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Culture
¿Cuánto ha dado de sí la música electrónica de los últimos 15 años? Javier Blánquez ha intentando disipar esa duda con 'Loops 2', la continuación lógica de libro de culto sobre música electrónica
11 Mayo 2018 14:34
En 2002, entrar en la tienda CD. Drome con Loops bajo el brazo era como irrumpir en un restaurante italiano con Ornella Vanoni como compañía. Las imágenes son heredadas: yo, en el 2002, ni sabía qué era CD. Drome, ni sabía quién era Ornella Vanoni, ni sabía qué era Loops. Como un track de hauntology, invoco fantasmas de un pasado ajeno, de los cuáles merece la pena detenerse en el tercero: Loops, como bien reza su subtítulo, es una historia de la música electrónica en el siglo XX, además de un incunable para aquellos melómanos que todavía conservan una de sus cinco ediciones originales. Los que intentaron hacer negocio reventa mediante –raro era encontrar un ejemplar por menos de 100 euros– tienen, desde ya, razones para la alarma: Loops no solo acaba de reeditarse, sino que llega a las librerías secundado por un contundente apéndice de 688 páginas llamado Loops 2.
“La conversación lógica que surgió tras la propuesta de reedición”, recuerda Javier Blánquez, editor de primer volumen y autor completo de segundo, “asumía que el libro original, publicado en 2002, estaría desactualizado; en estos 15 años, lo que ha pasado ha sido muchísimo y muy diferente”. Internet y la compresión digital mataron al anterior paradigma y, con el regicidio, empezó el caos: Loops 2 va del house progresivo al electroclash, de electroclash al grime, de grime al vaporwave, de vaporwave al EDM, y del EDM al trap. ¿Al trap? Al trap. “El libro tiene mucho de visión personal”, admite Blánquez, “pero lo subjetivo, el hecho de que no sea un libro académico, el hecho de que sería un suspenso clarísimo si lo presentases como tesis doctoral, no lo hace caprichoso”.
Loops & Loops 2 (Reservoir Books)
Quizás Loops 2 no sea caprichoso, pero sí arroja una visión muy personal de lo que ha sido la música electrónica en la última década y media. “Para mí, la edad dorada de la electrónica fueron los años noventa, no porque fuese la época que yo viví como postadolescente, sino porque aquella música en concreto cambió muchas cosas. Fue un momento revolucionario, de transformación, de aceleración cultural. Supuso el descubrimiento, si no de un nuevo mundo, sí de un continente inexplorado. En el momento que toda esa región ya ha sido colonizada por todos, como lo ha sido la electrónica en los últimos 15 años, la capacidad de sorpresa se reduce”. Con su reducción, el pesimismo. Con el pesimismo, las citas de Marina Garcés: “Nuestro tiempo es aquel en que todo se acaba”, leemos en el prólogo de Loops 2, “incluso el tiempo mismo”.
“Quise equilibrar esa sensación con un brío de esperanza”, continúa Blánquez, “pero sin dejar de ser realista. ¿Nos gusta cómo han cambiado las cosas? No. ¿Vamos a negarlo porque no nos guste? Eso sería infantil. La realidad hay que afrontarla como es: quizás no estemos en el momento más creativo para la música electrónica”.
¿Herramientas para el consuelo? Javier Blánquez propone el mal menor: “Hay otras músicas que se encuentran mucho peor”. ¿Está el rock emitiendo su estertor de muerte? “Enterrado no está: sigue habiendo mucho público. No se me ocurriría dar al rock por muerto y enterrado, como a nadie se le habría ocurrido, en los sesenta, dar por muertas y enterradas a las big bands de jazz. No, no lo doy por muerto, pero sí me atrevería a decir que su lenguaje y su influencia están más que amortizados. Me costaría imaginar una situación en el futuro dónde el rock pudiese estar, como en los sesenta y los setenta, cumpliendo un papel de hegemónico de dominación cultural”, contesta Blánquez, que en Loops 2 define la electrónica como el nuevo latín. “Que el rock ya no forma parte de discurso presente está claro, que el rock no tiene un discurso innovador está claro, pero siempre hay fenómenos de pasado que pueden resurgir debido a la nostalgia”.
A vueltas con la nostalgia, Loops 2 se hace eco de lo paradójico que resulta certificar cómo el revival de los ochenta ya ha doblado, en duración, a la década original que lo inspirase. “Cuanto más nos obsesionemos con un periodo cerrado, menos posibilidades existirán de abrir una nueva etapa y nutrirnos con nuevos referentes que, en el futuro, puedan pasar por otra ola de relectura”, dice el periodista musical, sobre un mal endémico que se extiende más allá de la música electrónica. “Si Mark Fisher hubiese podido ver Ready Player One, se habría venido abajo, le habría parecido una especie de vasectomía cultural. Yo no sé qué tipo de cultura posterior van a generar productos así, dónde se solapa el refrito de lo inmediato con una revisión simultánea de pasado”.
Blánquez, que define la nostalgia como un arma de doble filo, también encuentra riqueza y lecturas interesantes en bastardizaciones electrónicas de pasado, como el vaporwave. “Yo concibo el vaporwave como la recreación de un pasado que nunca existió, pero con una carga vengativa o rencorosa. Es la música de los que llegaron a la fiesta los últimos y se encontraron con las migas, con todo prácticamente desmontado. La promesa de futuro que se nos hizo en los ochenta, la gente de entre 20 y 25 años, la ha descubierto como falsa; se han encontrado con una situación mucho peor que la de épocas atrás. ¿Cómo se han vengado? A través de la estética: reimaginando los ochenta desde una perspectiva de desencanto, proponiendo un pasado alternativo imposible, en el que plantearnos un futuro mucho mejor. Es una utopía irónica”, concluye, “realizada con resamplings de yatch rock y AOR, sintes luminosos y sonidos new age”.
Javier Blánquez (Reservoir Books)
Loops 2 localiza un componente aceleracionista en el vaporwave, pero no es la única intersección entre música y electrónica que apunta el libro: ahí está Hosni Mubarak financiado una fiesta de fin de milenio con Jean-Michel Jarre a los platos; ahí está el hashtag #GrimeForCorbyn institucionalizando en Twitter el hecho de que gran parte de la escena grime apoyara abiertamente al diputado de Partido Laborista. “Aunque algunos de sus fenómenos sí lo sean, no creo que la naturaleza de la música electrónica sea estar enraizada en la vida política. En los ochenta se hablaba de politrónica, una música experimental muy influenciada por la filosofía postestructuralista y los estudios marxistas; lo que ocurre es que se quedaba en un ejercicio de salón, no en algo que pudiera incidir realmente en la sociedad”.
“Ahora bien”, continúa, “en los últimos años sí han surgido ciertos movimientos al calor de algún cambio político, como el electro chaabi, que acompañó a las revueltas de la Primavera Árabe. Luego, sin embargo, nos encontramos con mucha electrónica completamente apolítica, incluso francamente amoral, como el EDM”, alerta el autor de Loops 2 y su precuela. “El EDM no intenta salvaguardar ninguna tradición, ni social, ni tampoco sonora. Es una música basada simplemente en vivir el momento, sin implicarse con ningún fenómeno de cambio que pueda estar experimentando la sociedad”, añadirá, sobre el estilo que ocupa el décimo capítulo de su nueva publicación.
Aunque lo analógico esté de moda, con la clonación de sintes clásicos como mercado pujante dentro de la escena electrónica, Blánquez atisba un punto de no retorno: “Esa moda continuará durante un tiempo”, defiende, “pero se va a ir convirtiendo cada vez en algo más elitista y más romántico. A mí me gustaría que lo analógico encontrase vías de futuro, pero la realidad es implacable, y el paradigma digital se va a imponer. El público ya ha asimilado el sonido de la compresión digital como lo correcto, y lo analógico está destinado a convertirse en reliquia: los discos de vinilo en piedra, a 78 revoluciones, son maravillosos, pero para escucharlos necesitas un gramófono; siempre será más cómodo escuchar la canción que te apetezca en Spotify”.
“El otro día estuve en el estudio de un productor alemán que tenía una TR-808”, comparte, sacando a colación la caja de ritmos con la que se patentara el beat propio de trap. “Él no la utilizaba, la tenía de decoración. Llegará un momento en el que ciertos aparatos analógicos servirán solamente para eso: llenar, con objetos, un vacío emocional”.
“En el salón”, termina, “podrás tener una 808 como quien tiene un jarrón chino”.
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