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Quieren raptar al escritor mexicano más importante del siglo XX

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La Fundación Juan Rulfo dice defender el nombre de su autor a capa y espada, pero sólo ha hecho el ridículo al tratar de censurar a Cristina Rivera Garza

Xaime Martínez

11 Abril 2017 06:00

Leer a un escritor es secuestrarlo.

Tengo en mi sótano a Jorge Luis Borges haciendo guarrerías con Roberto Bolaño: los dos parecen disfrutar, aunque Borges finge que no.

Leer a un escritor es convocar a su fantasma, encadenarlo con palabras antiguas y obligarlo a decir, más o menos, aquello que desde el principio estábamos preparados para escuchar.

Cada uno secuestra a los escritores que ama, y los aterroriza y venera en su mausoleo de hologramas.

El problema surge cuando alguien trata de patentar ese ectoplasma, de regular con mano de hierro el conjuro que rige su aparición. Cuando alguien dice: no puedes hablar de, no puedes hablar así, no puedes hablar.

De modo que esta no es una columna sobre la libertad de expresión, sino sobre la estupidez.

No es una columna sobre viudas (supuestamente) malignas que reclaman lo que es suyo, sino sobre una Fundación que trata de castrar la memoria del escritor al que (supuestamente) defiende. Una Fundación que registra el nombre de un novelista como marca ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.

Hace unos días, vivíamos el enésimo episodio de manipulación de la memoria de un autor: la Fundación Juan Rulfo, integrada por varios descendientes del escritor jalisciense, renunciaba a participar en la Fiesta del Libro y la Rosa en la UNAM y conminaba a esta a retirar el nombre de Rulfo de todos los carteles.

¿La razón? Que los organizadores de la Fiesta habían incluido en su programa la presentación de Había mucha neblina o humo o no sé qué, de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza.


La Fundación tiene un tenebroso historial en cuanto se refiere a tratar de dirigir la interpretación de la obra de Rulfo, como señala un artículo de El Universal.

En 2005, el presidente de la Fundación, Víctor Jiménez, obligó al Premio de Literatura Lationamericana y del Caribe a quitar el nombre de Juan Rulfo del título del concurso por habérselo concedido a Tomás Segovia, quien "en alguna ocasión había hablado mal de Rulfo".

Luego registraron "Juan Rulfo" como marca; al año siguiente, cancelaron su presencia en una lectura organizada por la UNAM al considerar (en palabras de Jiménez) que el resto de los ponentes eran "tontos y deshonestos", y hace unos meses volvieron a salir a la palestra al criticar al Gobierno mexicano por gastar dinero público en organizar homenajes a Juan Rulfo en lugares como Sayula, San Gabriel y Tuxcacuesco y con la presencia de "escritores de cuarta o quinta fila".

Por todo ello, no debemos extrañarnos tanto ante la última rabieta de la Fundación, relacionada esta vez con el libro de Cristina Rivera Garza.

Había mucha neblina o humo o no sé qué, cuyo título proviene de una frase de Juan Rulfo, es una lectura personal y plural de la obra del escritor mexicano.

A través de diversos tonos (autobiográfico, poético, académico o narrativo) Rivera Garza explora los territorios superpuestos del mito rulfiano y del suyo propio. Todos, en mayor o menor medida, hemos vuelto a Comala, y eso es lo que Rivera Garza trabaja en su último proyecto, cuya visión heterodoxa ha molestado profundamente a Víctor Jiménez.

En un artículo publicado a principios de año y titulado "Había incompetencia o no sé qué", el presidente de la Fundación anticipaba los motivos para este odio irracional hacia las propuestas de Rivera Garza.

En primer lugar, que el libro de la mexicana habría sido un fiasco comercial para su editor. En segundo lugar, que Había mucha neblina o humo o no sé qué presenta dos pequeños problemas bibliográficos: en un momento se cita con una errata un pasaje de otro libro; después se parafrasea con énfasis excesivo una frase de Rulfo recogida en un libro de conversaciones de este con otro autor.

La argumentación es, como resulta obvio, insuficiente para justificar las duras palabras de Víctor Jiménez.

La Fundación Juan Rulfo podrá cobrar legítimamente los derechos de autor de la obra del escritor jalisciense, pero en ningún caso podrá poseer la exclusiva sobre la interpretación de obras que, como El llano en llamas, ya son de todos.

En cierta medida, el caso de la Fundación resulta un negativo misteriosamente exacto del affaire Bolaño: véase como ejemplo el tono de desprecio machirulo —Rivera Garza, según Jiménez, habría elegido un título tomado de Rulfo "quizá para hacer sufrir a alguien que la ignoró"— que emplean quienes pretenden decidir cómo todos los demás debemeos leer al escritor de Pedro Páramo.

Tal vez, para cerrar esta polémica, valgan las palabras que la propia Cristina Rivera Garza escribió en respuesta a la decisión de la Fundación:

"Invito a los lectores que ahora me preguntan sobre la calificación emitida acerca de Había mucha neblina o humo o no sé qué que no se distraigan, que confíen en sí mismos: abran esa puerta, sí, y entren en el libro. Lean, cotejen, comparen, contrasten, regresen, subrayen, anoten, debatan —si fuera de su interés—, disientan —si ese fuera el caso—. Las páginas son todas suyas. Supongo que es así que los libros van armando sus propias esferas de afecto".

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