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Cerca de 1 millón de personas se manifiestan en Barcelona a favor de la unidad de España

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Dejemos de un lado las banderas y hablemos

Luis M. Rodríguez

09 Octubre 2017 01:44

Jeff J Mitchell/Getty

¡Basta! Recuperemos la sensatez”. Ese era el lema hoy, la demanda que abría la marcha que ha recorrido las calles del centro de Barcelona. Una manifestación convocada por la plataforma Societat Civil Catalana para dar visibilidad a esa mayoría silenciosa que no cree en la independencia de Cataluña, y que se suma a las multitudinarias movilizaciones celebradas ayer en numerosos puntos de la geografía española para pedir cabeza fría y diálogo ante el desafío secesionista.

“¡Que nadie vuelva a hablar de Cataluña como si fuera solamente de los nacionalistas!”, ha dicho el presidente de Societat Civil Catalana, Mariano Gomà, al finalizar la marcha. “Somos catalanes orgullosos de nuestra condición de españoles y europeos. Oirán nuestra voz, porque ya no nos vamos a callar más. Una voz firme y serena que pide que el discurso político preeminente en Cataluña deje de construirse sobre el ideario nacionalista obligatorio”.

Según los organizadores, entre 930.000 y 950.000 personas han respondido a la llamada. Fuentes policiales de Barcelona hablan de “400.000 tirando por lo bajo”. A pesar del baile de números, las cifras son lo suficientemente importantes como para hablar de un cierto cambio de clima, de una nueva correlación de fuerzas.


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El españolismo catalán ha salido del armario. Después de hoy, después de lo visto estos últimos días, la calle ya no es el altavoz de un solo sentir, sino de varios. Ya no es de un bando, sino de todos. Vuelve a ser espacio de confluencia de personas de sensibilidades políticas diversas, que buscan la solución menos mala para un problema que les atañe de igual manera. Siempre habrá nacionalistas convencidos, igual que siempre habrá radicales empujando hacia el precipicio. Pero el espacio central de las avenidas empieza a estar ocupado por una masa transversal que está igual de harta de Rajoys y Puigdemones, de su doble obstinación, de sus argumentos tramposos, sus declaraciones frívolas, sus enroques y sus faltas de respeto a la ciudadanía.

Los ánimos sanguíneos con los que buena parte de la sociedad catalana —independentistas y no independentistas— respondió al trauma de los excesos policiales durante el 1-O van dejando paso a una energía más templada, a un ánimo más preocupado y responsable, que se concentra en una demanda cívica de gestos, voluntades y soluciones por parte de los políticos.

La consigna es el Parlem. Dejemos de un lado las banderas y hablemos.


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La clase ciudadana reclama cordura a la clase política. Cada vez más personas dentro de Cataluña se sienten rehenes de un juego político construido a base de orgullos, chantajes y medias verdades que ellos no han elegido. Un juego que conlleva más riesgos que beneficios, al menos en el corto y medio plazo.

Quizás todo tenga que ver con el miedo a un “país Catalán” del que huyen sus más grandes empresas en estampida ante el anuncio de una inminente Declaración Unilateral de Independencia. Quizás sea un ataque de responsabilidad tardío de quienes sienten que es necesario reequilibrar el campo de fuerzas desencadenado por el 1-O para evitar que unos pocos tomen decisiones precipitadas que acaben perjudicando a todos.

Sea lo que sea, la sensación hoy es distinta a la de hace unos días.

Ya no se trata de salir a la calle para tirar de la cuerda hacia un lado o hacia el otro en una demostración de fuerza que hasta ahora no ha tenido consecuencias reales. Ahora se trata de asegurarnos, entre todos, de que la cuerda no acabe rompiendo de una manera demasiado violenta.


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