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Culture
Star Wars: Los Últimos Jedi está llena de hallazgos. Aquí los ocho más importantes
18 Diciembre 2017 16:25
Ayer noche casi duermo en el sofá. ¿La razón? Star Wars: Los Últimos Jedi, con mucho de nuestra parte, hizo que mi pareja y yo nos enzarzásemos en una acalorada discusión. “Pon que lo de la isla es un coñazo y que Mark Hamill sale con la barba teñida”, me diría, todavía airada.
La película ha despertado reacciones viscerales, enfebrecidas por el fin de semana del estreno, tanto en su favor como en su contra. Y no es para menos: el último episodio es uno de los más atrevidos de la saga, con la polarización entre la platea que eso conlleva.
Con el pulgar hacia arriba, desde aquí reivindicamos Los Últimos Jedi localizando ocho de sus hallazgos; uno por cada episodio que nos ha traído hasta aquí.
I. La tradición es una maldición. Lo cantaban la Polla Records, pero también lo defiende a capela Kylo Ren. “Deja que el pasado muera”, entona el personaje de Adam Driver en la película. “Mátalo, si es necesario”, continúa. “Así serás como debes ser”. Los Últimos Jedi supone una ruptura ya no con el canon de su propia saga, sino con la de la trilogía que la acoge: si El Despertar de la Fuerza había marcado la senda del back to basics para contentar a los fans de las películas originales, este octavo episodio viene dispuesto a saltarse todas aquellas reglas. La Amenaza Fantasma dejó que la mitología respirase década y media antes de reformularla, pero, ¿Los Últimos Jedi? Los Últimos Jedi, gracias al cielo de Bespin, ha roto pactos a mitad de legislatura.
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II. Suspensión de la incredulidad. ¿Cómo puede sobrevivir alguien a la explosión del crucero espacial en el que viaja? ¿Cómo sobreponerse a una formación completa de AT-AT Walker friéndote a cañonazos? Como abordaron a Cecilio G, ¿qué hace falta convertirse en cantante de trap? Sus palabras sirven para contestar a las tres cuestiones: “No preguntar”. Los Últimos Jedi no es reformista, pero sí recupera la esencia pulp y alocada de Una Nueva Esperanza: si en 1977 diste por bueno que un perro de dos metros podría ser copiloto espacial, ¿por qué te eriges ahora en fiscal de lo que puede y lo que no puede suceder en una galaxia muy, muy lejana? Si no tienes sentido de la maravilla, haznos un favor: sal a comprarnos más palomitas al resto.
III. Sesión de control. Los Últimos Jedi, puesto a hacer preguntas al espectador, propone un cuestionario mucho más espinoso: ¿Son los Rebeldes tan modélicos como nos mostraron los siete capítulos anteriores? ¿Puede uno llamarse a sí mismo jedi y, a la vez, empuñar su sable láser con nocturnidad, alevosía e intenciones homicidas? Si Star Wars basó su narrativa en la eterna lucha entre la Fuerza y el Lado Oscuro, entre la luz y la oscuridad, Los Últimos Jedi propone una escala de grises tan incómoda como necesaria. Y lo hace, además, mostrando las aristas y los extremos de bando a bando: nunca un villano se había mostrado tan ambivalente y errático como Kylo Ren; nunca los Rebeldes habían aireado de esa forma su fanatismo suicida.
IV. Los cuidados (revolucionarios). En uno de los diálogos más recordados de Clerks, los protagonistas debatían sobre si era moral o no volar por los aires la segunda Estrella de la Muerte teniendo en cuenta que, estando en reconstrucción, habría obreros autónomos entre las bajas mortales. En nombre de la revolución, ¿son colaterales todos los daños? ¿Merece la pena dar la vida por una causa? Rose Tico, uno de los nuevos personajes que introduce este octavo episodio, no titubearía a la hora de responder con la lección más valiosa de la película: “No los ganaremos destruyendo aquello que odiamos”, pronuncia la actriz Kelly Marie Tran, “sino protegiendo aquello que queremos”.
V. Hablemos de la plancha. La plancha que, en un momento, el director Rian Johnson quiere que confundamos con una nave. El gag visual es mucho más viperino de lo que parece: no entra en cualquier momento, sino que Johnson lo montará inmediatamente después de que Poe Dameron se subleve contra la vicealmirante Holdo, tomando por la fuerza la nave que, hasta ese momento, ella comandaba. En cine, a eso se le llama efecto kuleshov: semánticamente, Los Últimos Jedi está instando al personaje de Laura Dern a que deje el puente de mando para, bueno, dedicarse a tareas más prosaicas y hogareñas. Un absoluto horror, pero también un recordatorio de que la saga no solo necesita mujeres fuertes frente a la cámara: también las necesita, y las necesita ya, tras ellas.
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VI. Tú también puedes ser una jedi. El Imperio Contraataca y La Amenaza Fantasma privatizaron, con diferentes decretos, el acceso a la universidad jedi. El quinto episodio nos desveló que, sin la herencia familiar adecuada –“Luke, yo soy tu padre”–, la Fuerza era poco menos que una quimera. En el primero de todos se nos contaría que, esa Fuerza, era consustancial a los midiclorianos intravenosos que tuviese el aspirante a caballero. Los Últimos Jedi, por suerte, vuelve a democratizar una fantasía que yacía comatosa desde 1977: todas y todos podemos mover objetos con la mente, desenvainar una espada de luz y vencer al Lado Oscuro. Sin revisar nuestro árbol genealógico. Sin hacernos análisis de sangre.
VII. Robert McKee lo dijo mejor nadie. “Gánatelos al final”, le sugiere el teórico de guión al escritor in albis de Adaptation. Los Últimos Jedi, pese a dos primeros actos algo plúmbeos, ve cómo su acción se descomprime en un clímax arrollador y araña-butacas. Tiñendo la nieve de rojo. Apostando por la ofensiva kamikaze; por un exceso bélico cuasi israelita; por duelos a muerte en diferido. Cuánto morro y cuánta belleza. Los Últimos Jedi está muy lejos de ser una película perfecta, pero sí es una de la que prima reivindicar sus aciertos finales por encima de sus devaneos mediometrajistas. Quererla como a una madre: no por cómo nos saca de la cama para ir al colegio, sino por cómo nos arropa tras darnos, ai, el beso de buenas noches.
VIII. De la guerra de las galaxias a la guerra de clases. Si esto es 'la guerra de las galaxias', ¿quién está sacando beneficio económico de esa guerra? Los Últimos Jedi también se ocupa de disipar las dudas financieras que sus predecesoras obviaban: la inacabable pugna entre el bien y el mal está siendo muy lucrativa para una élite que derrocha sus beneficios en casinos del peor pelaje, a la vez que las diferencias entre clases se ensanchan a favor de la casta dominante. En este contexto, la explotación infantil no es otra cosa que un trámite contractual. En su epílogo, Los Últimos Jedi dará protagonismo a esos infantes desheredados. Mirada al infinito. Alianza rebelde. Sonrisa esperanzada. Lo saben: la rebelión y solo la rebelión los hará, por fin, libres.
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