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Life
Cuando alguien te dice "te quiero", le miras de reojo y contestas: "Qué bien"
20 Julio 2017 11:21
Tienes una burbuja XXL, y no estás dispuesto a que nadie te la reviente.
En ese momento no sabes muy bien cómo reaccionar. Miras de reojo y contestas: “Qué bien”.
Ahí tienes que apechugar con todos los “te quieros” del mundo. Sobre todo al principio. Después de unos años tu pareja termina esperando poco de ti.
Y te cuentan sus relaciones. Y son siempre taaaan aburridas.
En estos casos sufres más que el otro, porque –una vez más– no sabes qué decir.
Aquí la gente se besa y se quiere mucho. Tú, que no quieres ser el bicho raro, te entregas a la desesperada para que no quede nadie sin abrazar.
Algunos incluso lo hacen por gusto. Cuando tú abrazas pareces un espantapájaros con la sonrisa pintada. Das miedo.
Que tengas una enfermedad degenerativa.
Si él la tuviera le darías una palmadita en la espalda y le susurrarías un escueto: "Qué mal".
En serio, ¿cómo se saluda a un niño? Besarle es forzar demasiado y darle la mano… ni de coña, no vas a darle la mano a un chaval de 7 años como si fuera tu colega de toda la vida. Al final le revuelves un poco pelo, le dices cualquier chorrada y abandonas la habitación con cara de gilipollas.
Eso sería súper normal.
Siempre que quedas con tus amigos compruebas que entre ellos se saludan con un abrazo, y a ti, como ya te conocen, te dan la mano. O ni eso. Eres el amigo erizo.
Aunque no te gusta el contacto físico, el hecho de verles queriéndose provoca en ti una ligera envidia.
Tú quieres de forma implícita. En voz baja. Abrazando con la mirada.
De locos.
Generalmente lo llevas bien. Sin embargo, hay momentos en los que también necesitas cariño. Esos días vas detrás de ellos intentando que parezca evidente. Mendigando un abrazo o un beso; lo que sea.
El hecho de notar esa carencia te resulta un poco patética. Y te sientes triste. Más aún.
¿De verdad no puedo pedir amor?
Vas a por ello. Coges a tu amigo desprevenido y le das un abrazo de oso. Un abrazo que le gusta, que te devuelve. Y aprendes. Cada día un poco. Sigues sin dar besos a los niños porque no eres un político en campaña, y tampoco besas a tus compañeros de trabajo porque… son compañeros de trabajo. Pero empiezas a salir de la burbuja. Pones un pie fuera. Luego el otro. Asomas la cabeza y...
Enseguida sientes el desamparo, así que reculas, das media vuelta y vuelves a entrar. Lejos del contacto físico. Donde más a gusto se está.
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