imitar la voz de un racista o machista".
En la puerta de l’Escola Joan Papasseit, charlo con unos apoderados de ERC. Solo hay 24 militantes d’Esquerra en Santa Coloma. Aunque aseguran que cada vez son más los interesados y posibles votantes. “Hace 20 años, salías a poner carteles de ERC y te insultaban”, me dice uno de ellos, de unos 40 años, hijo de madre catalana y padre soriano. “Aquí el discurso independentista va más por la vía de la república que por la identitaria. Por esa vía sí que se convence a más gente”, argumenta. A pocos metros esa escuela, en los bordes de Fondo, paseando las calles Tarrasa y Jacinto Verdaguer, se encuentran muchos locales y comercios regentados por la comunidad china, latina o árabe. “Por ahora no están muy politizados. No les interesa. Son pocos los que se ve votando. Quizás hay que esperar otra generación”, comentan en el mismo grupo.
Ya son pasadas las once y atravieso el río Besòs para llegar a Sant Adrià. Frente a la escuela Santíssima Trinitat un señor se indigna porque alguien ha pintado unos lazos amarillos —en señal de apoyo a los Jordis, presos por sus ideas desde hace más de dos meses—. Francisca y Araceli también tienen claro su voto. Una, a Ciudadanos. La otra, a Iceta. “Yo soy murciana, pero no burra, que a veces se nos trata como si no supiéramos lo que queremos”, me cuenta Aracelí en catalán. Me siento un poco en tierra de eso que algunos llamaban equidistantes hace algunos meses. Solo que algunos equidistantes ahora lo son menos. O directamente han dejado de serlo. O es que nunca lo fueron. También pienso en el artículo Odei A.-Etxearte: Sóc de Santako, però no imbècil! (¡Soy de Santako, pero no imbecil!). Ella, siendo independentista, también crítica ese paternalismo mal entendido con el que algunos partidos y entidades intentan “fer país”.
“La búsqueda de votos en el viejo cinturón parte del tópico y se envuelve de una peligrosa filantropía sustentada en el clasismo y una falsa superioridad intelectual y eso, evidentemente, desmonta el mensaje y el propósito”, crítica la periodista, que hace mención específica a un vídeo del Cercle Català de Negocis (CNN) denominado Los García, Cataluña y el futuro de todos. A.-Extearte rechaza el uso oportunista del castellano por parte de cierto independentismo aburguesado. “Queda moderno eso de querer integrar a todo el mundo ahora”, explica en el texto.
Un grupo de tres chicas de unos 20 a 25 años hablan de que han votado a ERC, Comuns y CUP. Hablan indistintamente catalán y castellano. “De verdad, prefiero que salga independencia a Ciudadanos. Me muero si sale derecha”, exclama la que ha votado a Comuns. “Yo me he interesado por la política hace unos meses, yo antes pasaba de esto”.
“Estas Navidades este tema no se toca en casa, que mi hermano es madrileño y además es militar”, irrumpe otra de las amigas, la que ha votado a Esquerra.
Las tres se echan a reír. Ni en la mía. Ni en la mía se hablará.
Aitor Blanch, en la lista de Barcelona de la CUP, admite que su partido ha hecho un esfuerzo precisamente por llegar a la gente trabajadora, especialmente en estos municipios donde son una alternativa política muy minoritaria. “Desde el 1-O estamos moldeando nuestro discurso para acercarlo a sectores que, o bien no han entendido nuestro mensaje, o bien nosotros no lo hemos sabido llevar. Eso pasa desde hace años, es algo en lo que ha fallado el independentismo siempre”. En un plano social, la CUP seguramente está más en sintonía con muchas de las pancartas habituales que habitan el extrarradio: educación y sanidad de calidad, 'prou barracons'. "También es verdad que nuestro partido se hace mucho desde las bases y la militancia, que hemos sido minorizados en los medios y que no tenemos tantos recursos de propaganda para llegar a todo el mundo. Tenemos nuestras limitaciones".
Las pancartas de Inés Arrimadas están en las principales plazas y avenidas. Les ha costado lo suyo.
Ya en Badalona, Sandra, una chica de 22 años, sentada en la acera y mirando el móvil. Me mira y me dice.
“Yo, como no sé que he de elegir entre todos estos, elijo a los animales. PACMA”.
Sigo caminando. Una pareja me dice que va a votar porque así se escaquean cuatro horas del trabajo, “pero que ni idea”. Una chica me dice que votará a Ciudadanos, pero que nunca más, que solo hoy. Padre e hija almuerzan en un bar cercano a la escuela Jungfrau, también en Badalona. Los dos son pequeños empresarios y dicen que “la democracia les sale muy cara porque hoy regalan cuatro horas a sus empleados”. Se asienten mutuamente mientras comen dos croissants. Él, de unos 60 años, me dice que es constitucionalista. La hija se sonroja un poco y me dice que ella todo lo contrario, que ella ERC. Una mujer marroquí y su hija, catalana, me dicen que votarán independencia porque quieren un sistema nuevo y, sobre todo, menos inmigrantes.
Acabo en Ciutat Meridiana, el barrio más pobre de Barcelona, el que tiene más deshauciados. Entre edificios de hormigón y casas de protección oficial, el reguero de personas es constante. “Hay más gente que nunca”, me dice una vecina de toda la vida. “Nunca había visto nada igual aquí”. La gente tiene ganas de votar. Aparece una madre e hija con el sobre debajo del brazo. Me dicen que no me lo dicen, que eso es secreto. Pero que están hartitas, hartitas. Que ellas lo que necesitan es política y bienestar social. Que casi las echan. Que no tienen dinero para llegar a final de mes. Que no tienen dinero para los libros de texto. Que la madre es madre soltera y que tiene que alimentar a otra madre, anciana y enferma. Que como va a pensar en otra cosa. Se añade una pareja más a la conversación, ellos son emigrados de Extremadura, de unos 60 años. Política y bienestar social. Eso. Eso. Repiten. Luego, al cabo de un rato, se dan cuenta de que no han votado al mismo partido.
Bueno, oye, que todas estemos bien, que es la hora del vermut.
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