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La revolución sentimental ha triunfado en Cataluña: protestas, día 2

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No, no es una movilización de élites políticas interesadas. Ya no. Los que ayer estaban en Gran Vía, hoy en Arc de Triomf y mañana donde les digan, tomarían las calles con o sin políticos.

Rafa Martí

21 Septiembre 2017 19:21

Getty


Era la hora de comer y el sol apretaba en el paseo del Arc del Triomf de Barcelona. Pero el triunfo y su catarsis no entienden de adversidades, ni siquiera de días laborables o de clases (sociales y universitarias). Ahí estaban.

La euforia desatada en las calles de Barcelona tenía su continuidad frente al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña: hoy se estrenaba el segundo capítulo de una serie que arrancaba ayer, casi por sorpresa, con una premiere impresionante. 

La reciente torpe maniobra del gobierno de España, mandar a Guardias Civiles ataviados como si fueran a Baracaldo a detener a los funcionarios que construían la nueva República Catalana en el Departament d'Economia, fue la chispa que prendió la mecha de un petardo que muchos querían que explotase.

Joan Carrillo, de 42 años, presente en la concentración de l'Arc del Triomf, dice: “Estoy muy contento de cómo hemos reaccionado. Ya estábamos movilizados y esto solo ha sido el detonante para una fuerte respuesta contra la represión del Estado”.

Hace unos días, en una tertulia de Televisión Española, los invitados comentaban que los registros policiales en imprentas y periódicos, junto a los decomisos de material propagandístico, no habían levantado ningún revuelo: “Es normalidad democrática”, decían.

Lo de ayer también les debió parecer normalidad democrática, pero el hecho es que a la mayoría independentista le vibró el corazón, se le encendió (más) el orgullo y, de forma espontánea, con algún aderezo de las entidades y los partidos, Cataluña ya tenía su Plaza Tahrir. En el cruce de caminos de Rambla Cataluña con la Gran Vía, un lugar sin carga simbólica —hasta ayer—, se había montado la revolución espontánea, con un inmenso cartel presidiéndola que no dejaba lugar a dudas: THIS IS THE CATALAN REPUBLIC.


En la política, como en el enamoramiento, gana la seducción y las caceroladas que ayer hicieron vibrar hasta los no independentistas, y no la imposición de un texto legal que pocos han leído


Los corresponsales extranjeros ya tenían el trabajo hecho: claveles contra todoterrenos policiales, payasos contra guardias civiles, gritos de libertad, apoyo a los presos políticos y la suspensión “de facto” de la autonomía que anunció Puigdemont por la mañana. Daba igual que el Tahrir catalán se interrumpiese para que los catalanes se fuesen a dormir (en Arc de Triomf, la concentración durante el día había bajado considerablemente). Estaba en las portadas de medios medio mundo hacia la media noche y la idea estaba clara: las urnas contra los polis que parecen soldados.

Marta y Núria, de 18 y de 19 años respectivamente, universitarias, también formaban parte de la multitud que seguía con las protestas durante el segundo día. “Todavía no me lo creo. Nunca pensé que llegasen a hacerlo. Pensé que pasaría como la consulta, que lo dejarían pasar, pero lo que hicieron ayer es surrealista”, dice Núria.

Surrealista o no, el nacionalismo ha llevado este partido al terreno de juego sentimental. El Estado, y los opositores al referéndum, piensan que es todavía posible cambiar el campo sentimental en el que importa más lo que parece que lo que es. Sin embargo, en política gana la seducción y las caceroladas que ayer hicieron vibrar hasta los no independentistas, y no la imposición de un texto legal que pocos han leído.

En efecto, desde la perspectiva más fría y racional, el motivo de las detenciones de ayer era el incumplimiento de la ley, el mismo motivo que el decomiso de papeletas, o el de las más recientes multas de 12.000 euros del Tribunal Constitucional. Era funcionamiento del Estado de Derecho ordinario: ni los presos eran políticos ni se había desatado el estado de represión porque, sorprendentemente, la policía esperó, por ejemplo, en frente de la sede de las CUP a una orden judicial que nunca llegó. La ley sí, y no la calle, es lo que garantiza la convivencia, dicen.


En Palestina está prohibido el derecho de reunión y, si detienen a uno, lo hacen porque está incumpliendo la ley. ¡Pero el motivo por el que incumple la ley es por reunirse! Lo mismo sucede aquí: el motivo por el que los funcionarios incumplen la ley es por la celebración de un referéndum.



En el terreno de juego de los sentimientos, sin embargo, los detalles técnicos cuentan poco, y esto es simplemente así. Ni es mejor, ni es peor. Si se percibe el estado de sitio, es indiferente que no lo haya. Porque, además, ¿qué pasa cuando la ley que se impone tiene poco sentido para la mayoría?

En Palestina, por ejemplo, está prohibido el derecho de reunión y, si detienen a uno, lo hacen porque está incumpliendo la ley. ¡Pero el motivo de incumplimiento es reunirse! Lo mismo ocurre aquí: el motivo por el que los funcionarios incumplen la ley es por la celebración de un referéndum que, si está decantado hacia el “sí”, es porque los del “no” no han querido debatir.

Esto, junto a la imposibilidad de que lo poco racional que queda en todo esto tenga ya cabida en cualquier discusión, ha dado a los independentistas la victoria en casa, con su público dejándose la voz.

Y no, no es una movilización de élites políticas interesadas. Ya no. Los que ayer estaban en Gran Vía, hoy en Arc de Triomf y mañana donde les digan, tomarían las calles con o sin políticos.

El Tahrir catalán quizá no dormirá en tiendas de campaña, pero a efectos emocionales es equivalente. El procés es Juego de Tronos contra la Constitución.

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