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Estas son todas las formas en las que tu jornada laboral puede convertirse en un Gran Hermano
06 Septiembre 2017 19:31
Es tan sencillo seguir los pasos de un trabajador como colocarle un geolocalizador en el coche de la empresa. Tan fácil conocer qué escribe como ponerle un programita que graba todas las teclas que pulsa. Mirar sus emails personales, las páginas que busca o su cuenta de Facebook con solo utilizar todo lo que registra la memoria del router. Si se desea, vigilar y entrometerse en la vida del trabajador es algo que la tecnología sirve en bandeja.
Ayer el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ponía las reglas del juego a este Gran Hermano que puede ser la jornada laboral. Lo hacía en material de emails dándole la razón a un ciudadano rumano al que su empresa había despedido en 2007 por usar el correo de la empresa para enviar mensajes personales. A Bogdan Barbulescu sus jefes le mostraron 45 páginas que recogían las conversaciones, algunas muy íntimas, con su hermano y su mujer. A pesar de que las normas de la compañía vetaban valerse del email corporativo para otros propósitos, en un mundo hiperconectado los jueces remarcaban:
Una empresa "no puede reducir a cero la vida privada social en el lugar de trabajo. El derecho al respeto de ésta y a la intimidad de la correspondencia sigue existiendo, incluso si éstos se restringen en la medida de lo necesario", decía la sentencia.
Da aire.
"Los derechos humanos no acaban en la puerta de la empresa", dice Josep Jover, abogado especializado en la temática. Pero matiza: "la sentencia en lo que fija el fallo es en que no le advirtieron previamente. Si una compañía avisa explícitamente a los trabajadores, se abren las puertas a que controle lo que haya indicado que va a vigilar".
Vale con una vez. Con un anuncio escrito que se hiciera, aunque fuera en los inicios de los tiempos y lleves cuatro años en la empresa. Solo se establece que fuera detallado, que si se dijo que solo se monitorizarían las páginas que visitas, esa advertencia no sirve luego para supervisar tus llamadas en el móvil de la empresa. El Tribunal de Estrasburgo dictaminó más transparencia y qué grado de intrusión se hará, pero el control se sigue permitiendo.
I. Un Gran Hermano indetectable
Tiene, en parte, su lógica. Para la empresa se basa en detectar al trabajador que se pasa más horas en las redes sociales que en sus tareas o al que le puede estar enviando información a la competencia. Sucedió, hace cuatro años, con un químico español que mandaba datos confidenciales a otras compañías rivales y el Tribunal Constitucional no le protegió pese a que las pruebas las obtuvieran accediendo a su email corporativo.
El Tribunal de Estrasburgo pone las reglas al Gran Hermano que puede ser la jornada laboral: la empresa puede controlar los correos o las páginas que se visitan, si advierte antes
Pero la generalización de la vigilancia, a los sindicatos, no les convence. Se vende la intromisión vistiendo a los trabajadores como personas desleales y que faltan a su deber. "Pasan a quedar expuestos, más en un mundo donde las comunicaciones modernas han desdibujado las fronteras entre la vida profesional y privada", manifiesta Jonathan Gallego, director del gabinete jurídico de CCOO de Catalunya. "Además una cosa es monitorizar el correo, con lo que ya se puede detectar malas praxis, y otra acceder a su contenido, y esto se está consintiendo", concluye.
La tecnología a veces se convierte en un zarpazo, con la mayoría de los rasguños que causa invisibles. Incluso más allá de lo permitido, de ese ojo que rastrea qué buscamos en Internet, dónde paramos con el coche de la empresa o en cuánto tiempo hemos hecho el café y todo está bien y legal, queda una brecha para cometer abusos. Extralimitaciones.
"Es muy difícil que un trabajador detecte la vigilancia que se le hace y no tiene forma de borrar sus huellas", reconoce Lorenzo Martínez, ingeniero informático de Securízame. Se podría entrar en los emails, hang outs, aunque no se avise, ilegalmente, y no percatarnos. Más perverso es keylogger, el programa que registra las teclas que se presionan y que captaría, por ejemplo, la contraseña que se introduce para meterse en una cuenta bancaria.
Martínez no cree que el espionaje a trabajadores sea común. Tampoco el abogado Francisco González en Protección de Datos para empresas (PRODAT), que apunta que normalmente existe un alto grado de tolerancia en que los trabajadores accedan a sus redes. "Si se pone a investigar suele ser o porque se quiere echar al trabajador o porque sospechan altamente de que está cometiendo un delito", expresa el letrado Josep Jover.
II. Sé de ti: el arma de doble filo
El caso Barbulescu, antes de que emitiera ayer el Tribunal de Estrasburgo su sentencia inapelable, pasó por un periplo judicial. Los tribunales de Rumanía, e incluso la propia Gran Cámara que ahora le da la razón, estuvieron en su contra. "La vigilancia de sus comunicaciones por parte de su empleador había sido razonable en el contexto de un procedimiento disciplinar", dictaminaron.
La vigilancia, casi imposible de detectar por el trabajar, agrava la ya desigual relación laboral
Solo un juez del TEDH, Paulo Sérgio Pinto de Alburquerque, emitió un voto discrepante. La intromisión, escribía, podía ser "una justificación oportunista para deshacerse de un empleado no deseado al que no había sido capaz de despedir por medios legales" que no se había valorado. Según recogió El Español, subrayaba que la facilidad de entrometerse en la vida privada y la dificultad de que se detecte en realidad supone "un riesgo que se agrava por la desigualdad connatural de la relación laboral".
Está la posibilidad de saberlo casi todo y que la búsqueda más inofensiva -un billete de autobús, un repaso a Twitter o un comentario por chat-, aun hecha en el tiempo de parón, se utilice como arma de doble filo. Un mecanismo perfeccionado de control que podría suponer una nueva forma de presión y estrés. "Deberíamos concienciarnos de que existe esa mínima posibilidad porque es permisivo", recuerda Gallego, de CCOO. La alerta de que la intimidad se puede derrumbar y golpearnos sin que nos demos cuenta.
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