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Este proyecto logra conectar la naturaleza sensible de lo humano con la naturaleza sensible de las plantas a través del arte
Playground community
16 Abril 2018 19:42
Hay personas a las que se les enciende la alarma ante el término “antropocentrismo”. Normalmente, porque creen que cuando se menciona, va a ser seguido de una serie de reproches al Ser Humano. Y entre esas fundamentales recriminaciones estará aquellas que señalan una cierta injusticia en la práctica de que todo se mide y se valora con la mera referencia humana, lo que implica que otros elementos de la Naturaleza no son justamente valorados en las periferias de nuestra Humanidad.
Tal es el caso de la neurobiología vegetal, disciplina cuyos defensores intentan difundir para que entendamos o aceptemos que existen coincidencias en los sistemas orgánicos de plantas y humanos —como el uso de neurotransmisores, por ejemplo, serotonina, dopamina…— que bien podrían ser vínculos de entendimiento para elaborar un lenguaje común.
La reacción de algunos elementos vegetales ante actividades humanas en su proximidad ayudan a probar —según los defensores de estas hipótesis— la indubitable existencia de algo que llaman “Inteligencia Vegetal” y que estaría armada por piezas como la coordinación sensoriomotora, formas básicas de aprendizaje y memorización, toma de decisiones y resolución de problemas.
Una de las plantas en que mejor se experimentan y reconocen estos hábitos es la Mimosa pudica, también conocida como mimosa sensitiva, vergonzosa, nometoques o dormilona. Es una planta originaria de la América tropical y que se distingue por su reacción al tacto y al sonido, un mecanismo que le funciona, básicamente, como una defensa ante los depredadores.
El colombiano Leonel Vásquez, que se define como artista sonoro, ha elaborado una instalación participativa para interaccionar con la citada planta, para explorar la sensitividad común y las experiencias que pueden ser comunicativas y compartidas por ambas especies. En su experimento, registra una reacción que se genera más allá del tacto físico y entrando en una especie de “tacto sonoro” ante el cuál la planta responde. Un estímulo mecánico o incluso térmico, hace que la criatura vegetal entre en un estado similar a lo que en nosotros sería un estado de miedo, por lo que tiende a recogerse en sí misma, ocupar menos espacio y retraerse.
En la instalación artístico-emocional ideada por Vásquez, este vegetal reacciona ante una nana cantada, con inicial miedo. Arrullada por cánticos de cuna que el autor vincula con referencias a entes y fuerzas de la infancia que invocan una angustia (el coco, por ejemplo).
Como haría un bebe, la planta viaja de ese miedo inicial a una posterior tranquilidad en brazos del sueño gracias a la tranquilizadora y reafirmante cadencia de la voz. Leonel Vásquez lo resume así: “Busco que las personas y las plantas compartan el estado común de las sensaciones de miedo, calma y sueño como componentes de una posible metafísica que muestra la naturaleza de la que estamos hechos todos los seres en este mundo”.
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