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Lit
Una investigación demuestra por qué los libros viejos huelen tan jodidamente bien
13 Abril 2017 10:33
"Como sociedad que vive en este momento temporal, ¿qué olores queremos que hereden nuestros hijos?".
Esta pregunta se la hace Cecilia Bembibre, científica y coautora junto a Matija Strli? del estudio Smell of heritage: a framework for the identification, analysis and archival of historic odours ('El olor del patrimonio: un marco para la identificación, análisis y archivo de los olores históricos'), en una entrevista para la revista Popular Science.
Y la cuestión, que en apariencia puede parecer algo menor, revela una verdad profunda: los olores no solo constituyen una parte muy importante de nuestras vidas —según se ha demostrado, los recuerdos más duraderos son olfativos—, sino que además son herramientas muy útiles para detectar distintos procesos químicos.
Por ejemplo, el preocupante olor del gas, de la comida quemada o de esas lentejas con chorizo que ya deberías haber tirado a la basura nos alerta de que algo anda mal en la cocina.
El maravilloso olor de los libros —y en especial de los libros viejos—, por el contrario, nos avisa de que nos hemos convertido en yonquis de la literatura. Y de que deberíamos adquirir por todos los medios el libro que tenemos entre manos.
Si te fijas bien en las personas que habitan las librerías y bibliotecas, verás que cuando creen que nadie las mira, acercan con discreción la tocha a los libros recién abiertos y pegan una buena esnifada.
Pero como descubrió Matija Strli?, esta no es una característica exclusiva de los lectores casuales, sino que los mismos expertos en literatura antigua olisquean los códices para analizar el estado de conservación de los libros que examinan.
Al parecer, con los suficientes años de práctica es posible saber si un volumen está siendo conservado en las condiciones óptimas de humedad y luminosidad con solo meterle un poco la nariz.
Fue precisamente ese descubrimiento el que llevó a Strli? a iniciar, junto a su colega Bembibre, una investigación para determinar con exactitud qué COV (Compuestos Orgánicos Volátiles, las unidades básicas del olor) se presentan en cada estadío del envejecimiento de un libro, y así poder controlar mejor el proceso.
Pero además, Bembibre y Strli? —que han publicado su estudio en la revista Heritage Science— aprovecharon para hacer un pequeño test psicológico y dilucidar por qué razón a los lectores les flipa tanto el olor a libro viejo.
Y lo que descubrieron, contra todos los pronósticos, es que los libros viejos huelen —para una mayoría realmente significativa de los individuos— a chocolate y café.
Si esto se debe a una extraña asociación situacional (los lectores se imaginan leyendo en el ambiente tranquilo de una cafetería) o a una coincidencia entre los COV de los códices antiguos y de las bebidas calientes, es algo que el estudio no deja demasiado claro.
No obstante, algo sí que ha quedado evidenciado de manera científica: los libros viejos huelen muy bien, y olerlos es una actividad necesaria para cualquier lector que se precie de tal.
Así que límpiate el moquillo y ponte a husmear.
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